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Me gusta mucho la paz

Yo no quiero que sigan matando a mis familiares, a mis amigos y vecinos y a los colombianos. Tengo algunos reparos, pero mi voto es Sí.

Los historiadores dirán: qué raros esos colombianos del año 2016; hubo que gastar 280.000 millones de pesos del exhausto presupuesto para convencerlos en un plebiscito de que es mejor vivir en paz; que es mejor ver programas agradables en televisión que escuchar de secuestros, violaciones, torturas, masacres, destrucción de oleoductos y de pueblos.
Sigamos en el futuro. Todos los países del mundo, el Papa, Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU, la OEA, la Corte Penal Internacional y un larguísimo etcétera apoyaban la paz de Colombia y no faltaban colombianos que, con sus argumentos, pensaban diferente. Era absolutamente imposible que las Farc entraran en renegociación, sencillamente porque no querían perder lo ganado. ¿Y es que ganaron? Desde luego, en unas conversaciones de paz las dos partes ganan algo y pierden algo. Todos ceden, como es obvio.
Volvamos al presente. Así no funcione la paz pactada, es necesario arriesgar porque la paz y la tranquilidad valen todos los intentos y es mejor pasar a la historia como los colombianos del 2016 que quisieron apostar a la paz y a nuestros hijos debemos dejarles paz, no podemos robarles lo que es suyo y lo suyo es la paz. La mayoría de las víctimas de la guerra perdonan y quieren la paz. Y muchos que no han sufrido secuestros, ni desplazamientos, ni torturas, ni horrores, que han vivido tranquilitos en sus casas y con sus caballos, piensan diferente.
Haciendo campaña Álvaro Uribe Vélez por el No en Buenaventura se levanta un muchacho, Leonard Rentería, y le dice: “Yo soy una víctima del conflicto armado. Si yo tengo que darles la mano a los victimarios, estoy dispuesto a hacerlo porque creo en el perdón”. Dicen las noticias que el auditorio lo aplaudió. Buenaventura fue víctima hace un tiempo del asedio total de los violentos que durante 20 días estaban asfixiando a la ciudad.
El peligro del castrochavismo no es este pacto de paz. Lo es la corrupción, pues como dice Carlos Castañeda, un amigo mío, la corrupción es arma de destrucción masiva. Y nuestra clase política encarna la más genuina corrupción. De ello hablaré otro día.
Sería interesante recordar a algunos que la guerrilla ha cesado en un 98 % desde hace tiempo sus fechorías, cumpliendo así la palabra dada. Copio un ‘Confidencial’ de la revista Semana: “El acuerdo de La Habana garantiza 5 senadores y 5 representantes para las Farc durante dos períodos legislativos. En otros países donde ha habido procesos de paz las cifras son las siguientes: Angola, de 220 curules 70 fueron para los desmovilizados. Además, les dieron 4 ministerios, 7 viceministerios y 7 embajadas. Nepal, de 330 curules 83 fueron para la insurgencia, más 5 ministerios. Sudán, de 450 curules, les dieron 126, más la vicepresidencia y 8 ministerios. En Nigeria, de 76 curules les dieron 24. En Sierra Leona les dieron la vicepresidencia, 4 ministerios y 4 viceministerios”. Otro amigo, Julián Vega, me dijo: ¿Y es que los actuales congresistas son ejemplo de algo?
Otro amigo mío, furibundo partidario del No, llegó a decirme en su apasionado discurso: “Es que los partidarios del Sí manejan la falacia de que la paz es mejor que la guerra”. (¡Madre mía!). No, amigo, no te descontextualizo, es que también dijiste que a ellos hay que acabarlos a punta de balas y no con el diálogo civilizado.
A mí por lo menos me gusta mucho la paz, me encanta, me parece sabrosa, rica, envidiable. Yo no quiero que sigan matando a mis familiares, a mis amigos y vecinos y a los colombianos. Tengo algunos reparos, pero mi voto es Sí.
Andrés Hurtado García
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