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Por ti he sufrido

Juaco piensa en los procesos dolosos de nuestras elecciones con contratos corruptos asegurados.

Ahora que acaban de pasar las elecciones de Cámara y Senado, Juaco ya está cerca de los ochenta años. Lleva un largo tiempo sentado frente a la ventana, mira los árboles y siente la tristeza de que la muerte le llegará sin que mucho haya cambiado en nuestras prácticas democráticas.
La noche anterior estuvo atento a los resultados electorales mientras se aburría con los analistas políticos, siempre tan predecibles, con palabras manidas y estereotipos. Los resultados de las elecciones no lo han sorprendido. Muchos votos de derecha, votos dispersos de una izquierda variopinta y una alta abstención. El pueblo ausente.
Juaco recuerda, porque eso es lo que hacen los viejos, algunos eventos electorales. Cuando era niño, los liberales no se presentaron a unas elecciones por falta de garantías. En ese entonces no existía la cédula de ciudadanía laminada, sino un cuadernillo en el cual se registraban las renovaciones, pero también el sello que garantizaba que la persona había votado. Supuestamente para evitar fraudes. Pero, sin quererlo, se había convertido en un instrumento que mostraba a qué partido pertenecía la persona.
Los conservadores malos, que también los hay, en los campos pedían la cédula, y el que no tuviera el sello del voto quedaba identificado como liberal enemigo. Así los podían matar. Parte de la dolorosa y terrible violencia en los campos se desarrolló con este sencillo elemento. Lo que era un instrumento de la democracia se convirtió en lo contrario, en uno de la dictadura. Todas las crueldades inimaginables surgieron en esa época, que ya nadie recuerda o quiere recordar y cuyas víctimas nunca se resarcieron. Bastó un acuerdo entre los jefes de los dos partidos opuestos para que se creyera o se hiciera creer que las heridas estaban cerradas.

Lo que era un instrumento de la democracia se convirtió en lo contrario, en uno de la dictadura. Todas las crueldades inimaginables surgieron en esa época, que ya nadie recuerda.

Los dos partidos no solo se repartirían milimétricamente los puestos en el Gobierno, sino que se alternarían en la Presidencia cada cuatro años. Se lo llamó el Frente Nacional. Se hizo un plebiscito para ratificar ese acuerdo. Por primera vez votaron las mujeres. La votación fue masiva. Juaco lo hizo sin tener la edad para hacerlo. Se aceptaba cualquier documento de identificación.
Juaco piensa que durante el período del Frente Nacional, las elecciones fueron fáciles. Era otro tipo de ‘mermelada’. Todo arreglado. Más que ‘mermelada’, era melaza.
También recuerda Juaco aquellas elecciones en las que el exdictador derrotaba al candidato oficial, al señor Pastrana de esa época, al que le correspondía presidir a Colombia dentro del acuerdo del Frente Nacional. Las gentes apoyaban masivamente al dictador en las calles, pero el presidente Lleras les ordenó volver a sus casas y decretó el toque de queda. Se hizo el chocorazo. Los autores que adulteraron esa elección reconocieron años más tarde lo que muchos habían supuesto en el momento. Con Pastrana siguió la renga democracia colombiana. Aunque muchos no olvidan que esa ilegalidad produjo y facilitó otra ilegalidad, que fue el movimiento insurgente del M-19. El que tanto costó a la justicia, quitó credibilidad y prestigio al Ejército y desmoralizó a la nación.
Juaco piensa en los procesos dolosos de nuestras elecciones con contratos corruptos asegurados. Compra de votos, trasteo de votantes, sancochos, cervezas y las amenazas. Los asesinatos de jefes políticos que hubieran podido tomar el poder democráticamente, con elecciones, como Gaitán o Galán, o de los que simplemente representaban una voz crítica contra los entuertos políticos y la injusticia social. Juaco sabe que los siguen matando en este simulacro democrático en que vivimos. Ahora queda la confrontación de egos. Como lengua mortal decir no pudo.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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