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Ahora sí, ¡a pecar!

Cayeron al vacío las palabras que se oyeron durante la visita papal.

El Papa se fue. En los breves días que estuvo por aquí creó una atmósfera que no se veía hacía muchos años. Nos transmitió un espíritu de paz, de reflexión, perdón y armonía.
Las masas se lanzaron a las calles para verlo, loarlo, hablarle. Buscaban bendiciones para sí mismos o para objetos, relicarios, medallitas, imágenes de mayor tamaño, fotografías del Papa, de ellos mismos, de sus familiares y de amigos lejanos que les hicieron el encargo. También llevaron ancianos, enfermos, niños abandonados, drogadictos recuperados e indigentes rescatados.
Todos lo quisieron tocar, besar su mano, buscar su sonrisa o una mirada directa. A algunos no solo les fue difícil seguir su pensamiento, sino que ni siquiera llegaron a comprender el significado de sus palabras. Le bailaron y cantaron todo lo que quisieron. Parecían satisfacerse más a sí mismos, lucirse, que honrar al Papa.
Uno esperaba que, por su modo de ser y el ejemplo que da, su paso conmovería a los espíritus corruptos y afectaría a la trampa política, la destrucción del medioambiente, las envidias, la desigualdad, la explotación económica y el maltrato a los niños y a las mujeres. Yo esperaba, ante tanta euforia de los colombianos y tanta bondad del Papa, que su paso hubiera sido como un huracán benéfico que arrasara con lo malo que tenemos y hubiera asolado el mal que tanto nos agobia.

Dos semanas después del paso del papa Francisco por nuestras tierras, casi nadie habla de ello. Solo se oyen interpretaciones interesadas de lo que el Papa dijo

Dos semanas después del paso del papa Francisco por nuestras tierras, casi nadie habla de ello. Solo se oyen interpretaciones interesadas de lo que el Papa dijo. Anodina entrevista al médico que le puso una curita. Nadie propone leyes, ni decretos ni reformas constitucionales o acuerdos de entendimiento entre partidos y candidatos. Nada de mejoras salariales, ingresos, ni estabilizar el trabajo. No hay propuestas para encontrar un equilibrio regional en el país para que no haya regiones tan pobres y abandonadas. No hay nueva preocupación por el campesino, ni por una reforma urbana que saque de la marginalidad y la pobreza a los amplios cinturones de pobreza. No existe una propuesta de reforma que haga menos pobres a los pobres y menos ricos a los ricos. No se insinúa una transformación de los monopolios de los servicios de comunicación ni de los medios. Parece que ya no hubiera espíritu.
Cayeron al vacío las palabras que se oyeron durante la visita papal, las profesiones de fe, la descripción de dogmas religiosos y de tradiciones cristianas, con amplia cobertura de televisión. Voces de sacerdotes que generalmente no oímos, y por los locutores de siempre, que esos días no relataron nuestras habituales noticias de crimen y horror. El Presidente dijo su discurso y calló.
Y creo y confieso que la culpa no es del Papa. Él no podía dar un mejor testimonio de amor. El problema es más de los colombianos, de la fe a la que estamos acostumbrados, del modo como se ha practicado la religión. Es una religión que es de dientes para afuera, de pecar y confesarse, de fe de carbonero. Una religión que linda con la magia, es decir, con la creencia y la práctica de que se puede hacer intervenir a un ser superior, sobrenatural, para transformar la realidad espiritual y material en beneficio propio, mezquino la mayor parte de las veces.
Hablando con mi amigo Carlos y mi amiga Clemencia, llegamos a la conclusión de que el papa Francisco tuvo más efecto en ateos y agnósticos que en rutinarios creyentes y religiosos. Nos han alcanzado sus palabras de que para ser bueno no hay que ser necesariamente religioso ni creer en Dios. Afianzó en nosotros la necesidad que teníamos del bien. Distinguimos a los que hacen el mal. Ya se fue el Papa. Ahora sí, a seguir pecando, dirán algunos.
CARLOS CASTILLO CARDONA
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