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El metro de Bogotá

El metro, bien ejecutado, ofrece una excelente oportunidad para que esta ciudad se transforme.

Los colombianos, y seguramente con mayor interés los bogotanos, hemos estado esperando muchos años la iniciación de la construcción del metro de Bogotá. Una ciudad de su tamaño, que alberga más de 8 millones de habitantes, distribuidos en un área muy extendida, ciertamente necesita un metro como parte integral de un sistema de transporte, que fortalezca el desarrollo urbano, mejore las condiciones de movilidad y favorezca el desarrollo de diversas áreas de la ciudad. La clasificación de Bogotá en una escala de habitabilidad de la Unidad de Inteligencia de ‘The Economist’, dentro de la cual se considera la infraestructura, es bastante deficiente, pues se encuentra en el puesto 109 entre 140 ciudades del mundo.
Un reciente artículo de ‘The New York Times’ indicaba que Nueva York se había transformado con la construcción de su metro, iniciada hace más de 100 años. Dos claros ejemplos ilustran esta transformación: un área de muy bajo desarrollo se transformó en lo que hoy se conoce como Times Square; y una zona desocupada, localizada entre Manhattan y Queens, donde operaba un hospital para el tratamiento de la viruela, se ha transformado gradualmente en un centro de alta tecnología. Evidentemente, esta transformación se logra con un esfuerzo continuo, que se inicia con la construcción de la primera línea y se mantiene con ampliaciones y un eficiente mantenimiento de sus componentes.
El efecto positivo del metro de Medellín es innegable, y no hay duda alguna de que el sistema le dará un señalado impulso a Bogotá, ciudad que presenta serios problemas de movilidad que afectan su desarrollo. Es clara la urgencia de iniciar este importante proyecto, pero sin cometer errores ni incurrir en sobrecostos, como los que han afectado a muchos proyectos similares en Colombia y otros países.
En Nueva York se terminó recientemente una línea, a un costo de 5,6 millones de dólares por kilómetro. En París se está construyendo otra, en condiciones comparables, dentro de los plazos previstos, a un costo de 0,72 millones de dólares, es decir, el 13 por ciento del costo de la de Nueva York. El contraste es evidente y sugiere la necesidad de ser particularmente cuidadosos para no repetir los errores que seguramente se cometieron en la Gran Manzana.
En el caso del metro de Bogotá existen diversos estudios, adelantados por firmas consultoras. Los más recientes, desarrollados por empresas colombianas y extranjeras calificadas, recomiendan la selección de la opción del metro elevado, para el tramo portal Avenida de las Américas-Calle 72, en vez de la opción de metro subterráneo. Uno de los aspectos más críticos, el problema de adquisición de zonas, ha sido analizado, y se han identificado los predios que deben ser adquiridos para la construcción de la línea y del patio taller de prefabricación. Estos estudios no han sido socializados adecuadamente. Es fundamental hacerlo, para que la opinión pública conozca el proyecto, formule inquietudes razonadas y lo apoye.
Las próximas etapas requieren la preparación de pliegos y planos de licitación, suficientemente elaborados para disminuir los imprevistos que se presentan en la ejecución de obras de este tipo y que permitan la participación de un número razonable de firmas o consorcios calificados. Así mismo, se debe avanzar en la adquisición de zonas para la construcción de las obras, aspecto que ha entorpecido considerablemente el desarrollo de la infraestructura en Colombia.
El metro de Bogotá, bien ejecutado, ofrece una excelente oportunidad para que esta ciudad se transforme y siga el camino exitoso de las urbes del mundo que cuentan con sistemas de transporte masivo integrados, que proporcionan condiciones de vida atractivas para todos los ciudadanos. Es una magnífica oportunidad que los colombianos, y particularmente los bogotanos, no debemos desaprovechar.
CARLOS ANGULO GALVIS
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