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Estudiemos a los hombres

Las diferencias actuales entre las oportunidades reales entre hombres y mujeres son inaceptables.

Sin duda, la visita del papa Francisco dejará un nuevo aire en Colombia. En todos los tonos ha enviado a la población colombiana un mensaje de reconciliación, de reflexión y, en especial, sobre la necesidad de dejar atrás los odios y empezar a trabajar en serio por una sociedad más igualitaria.
Precisamente por percibirse aún desde el exterior ese momento crucial que vive el país, parece oportuno plantear un tema que poco se analiza en Colombia, nación patriarcal por excelencia, pero sin cuya discusión esa necesidad pedida por el Papa de reducir las profundas desigualdades será imposible de lograr. Las diferencias actuales entre las oportunidades reales entre hombres y mujeres son sencillamente inaceptables. Por ello parece oportuno plantear la necesidad de que estudiemos a los hombres.
Uno de los errores que estamos cometiendo las mujeres de hoy es seguir concentradas en nosotras mismas, en nuestros pesares, en las injusticias que vivimos, en los techos de cristal que tenemos que romper para poder avanzar como seres humanos. Sin embargo, a nuestros pares, los hombres, no solo les echamos la culpa de nuestros males –acusación que con frecuencia se merecen–, sino que los ignoramos olímpicamente.
En un estudio reciente sobre la perspectiva económica y política de la violencia contra las mujeres durante el conflicto colombiano, los hombres, particularmente su masculinidad, también fueron víctimas del conflicto. Pero esto no es una mala noticia, menos para la deseada equidad de género. Por el contrario, esta realidad puede empezar a acercar a los hombres y a las mujeres en una sociedad tan patriarcal como la colombiana.
La idea que se maneja en este estudio es que las mujeres rurales fueron claramente identificadas y usadas como el instrumento para debilitar ese papel de protectores de los hombres, y de esa forma afectar negativamente su masculinidad. ¿Cómo se lograba ese propósito dada la violencia intrafamiliar, que en las sociedades rurales llegaba a sus mayores niveles? Sencillamente entendiendo la diferencia entre ser violento con las mujeres dentro del hogar, en el ambiente privado y –otra muy distinta– ser los hombres incapaces de evitar esa violencia masiva contra las mujeres por parte de los mal llamados ‘actores de la guerra’, ante los ojos de toda una comunidad.
El ser violento en el hogar se toma como parte de ser hombre en sociedades patriarcales, pero aquella visible, como las crueles violaciones públicas de las mujeres de una comunidad, es una muestra clara de que falló un elemento definitivo de la masculinidad en su definición más tradicional: el papel del hombre como protector. Esta dimensión y este costo jamás se habrían reconocido si no se hubiese tomado una visión más amplia y compleja sobre la violencia contra la mujer en el conflicto armado, si no se hubiese explorado lo sucedido a los hombres.
Esta manera de interpretar lo que ocurrió en la guerra colombiana, no solo lo que sufrieron las mujeres, sino también lo que les pasó a los hombres, es una prueba de que seguir ignorando a los hombres solo limita el conocimiento sobre lo que realmente ha sido el rol, doloroso y difícil, que han jugado las mujeres, en este caso, en medio del largo conflicto colombiano.
Existe evidencia, dispersa aún, porque a este tema no se le ha prestado suficiente atención, que plantea cómo los paramilitares usaron las violaciones contra las mujeres para debilitar a los hombres y, por su intermedio, a su comunidad, obligándola a desplazarse. Porque también lo señalan los registros de víctimas, el desplazamiento, en su gran mayoría, fue de la familia entera y no solo de las mujeres, como se ha tratado de presentar. Será este un paso adelante para que los hombres de este país empiecen a construir otro discurso, con sus propias ideas, y salgan a construir, de la mano con las mujeres, lo que significa ser una nación realmente equitativa.
CECILIA LÓPEZ MONTAÑO
cecilia@cecilialopez.com
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