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¿Dónde está la ONU?

Es el momento de resolver la ‘crisis de gobernanza’ que atraviesa Naciones Unidas.

Ante la prolongada tragedia de la guerra de Siria, o cuando cada día asistimos al problema cada vez más grave de las migraciones, o a decenas de conflictos abiertos e ignorados en África o Asia, es mucha la gente que se pregunta: ¿para qué sirve la ONU?
Cada día vemos cómo algunas de las grandes potencias actúan por su cuenta, sin contar con el que debía ser el máximo órgano de decisión internacional, alardeando de ignorar a la ONU. Recordemos, por ejemplo, la reunión entre el presidente de Estados Unidos, George Bush, y el británico Blair, con el español Aznar de comparsa, en las islas Azores para decidir el que se considera el mayor crimen internacional del siglo XXI: la invasión de Irak sin ningún motivo verosímil, que provocó centenares de miles de muertos, millones de refugiados y abrió un conflicto sectario que destruye una región entera del planeta.
Pasadas más de siete décadas desde su fundación, urge revisar lo que representa y cómo funcionan la ONU y toda la arquitectura internacional levantada al final de la Segunda Guerra Mundial. La Organización de Naciones Unidas sufre un defecto de origen: fue creada para garantizar la paz y el ejercicio de los derechos humanos, pero, bajo la férula de los ‘vencedores’, que se reservaron cinco asientos permanentes en su órgano directivo, el Consejo de Seguridad, con derecho a veto sobre cualquier decisión, del que carecen los otros diez miembros que se van alternando en el organismo. Ese poder de veto es usado por las grandes potencias, Estados Unidos y Rusia sobre todo, para frenar actuaciones que debieran servir para cumplir la función de paz y mediación de la ONU, por ejemplo en Oriente Próximo.
¿Qué sentido tiene que no se modifique de una vez la Carta Fundacional de Naciones Unidas, que excluye como “enemigos” (arts. 52 y 57) a grandes potencias como Japón o Alemania de asientos permanentes en el Consejo de Seguridad? ¿O que no estén en el organismo de dirección de la ONU países como India o Brasil? Además, Estados Unidos, la nación que más aporta a su financiación, juega con esta ventaja y ejerce chantajes permanentes. En 1996 impidió la reelección del egipcio Butros Gali al frente de la ONU. Como me confirmó este en una entrevista, la propia secretaria de Estado de EE. UU., Madeleine Albright, le había comunicado en vísperas de la renovación de su mandato (que ya contaba con el apoyo de la inmensa mayoría de países miembros) que Estados Unidos retiraría su financiación a Naciones Unidas si no renunciaba a su reelección.
A esto hay que agregar los fracasos en momentos decisivos, como durante el genocidio de Ruanda en 1994, en el cual fueron exterminadas 800.000 personas, mientras estaba presente una de las 16 misiones de paz de la ONU, que agrupa a 100.000 cascos azules.
En estos momentos de crisis de gestión y representatividad, lo que hace la ONU se reduce a emitir ‘recomendaciones’, a actuar cuando las guerras ya han terminado como garantes de la gestión de la paz, como sucede en Colombia, siempre en una actitud defensiva y de ‘observación’.
Es el momento de resolver la ‘crisis de gobernanza’ que atraviesa Naciones Unidas, sin duda “la más importante innovación política del siglo XX”, como señala Jeffrey Sachs. Una instancia imprescindible que debe empezar por el abandono del paralizante ‘derecho de veto’ de las potencias vencedoras en 1945.
P. S. Invadir Holanda. Una legislación del Congreso de Estados Unidos autoriza al presidente a usar la fuerza para “rescatar” a cualquier ciudadano de este país que sea llevado a juicio en el Tribunal Penal Internacional de La Haya, acusado de participar en crímenes de guerra o delitos de lesa humanidad. Se montaría en ese caso un comando especial y se lo sacaría por la fuerza de la capital holandesa, para devolverlo a su unidad militar o a su casa. ¿Justicia internacional? Sí, para los demás.
ANTONIO ALBIÑANA
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