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¿Por qué diablos Colombia no exporta?

¿Por qué no hemos diversificado la estructura productiva nacional? El modelo vigente entre los años treinta y los noventa del siglo pasado fue en buena parte responsable.

La entrevista del economista Ricardo Hausmann en la edición dominical de EL TIEMPO de hace un par de semanas contiene unos llamados de atención sobre la economía colombiana que no deben pasar inadvertidos. Ya, por fortuna, Rudolf Hommes, en su columna semanal, analizó la crítica de Hausmann al secular y absurdo cierre de Colombia a la inmigración.
Porque no solo somos el ‘Tíbet de América’ en materia de apertura comercial, sino un país que parecería haber adoptado el modelo del presidente electo de los Estados Unidos para rechazar la llegada de extranjeros y perder, de esa manera, su capacidad enorme de aportar al desarrollo nacional. Hay que ver lo que los pocos extranjeros que vinieron a Colombia en los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado hicieron por el país en todos los campos, no exclusivamente en la producción industrial y en el comercio sino en la academia y en la cultura. Los ejemplos abundan.
Comparto plenamente el comentario de Hausmann sobre “la poca importancia que han tenido en la discusión económica la preocupación sobre las exportaciones” y la ausencia de una agenda concentrada en diagnosticar y atacar el comportamiento absolutamente mediocre de las exportaciones colombianas. “Todos estamos sorprendidos –dice Hausmann– con el hecho de que el dólar pasó de 1.900 a 3.000 pesos y las exportaciones colombianas no reaccionaron” (Lea aquí la nota: ‘Charla con el economista que Maduro quiere ver tras las rejas’).
Es cierto. No se ha formulado un buen diagnóstico sobre las causas por las cuales la estructura de las exportaciones colombianas no se diversificó. Pasamos de depender del café en el siglo XX a depender de las exportaciones de petróleo y de carbón en el XXI. Y ahora, con un precio internacional del petróleo ‘razonable’ –entre 40 y 50 dólares por barril– y sin hallazgos importantes del crudo que nos despejen el panorama futuro de la balanza comercial, estamos esperando un milagro para aumentar las exportaciones.
Como también lo anota Hausmann, “el lío actual es que la economía tiene un gran déficit externo, por lo cual las exportaciones son definitivas para poder generar una dinámica positiva”. E insiste: “Lamentablemente, veo poca disposición a mirar el asunto y seguir ejemplos de otros que han podido avanzar mucho, comenzando por Panamá, que experimenta un aumento en materia de servicios. Su aeropuerto es un modelo”.
¿Por qué no hemos diversificado la estructura productiva nacional? El modelo vigente entre los años treinta y los noventa del siglo pasado fue en buena parte responsable. La producción se concentró en los Andes, en el centro del país, lo cual no propiamente favorecía exportar, excepción hecha de las flores en Bogotá, cultivadas cerca del aeropuerto y enviadas al exterior por la vía aérea. La carencia de buena infraestructura de transportes era un gran cuello de botella. Estábamos cerca de las estrellas, pero lejos de los mares. Y la protección industrial no favorecía localizarse en las costas marinas y exportar. Ahora echamos de menos las empresas exportadoras localizadas en la costa Caribe o en la Pacífica.
Lamentablemente, no se avizoran en el horizonte mercados mundiales dinámicos que hagan atractivo exportar. Sin embargo, es necesario revisar a fondo la política exportadora y los instrumentos que se utilizan para promover las exportaciones. Las instituciones existen: el Ministerio de Comercio Exterior, el Banco de Comercio Exterior y el Fideicomiso de Promoción de Exportaciones están cumpliendo veinticinco años. El problema es que el asunto no aparece en la agenda pública. Como si exportar no fuera prioritario.
Carlos Caballero Argáez
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