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El bombazo del terror

Vivimos una olla de presión, estamos que estallamos, solo que la bomba del Andino estalló antes.

Armando Silva
Al centro Andino le cayó una marca terrible, el terror. Un lugar de paso, de consumo, de encuentro de gente desprevenida que paseaba y daba vueltas por sus instalaciones se vio de repente rodeado por la muerte infame. Un sonido ensordecedor tapó los oídos de quienes allí estábamos; enseguida, el silencio y luego, salir mientras olores químicos invadían el ambiente.
Me quedé absorto con dos libros de mi autoría que había ido a firmar por invitación de la Librería Nacional, sin alcanzar a estampar alguna frase de gratitud a una señora embarazada y a un viejo colega que alcanzó a picarme el ojo por reconocerme ahora en la ficción. Pero nada escribí, pues a las 5 en punto que nos habían citado estalló la bomba, como si fuesen dos eventos a la misma hora.
Ya afuera del centro, adonde fuimos conducidos de modo diligente por la administración, los ciudadanos expulsados empezábamos a saber que había sido un ataque en el baño de las mujeres, justo el Día del Padre. La perversión no podía ser mayor. Lo abyecto, el envilecimiento, la humillación, la bajeza, lo más prohibido posible hecho perversión. Y es perverso porque lo abyecto no asume una interdicción, una regla social, una ley, sino que “la desvía, la corrompe”; el goce tras el dolor del otro, la tragedia de su víctima hasta llevarla a la muerte.
Terror viene del latín terrere, asustar, atemorizar, que a su vez se origina en un prefijo indoeuropeo, ters, ters-temblar, que al mismo tiempo fecunda terso, limpio, rostro liso; lo opuesto. ¿En qué momento lo terso se volvió trémulo y este terror? El diccionario de Gómez de Silva dice que primero fue terso, de tersus, que se daba en una práctica de frotar para pulir hasta que los hacía temblar y formarse terrere, terror, en familia con terrible.
La perplejidad regresaba a Bogotá, las explosiones de los narcos de los 90 brillaban amenazantes. La necesidad de saber la autoría motivó darnos a la tarea de interpretar los hechos, y se hizo notorio que todos veían el origen del bombazo en su opositor político; luego llegan los reclamos de manipulación con el dolor; entretanto se tejen las más increíbles historias, hasta sugerir que sus autores podrían ser las mismas víctimas. La conclusión es clara: vivimos una olla de presión, estamos que estallamos, solo que la bomba del Andino estalló antes.
ARMANDO SILVA
ciudadesimaginadas@gmail.com
Armando Silva
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