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Entre ciudad y arte

La polémica sobre derechos de artistas para producir sus obras en los muros de las ciudades continúa

Armando Silva
El arte urbano cerró el año pasado con el dibujo de un gran pene erecto en una pared de la calle Broome, de Nueva York, desafiando varias miradas. La artista sueca Carolina Falkholt fue contratada por una organización de arte público con la intención deliberada de introducir polémicas sobre sexualidad y machismo y, de paso, agitar el ambiente sobre transgéneros.
Ardieron las polémicas, ciertamente, y la obra terminó, casi higiénicamente, cubierta con una gran tela blanca por carecer de permiso para tal intervención. Pero la polémica sobre derechos de estos artistas callejeros para producir sus obras en los muros de las ciudades continúa, y ahora con nuevos bríos y alcances en la misma urbe, sede mundial de este fenómeno.

Una decisión judicial vuelve a poner de relieve las interacciones entre los derechos del propietario de un bien y los que podrían ganar quienes lo intervienen como objeto de creación.

Acaba de producirse una sentencia judicial que obliga a indemnizar por 6,7 millones de dólares a 45 artistas del grafiti que habían hecho del sector conocido como 5 Pointz, sobre el puente que conecta a Manhattan con Queens, un inmenso museo de la calle en el cual se fueron realizando varias obras desde 1993. La iniciativa había contado con la autorización de su propietario, pero él mismo decidió tapar las obras con pintura blanca, luego derribarlo y construir apartamentos lujosos. Los artistas visuales lo demandaron por atentar contra sus obras y contra la ciudad, y el juez les da la razón imponiendo esa jugosa multa y argumentando además, cual crítico de arte, que esas obras no solo hablaban de problemas sociales de nuestro tiempo, sino que eran de gran calidad plástica, dignas de un museo.
Esta osada decisión judicial vuelve a poner de relieve las interacciones entre arte y ciudad, entre los derechos del propietario de un bien y los que podrían ganar quienes, con permiso o no, lo intervienen como objeto de creación. Estas contradicciones cobran especial sentido hoy, cuando los grafiteros se apartan las más de las veces de las acciones vandálicas y de los panfletos ideológicos y, en cambio, aclaman lo que puede llamarse arte urbano, en el que más bien usan la ciudad y sus epidermis como telas al aire libre para el disfrute ciudadano.
Bogotá misma es un buen ejemplo; el mismo centro, en la calle 13, ha sido engrandecido con soberbios murales que le quitan el gris moho a cambio de coloridas e impactantes figuras que hacen pensar y hasta reír y sufrir; ¿no esa la función del arte?
ARMANDO SILVA
ciudadesimaginadas@gmail.com
Armando Silva
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