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Una guerra abierta no declarada

Los sátrapas iraníes y saudíes protagonizan una pugna por la hegemonía regional única en el mundo.

Antonio Albiñana
Tras la liquidación del llamado Estado Islámico (Isis o Daesh, según el idioma al que se trasladen sus siglas), una vez desalojadas sus milicias de sus enclaves en Mosul (Irak) y Raqa (Siria), vuelve a surgir como el más grave problema de Oriente Medio la guerra candente entre Arabia Saudí e Irán. Se trata de la situación geopolítica más peligrosa después de la de Corea.
Iraníes (persas) y saudíes (árabes) tratan de afirmar su dominio regional y sus fronteras, en permanente tensión, con una cierta cobertura religiosa dentro del islam. Los iraníes dominan el ‘arco chií’ hasta el Líbano, pasando por Siria e Irak, un país, este último, que la torpeza del presidente Bush convirtió en una república islámica chií tras derrocar a Sadam Husein, que mantenía a raya las disputas internas. La guerra en este momento es abierta, aunque no declarada, a través de Yemen, un país ya destrozado.
La pugna entre chiíes y suníes en realidad no es religiosa, sino meramente dinástica o sucesoria. Se remonta a la muerte de Mahoma. Parte de sus fieles se alinearon con su primo y yerno Shiat Alí, se llamaron shiitas (hoy chiíes), mientras que otros, los ‘suníes’, lo hacían por la línea de califas ortodoxos que surgió del suegro de Mahoma y aún espera la aparición del auténtico sucesor del profeta.
Irán disfruta de una cierta bonanza económica por el acuerdo de desbloqueo de sus finanzas que firmó Obama, a cambio de suspender cualquier ambición armamentista nuclear. Un acuerdo pendiente de ‘certificación’ que el presidente Trump trata de anular. Las ‘superpotencias’ son el verdadero respaldo de los ejes de poder en Oriente Medio. Rusia, aliada de Irán y Estados Unidos, de Arabia Saudí, con el dominio geográfico y el petróleo como fondo.
En Arabia Saudí, el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán, acaba de llevar a cabo una ‘purga’ de tipo estalinista que ha conducido al hotel Ritz de Riad, convertido en cárcel, a cientos de presuntos opositores: empresarios, tíos, primos, príncipes... todos descendientes de los 44 hijos del fundador del reino, Abdulaziz Ibn Saud y de sus 22 esposas legales.
Mientras tanto, en Irán se vive una tímida ‘apertura’, con cine de exportación, ciertas libertades civiles, pequeños espacios de opinión a nivel universitario y elecciones periódicas (desconocidas por los saudíes), aunque el país sigue viviendo bajo la férula teocrática de los ayatolás, que tienen la facultad de vetar cualquier ley que consideren contraria a la ortodoxia islámica.
Sostiene el politólogo libanés Amin Maalouf que, contrariamente al tópico ‘progre’, el pecado secular de las potencias europeas no fue imponer al mundo sus valores sino, al contrario, haber renunciado a ellos en la relación con los pueblos dominados. Poniendo sus intereses a toda costa, a veces con el pretexto del ‘respeto’. “No hay unos derechos humanos para Europa y otros para el mundo musulmán o africano. Ningún pueblo de la tierra existe para la arbitrariedad, el oscurantismo o la opresión de las mujeres”.
La actual teocracia de Irán arranca de los años 50 del siglo pasado, cuando los ingleses, para salvar sus intereses, promovieron el asesinato del presidente Mosadeg, un socialdemócrata moderado que quería desarrollar una democracia pluralista que incluía nacionalizar parcialmente el petróleo, en manos británicas. Prefirieron la llegada de la cruel dictadura del sha, quien implantó el chiismo y al que derrocó el ayatolá Jomeini 25 años después. Y así hasta hoy.
Ante la dictadura árabe medieval de los Saud de Arabia acuden a postrarse los dignatarios europeos o estadounidenses, sin preguntarse cuántas cabezas opositoras han rebanado en los últimos meses o a quiénes han crucificado o asesinado a latigazos. Todo sea por el petróleo y sus inmensas inversiones.
Los sátrapas iraníes y saudíes, sostenidos por Rusia y Estados Unidos, protagonizan una pugna por la hegemonía regional única en el mundo: “sin remedio”.
ANTONIO ALBIÑANA
Antonio Albiñana
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