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Migraciones y ‘posverdad’

Se utiliza la mentira de forma cada vez más intensa en política y con gran capacidad de penetración.

Hace ahora ocho años, David Roberts inventaba en la revista estadounidense ‘Grist’ el término ‘posverdad’ para referirse al mensaje de los políticos que negaban el cambio climático a pesar de las evidencias científicas. Desde entonces, como apunta la analista Sol Gallego, se abrió la “época posverdad”, en la que se utiliza la mentira de forma cada vez más intensa en política y con gran capacidad de penetración.
Si durante el pasado 2017 distintas formas del fenómeno han punteado la primera fase de la presidencia Trump en Estados Unidos, en Europa la posverdad referida a los supuestos ‘males’ ocasionados por la inmigración –decadencia para el empleo y las economías, inseguridad, penetración del terrorismo, etc.– derivó en los mensajes xenófobos y ultraderechistas que avanzaron con éxito en los parlamentos regionales y nacionales e hicieron retroceder los principios fundacionales europeos. Todo ello con el fondo de un Mediterráneo convertido en inmenso cementerio a cielo abierto, donde naufragan periódicamente precarias embarcaciones sobrecargadas con cientos de africanos. Algunos supervivientes son vendidos como esclavos en Libia.
La ‘posverdad’ se enseñorea del Viejo Continente en este comienzo de 2018, y ya está condicionando acuerdos internacionales y elecciones, como en la República Checa.
Desde los años 80 del pasado siglo, la inmigración fue concebida positivamente en la Unión Europea como una variable de ajuste estructural del mercado de trabajo. En 2015 se mezcló el asunto migratorio con la llegada de refugiados de las crisis orientales y africanas, y la Comisión Europea reaccionó con rapidez ofreciendo acogida a los refugiados. Sin embargo, una ‘posverdad’, que lanzaba sospechas de terrorismo sobre las peticiones de refugio, hizo que al final los peticionarios de asilo fueran asignados en incumplidas ‘cuotas’ por Estados y se hacinaran ‘provisionalmente’ en campos de internamiento diseminados sobre el espacio europeo sin papeles ni derechos, rehenes de los controles policiales y víctimas de las mafias.
Se impuso el ‘aire de los tiempos’ del racismo y la xenofobia sobre los valores de los tratados europeos: la solidaridad y el respeto de los derechos humanos. La canciller alemana, Ángela Merkel, a la cabeza de un gobierno de centroderecha, pagó con la disminución de votantes su ‘osadía’ al establecer una política sensata de acogida a inmigrantes y refugiados, un millón en total, perfectamente metabolizables en una economía como la alemana. La ‘posverdad’ antiinmigración prendió en un sector del electorado alemán y dio excelentes resultados en los últimas comicios a la populista Alternativa para Alemania (AFD). Lo mismo ocurrió en Austria, donde los ‘ultras’ del FPÖ, con su mensaje antiinmigratorio, van a gobernar con 13 carteras, entre ellas Exteriores y Defensa.
Es bien sabido que las migraciones son un fenómeno ligado a la Historia de la Humanidad desde el Neolítico. Han sido la base en la población de naciones y continentes. ¿Qué sería Estados Unidos sin la suma de poblaciones inmigrantes llegadas de Irlanda y los países nórdicos de Europa para huir del hambre?
Sin embargo, se abren paso de nuevo las ideologías xenófobas que consideran al migrante un peligro potencial. En las estrategias de seguridad se suele unir migración y terrorismo a la hora de establecer políticas preventivas. Todo demandante de asilo es considerado sospechoso y confinado hasta conocer “sus intenciones”.
En las clases que impartí en la Escuela de Jueces, recuerdo a jóvenes togados, llegados de distintos lugares de España, intercambiando experiencias sobre la presión policial que sufrían para firmar de inmediato órdenes de expulsión contra demandantes de asilo o simplemente contra los que entonces se llamaban ‘sin papeles’, a lo que ellos se resistían. Fue ahí cuando se puso a circular el eslogan de ‘Ningún ser humano es ilegal’.
ANTONIO ALBIÑANA
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