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Y ahora, ¿para dónde vamos?

No hubo continuidad en las políticas públicas y sí, más bien, una confrontación dañina.

Con la transmisión del mando el próximo martes 7 de agosto, termina un ciclo atípico de la historia política colombiana. En dieciséis años, cuatro períodos presidenciales, tuvimos dos presidentes gracias a un ‘articulito’ –por fortuna ya eliminado– que modificó la Constitución para permitir la reelección inmediata.
Tal vez lo único positivo de la reelección, vistos los dieciséis años en retrospectiva, fue haber logrado el fin del conflicto armado, que se debe tanto a Uribe, por arrinconar a las Farc, como a Santos, por negociar y firmar el acuerdo de paz con ese grupo guerrillero.
De resto, los segundos mandatos fueron largos y aburridos. No hubo continuidad en las políticas públicas y sí, más bien, la confrontación dañina entre los dos presidentes que enturbió el ambiente a lo largo de los ocho años de Santos. Lo mismo que la pelea de Uribe con la Corte Suprema de Justicia, que ha venido a empañar innecesariamente la posesión del nuevo presidente y el arranque de su gobierno. Como si el país no pidiera a gritos una visión de futuro y la esperanza de que el estado actual de cosas vaya a cambiar, de que se consolidará la paz y de que algún día vamos a vivir en armonía política y social. Pero no. Nos enfrascamos en los conflictos del pasado y nos olvidamos del presente y el futuro.
* * * *
Es interesante el análisis de los dieciséis años en lo que respecta a la evolución de la economía. Con un amigo economista hemos estado estudiando por estos días el período en conjunto. Encontramos que las dos presidencias están bien marcadas y diferenciadas.
La de Uribe comenzó con la salida de la crisis del fin de siglo en 2002 y concluyó con la de la crisis internacional de 2008/2009. A su turno, la de Santos empezó con la recuperación de esta última y concluye con la reanimación del crecimiento económico después de la abrupta caída de los precios externos del petróleo en 2014.
Ambos enfrentaron embates internacionales, pero de diferente naturaleza: en 2008/2009, el mundo experimentó la llamada Gran Recesión, una fuerte caída de la demanda agregada en Estados Unidos y Europa que habría de repercutir por todas las latitudes, incluyendo a Colombia. Desde octubre de 2014 hasta el presente, la baja del precio del petróleo obligó a un fuerte ajuste macroeconómico que dio al traste con el crecimiento de la economía.
Y ahora, ¿para dónde vamos? Aunque la economía de Estados Unidos se está expandiendo a un ritmo envidiable –4 por ciento en el segundo trimestre de este año–, las tasas de interés en el exterior van a continuar subiendo y el dólar, por tanto, fortaleciéndose. No faltan además los analistas que auguran una recesión a finales de 2019.
En estas circunstancias es posible que los flujos de capital hacia Colombia –que nos trataron espectacularmente bien en los últimos años– se retracten, lo cual implicaría menores posibilidades de endeudamiento externo para el Gobierno. Lo que viene a sumarse al hecho de que ya la deuda pública externa es muy elevada (43 por ciento del PIB) y confirma que el nuevo gobierno no tiene margen de maniobra fiscal.
En otras palabras: si se van a bajar los impuestos a las empresas, se debe buscar elevar el recaudo tributario por otras vías y continuar reduciendo el gasto público.
* * * *
No es una tarea fácil la que le espera al nuevo gobierno, en ninguno de los frentes. El discurso de posesión del presidente Duque el próximo martes será fundamental para entrever el rumbo por el cual quiere conducir el país. Ya ha conformado el núcleo central de su equipo de gobierno con jugadores de buena calidad. Falta la definición de la estrategia. Que la buena fortuna lo acompañe: la va a necesitar.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
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