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Cuba, el cambio que viene

El sistema que hereda Díaz-Canel sigue en quiebra y con la necesidad de un golpe de timón.

La palabra mágica en la transición española de la dictadura a la democracia fue ‘cambio’. Constituyó la idea fuerza de los progresistas y fue el nombre de una mítica e influyente revista. El protagonista inicial del ‘cambio’ fue Adolfo Suárez, un joven político que venía de las entrañas del régimen de Franco, cuyos principios juró formalmente seguir.
Algunas semejanzas se pueden ver con lo que está ocurriendo en Cuba con la elección/nombramiento del ingeniero Díaz-Canel como presidente, aunque no sean previsibles grandes señales a corto plazo. Y una diferencia esencial: los tecnócratas franquistas, con el concurso de las remesas de los emigrantes y los ingresos del turismo, habían dejado la economía en condiciones aceptables para que los protagonistas del cambio se dedicaran a abrir el sistema en pocos años a las libertades, el pluralismo y el pacto democrático.
En Cuba, la principal asignatura pendiente sigue siendo la economía. Es un país que, desde el mismo inicio de la Revolución en 1959, no ha dejado de vivir en una incierta ‘transición’ a un modelo propio, más allá del asistencialismo o la ayuda externa, primero de la URSS, luego de Venezuela. Todo ello con el hostil imperio estadounidense a 90 millas, metiendo agentes de la CIA por todas partes, decretando el bloqueo de la economía y montando permanentes tentativas de atentado contra Castro.
Retirado el comandante, su hermano Raúl intentó desde 2006 meterle mano a la economía, haciendo más colectiva la cúpula del régimen, promocionando el ‘cuentapropismo’, mediante el cual medio millón de cubanos se hicieron empresarios individuales, y estimulando la inversión europea.
Pero el sistema que hereda Díaz-Canel, quien por primera vez ocupará en Cuba, al margen del Partido Comunista, las presidencias del Consejo de Ministros y del Estado, sigue en quiebra y con la necesidad de un golpe de timón. La incógnita estaba en torno al modelo por el que el nuevo jefe de gobierno optaría para poner de una vez final a Cuba como ‘transición permanente’. El socialdemócrata, que siempre aconsejó Felipe González a su buen amigo Fidel, o el oriental, que aparece exitoso con su mezcla de cierre político y apertura económica.
Las dudas desaparecieron cuando vi aparecer por los jardines del Hotel Nacional de La Habana una nube de vietnamitas rodeando al hombre fuerte del régimen, Nguyen Phu Trong. Mis fuentes en la dirección del hotel me confirmaron que llevaban dos días reuniéndose en comisiones, en alguna de las cuales había participado Díaz-Canel. Ya está claro el modelo con el que se van a abordar los problemas ‘macro’ de la economía cubana en la última actuación de Raúl Castro y la primera de su delfín civil, tal como destacó la televisión al día siguiente.
Pero hay otros problemas propios de la realidad de la isla. Uno urgente: eliminar el doble cambio de moneda: hoy, los dólares estadounidenses hay que convertirlos en dólares cubanos (CUC) con un 10 % añadido, lo cual estimula la corrupción. El otro, llegar a un cierto consenso social, que ya no provendrá del entusiasmo revolucionario de los sesenta, sino de lograr un mínimo nivel de satisfacción de las necesidades. Por otra parte, la juventud, a la que se ha abierto la posibilidad del uso de internet y se arracima en torno a los grandes hoteles o a las plazas donde el Estado ha abierto la posibilidad del wifi, no entiende ya la imposibilidad de un mínimo pluralismo social y político, y la ausencia, a todas luces condenable, de libertades de expresión y prensa.
La transición está abierta. Una veterana militante del Partido Comunista me muestra las ‘tranquilizantes’ cifras de adhesión pacífica al sistema, respecto a los que desde Miami quisieran ver destruida, tal vez con violencia, la obra de la Revolución: en los libros de condolencias que se abrieron tras la muerte de Fidel, más de 8 millones de cubanos (sobre 11) firmaron expresamente por la continuidad del sistema.
Me vino a la memoria la frase de Juan Domingo Perón: “No es que nosotros seamos buenos, es que los otros son peores”.
ANTONIO ALBIÑANA
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