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Sombras sobre el sueño europeo

La Unión Europea significa una fuerte integración continental de naciones y ciudadanías en igualdad.

Antonio Albiñana
“Europa: la tierra menos injusta del planeta”.
(M. A. Bastenier)
Con las cenizas aún calientes de una Europa deshecha, que trataba de reponerse de su segunda guerra en medio siglo –con horrores como el Holocausto–, algunos estadistas, con Robert Schuman y Jean Monnet a la cabeza, trataron de dar vida a una ambición que culminaría, hace ahora 60 años, en la creación de la Unión Europea.
Del Tratado de Roma (1957), que ahora conmemoramos, a la Unión Europea. De compartir recursos económicos (el carbón y el acero) a algo mucho más ambicioso: crear una estructura inclusiva en la que están representados los países, las naciones con sus diferencias y, sobre todo, una ciudadanía europea por encima de lo nacional. En palabras de Jorge Semprún: “Un espacio espiritual construido desde la libertad y la razón”.
Pero, a un año de la crisis del ‘brexit’ (la salida del Reino Unido de la Unión), en los últimos meses han surgido en el continente sombras preocupantes, representadas por partidos de extrema derecha portadores de las visiones del mundo que hicieron derivar a Europa hacia la barbarie de los años 30 del siglo XX. Millones de ciudadanos de Francia, Alemania, Austria, el Reino Unido... por miedo al presunto peligro que representaría la inmigración, o por el mal manejo de la crisis económica, con políticas de “austeridad”, que acaban con “el Estado del bienestar” y pagan las clases medias y bajas, votan por la extrema derecha, aun sin adherirse expresamente a su discurso. Pero el mensaje antieuropeísta va calando.
El último ejemplo ha sido Austria, donde los ultraderechistas del FPÖ prácticamente han igualado en votos a los socialdemócratas, que llevaban diez años gobernando y serán desalojados por una coalición derecha-ultraderecha. El líder de los fachas, Heinz Strache, tiene como bandera la lucha contra la inmigración, y muchas veces los jefes de su partido han elogiado directamente el nazismo.
En Alemania, las elecciones de final de septiembre significaron un importante avance de la extrema derecha del AfD, convertido en tercer partido. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, un partido que simpatiza con algunos ideales de los nazis llegará al Parlamento con 94 escaños.
El de Francia es un caso preocupante de extrema derecha cuya bandera principal es la “contra-Europa”, que se ha consolidado en torno al Frente Nacional que lidera Marine Le Pen y consiguió pasar a la segunda vuelta en las presidenciales de abril, tras el fracaso del socialista François Hollande. Como señala el politólogo Sami Nair, los discursos de la extrema derecha dan la impresión de sintetizar con simplicidad y eficacia las aspiraciones frustradas de las gentes que se perciben desamparadas por los partidos tradicionales.
El uso por parte de la derecha antieuropea de la inmigración como supuesto “peligro” para los puestos de trabajo nacionales es un caso de gran falsedad, ampliamente difundida como “posverdad”. La verdad es que la población europea, que se estabiliza o envejece, necesita de los inmigrantes para equilibrar cuentas en los diferentes países de acogida.
Por ejemplo, España, según Naciones Unidas, necesitaría 12 millones de inmigrantes de aquí a 2050, año en el cual se estabilizaría, para resolver el problema del envejecimiento. Hoy son ya las cotizaciones de los inmigrantes las que equilibran la caja de la seguridad social.
En todo caso, por encima de las sombras que supone el avance de fuerzas retrógradas, y de la necesidad de impulsar sus instituciones y hacerlas más representativas y menos burocráticas, la Unión Europea significa ya una fuerte integración continental de naciones y ciudadanías en igualdad, inédita hasta hoy en el resto del mundo.
ANTONIO ALBIÑANA
Antonio Albiñana
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