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No subestimar a Trump

No puede limitarse nuestra reacción a rogar para que no estemos en el mapa de Trump.

Los colombianos vivimos tan sumergidos en nuestra compleja e intensa realidad que olvidamos con frecuencia que somos parte de este mundo globalizado y sufriremos las consecuencias de serlo. Unos pocos días en México y una semana en Estados Unidos son suficientes para empezar a entender que a nosotros, como latinoamericanos, como uno de los grandes grupos de inmigrantes en este país, más nos vale no subestimar a Donald Trump.
En México hay pánico, y se percibe en los medios de comunicación. No es para menos: la amenaza del muro en la frontera con EE. UU. y el anuncio de la deportación de millones de mexicanos indocumentados son apenas dos razones para temer graves consecuencias de la nueva presidencia norteamericana. Pero, sin duda, la interrelación que se ha consolidado entre estos dos países a raíz del tratado de libre comercio tiene temblando a muchos. Qué pasará con la industria local, tan ligada a la estadounidense como la de vehículos, por ejemplo, es solo una de las tantas preguntas que se hace México.
Con una situación económica que como en el resto de América Latina es preocupante, recibir 2 millones de indocumentados de regreso no es un problema menor. Esta población que salió de zonas de bajo desarrollo llegará a las principales ciudades: México, Monterrey, Guadalajara, entre otras. Será un reto inmenso ocuparla no en trabajos precarios, sino lograr su integración positiva en actividades que impulsen su desarrollo y el del país. Aumentar los altos niveles de marginalidad de tales ciudades con estos recién llegados –acostumbrados a vivir, mal que bien, en un país desarrollado– sería un fracaso más.
Pero si México tiene miedo, lo que se percibe en EE. UU. es más escalofriante. Aun antes de la elección, Trump ya había logrado despertar un odio del llamado ‘Poder Blanco’, que hace temer por lo que sucederá a todos los que no lo son, sobre todo si son inmigrantes o ciudadanos, pero descendientes de “negros”. Claramente, estos movimientos consideran que latinos, árabes y todos los demás que no son blancos tienen su dosis de negro y, por ello, se deben ir de su país.
Un reciente programa de Univisión, una de las cadenas latinas en EE. UU., anotaba que estos grupos que han asumido actitudes como las de Hitler son más de 800 y que a ellos no solo se han unido personas mayores, sino niños y jóvenes. El discurso de Trump de tener el mayor ejército del mundo y de recuperar el dominio de su país en el universo es muy atractivo para sectores reaccionarios de este país, ahora más numerosos.
Como mencionaba este programa, antes estas reacciones frente a los mexicanos, latinos en general, árabes, musulmanes, etc., no se hacían públicas por temor a los costos de hacer evidentes sus rechazos. Ahora Trump les dio una especie de patente de corso para que, de manera agresiva, expresen sin límites sus odios. El odio crece como espuma, especialmente en regiones que están lejos de las grandes urbes.
Por ello, no puede limitarse nuestra reacción a rogar para que no estemos en el mapa de Trump. Somos latinos y, así les duela a muchos colombianos, no somos blancos y, además, hemos recibido apoyos de ese gobierno y producimos coca. Una fórmula perfecta para estar en el radar de Donald Trump. Más nos vale pensar cuál va a ser nuestra política con ese país, porque de pronto no es suficiente afirmar, como hasta ahora, que tenemos históricamente igual relación, muy buena por lo demás, con los demócratas y con los republicanos. Sería absurdo creer que con esto calmamos al nuevo presidente de Estados Unidos.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
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