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Des-Farc-cito

Nos queda como sociedad, y les queda a las Farc como grupo desarmado, mucho trecho por recorrer.

Aunque muchos presidentes soñaron con trascender por firmar la paz con las Farc, solo le tocaron a uno el honor y el costo político de alcanzarla. Pero esto es solo el comienzo. Nos queda como sociedad, y les queda a las Farc como grupo desarmado y con ansias de hacer política, mucho trecho por recorrer.
Los colombianos no hemos logrado pasar la página de la violencia. Cuando nos disponemos a escribir un nuevo capítulo alejado de ella, alguien se atraviesa y vuelve a incendiar el país con palabras y hechos. Casi como si nos persiguiera la maldición de estar condenados a vivir en permanente combate entre nosotros.
Y es en este preciso punto en el que las acciones y los discursos de los exguerrilleros cobran una alta importancia. Ellos tienen que ayudarnos a hacer más fácil el perdón, la reconciliación, la conversión de todo el odio por gestos de convivencia civilizada. Hay quienes, y están en todo su derecho, van a creer en la paz no hoy, sino en el futuro y muy poco a poco, en la medida en que palpen una nueva realidad.
Después de vivir en pie de guerra por 53 años y viendo crímenes por doquier, no se le puede exigir a todo el mundo que amanezca perdonando a quienes los cometieron. Pero sí se los puede convencer de que es mejor una Colombia sin Farc y que los costos que estamos pagando por la paz son pocos frente a los beneficios que nos trae. Para eso es necesario un papel estratégico de los exguerrilleros, a veces activo y muchas veces muy pasivo.
En el cumplimiento de su parte del acuerdo en temas como la concentración en las zonas veredales, la entrega de las armas verificada por la ONU y la disminución de la violencia en las que fueron sus zonas de influencia han sido serios, y eso ayuda a ganar confianza en el proceso. Pero no es suficiente: según la última encuesta Gallup, la mayoría de los colombianos no creen todavía que las Farc cumplan con lo pactado ni que se logre establecer la verdad y reparar a las víctimas. Y, en cambio, consideran que el Gobierno sí honrará su palabra.
La percepción de que hemos entregado “mucho” a cambio de “poco” debe surtir una transformación. Por eso, asuntos como los menores que estuvieron en las filas, las finanzas provenientes de sus ilícitos, las caletas, que todos sabemos que existen pero solo las ex-Farc saben en dónde, deben ser tratados con absoluta transparencia por ellas.
A partir de este momento, sus líderes tienen que entender que su misión no es conseguir unos votos para quedar elegidos en el Congreso ni seguir convenciendo a la ‘exguerrillerada’ de que este paso era el que tenían que dar después de décadas de ‘lucha’. Su misión está muy por encima de eso: es lograr que, frente a la paz, Colombia tenga un consenso y no una división. Así que videos como el de ‘Timochenko’ diciendo que su patrimonio es una olla y un cepillo de dientes, o comentarios como el de que no reclutaron menores sino que eran voluntarios o que ellos los cuidaban ante la ausencia del Estado no solo no ayudan, sino que deterioran la confianza, pues suenan irrespetuosos y hasta cínicos. Los colombianos no podemos sentir que les quedamos debiendo a las Farc.
Así que, señores, soy una hincha de este proceso de paz desde el principio y lo he defendido como la que más, pero el camino es largo, y su misión debe estar clara. Si lo de ustedes realmente es la paz, no borren con el codo lo que escribieron con la mano.
CECILIA ÁLVAREZ CORREA
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