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La nueva guerra de Corea

Cuando la histeria militar puede conducir a la catástrofe, se impone ir a la mesa de negociación.

No sé cómo será la tercera guerra mundial, pero sí sé que la cuarta será con palos y piedras: Albert Einstein
Las torvas declaraciones, vía tuit, del presidente Donald Trump el domingo pasado, desautorizando a su ministro de Exteriores, Rex Tillerson, que en su visita a China había hablado el día anterior de canales abiertos de comunicación con Corea del Norte –“guárdate la energía, Rex, haremos lo que tenemos que hacer, estás perdiendo el tiempo negociando con el pequeño hombre cohete”–, se suman a las que había pronunciado unos días antes en la Asamblea General de las Naciones Unidas, amenazando con “destruir totalmente a Corea del Norte”.
Son el reflejo de una personalidad arrogante e infantil, de un compulsivo usuario de las redes sociales, con sus agresividades belicistas, simétricas a las de su oponente, el dictador Kim Jong-un, que lanza desde Corea sus ridículas baladronadas tras cada prueba armamentista.
Muchos analistas se refieren en estos días al riesgo real de una nueva ‘guerra de Corea’. Por ejemplo, el Financial Times: “Las grandes guerras del siglo XX fueron precedidas muchas veces de errores de cálculo catastróficos; una amenaza similar se cierne sobre la península coreana; los dos líderes, Kim Jong-un y Donald Trump, son imprevisibles”.

Hoy, desde el Sur se analiza la experiencia alemana, cuando el Este comunista se dejó absorber en la práctica por el Oeste, una vez desaparecido el paraguas soviético

Pocos hablan de los que sufrirían de verdad las consecuencias de una nueva contienda. Fundamentalmente, la población anónima, “los peatones de la historia” (según la expresión de Vázquez Montalbán), quienes no han olvidado el desastre de la Primera Guerra, que arrasó el país del norte entre 1950 y 1953. Incluyendo, por parte de EE. UU., bombardeos químicos y crímenes de guerra, como la destrucción de los embalses.
Hoy se baraja la posibilidad de una segunda guerra de Corea. Sería más rápida y fulminante. Desde el Sur, ultraarmado, con 29.000 soldados estadounidenses, submarinos nucleares, armas tácticas, etc., podrían arrasar el Norte en poco tiempo, como amenaza Trump. Empezando por un ataque preventivo a las instalaciones nucleares de Pionyang. Pero difícilmente podría acabar con todas a un tiempo. Es muy probable que, ante una acción así, Corea del Norte dirigiera de inmediato su artillería hacia el Sur. Un misil lanzado desde la frontera tardaría apenas 45 segundos en llegar a Seúl, acabando con los 25 millones de habitantes de su área metropolitana.
Cuando la histeria militar puede conducir a la catástrofe, se impone llevar a Corea del Norte a la mesa de negociación. En el plano internacional, retomando las que se empezaron en los 90, cuando Estados Unidos y Corea del Norte llegaron a un acuerdo por el cual se congelaría el programa nuclear norcoreano a cambio de ciertas ayudas y garantías de seguridad, pronto ignorado por Bush.
A escala peninsular, en 64 años ambas Coreas no han abandonado nunca la pulsión reunificadora. La quimera de Kim Il-sung era llevarla a cabo a través del poderío militar del Norte. Hoy, desde el Sur se analiza la experiencia alemana, cuando el Este comunista se dejó absorber en la práctica por el Oeste, una vez desaparecido el paraguas soviético. El problema es que la diferencia entre las economías germanas era de 4 a 1 a favor del Oeste. En este momento, en Corea, el Sur es 60 veces más rico que el Norte. Quedaría un largo trecho.
Por lo demás, hay que asumir que mientras las conversaciones llegan a buen puerto, hay que convivir con una Corea del Norte con capacidad nuclear, aun sin ensayos. Renunciar a esta sería suicida para un régimen que no solo no podría justificar los sufrimientos impuestos a la población para privilegiar la defensa del país a costa de su bienestar, sino que, sobre todo, lo convertiría en vulnerable a un ataque exterior como el sucedido en Irak.
ANTONIO ALBIÑANA
* Periodista y analista hispanocolombiano, fundador y director de la Edición española de ‘Le Monde Diplomatique’ y director del programa de TV ‘Las claves’
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