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Estatuto de la oposición

El estatuto está muy bien intencionado. Pero más que normas, se necesitan actitudes políticas y cambios de comportamiento para volver al esquema gobierno-oposición.

Desde hace años, distintos sectores políticos vienen reclamando la expedición de un ‘estatuto de la oposición’, petición que, entre otras más, quedó plasmada en los acuerdos de La Habana.
El Ministerio del Interior ha preparado un muy completo proyecto de ley estatuaria “por medio del cual se adopta el Estatuto de la Oposición Política y algunos derechos a las agrupaciones políticas independientes”. Es un cuerpo normativo completo que además de recopilar algunas de las disposiciones existentes en la materia, regula otras de particular importancia, siendo la más relevante la que por ley prohibiría el lentejismo, socorrida práctica que impide la existencia real de oposición.
Para comenzar, define la oposición como un derecho fundamental, recoge lo consignado en otras normas como el derecho de petición a las autoridades, el derecho de réplica, el uso por parte de los canales estatales y de los concesionarios del espectro electromagnético, la participación en las mesas directivas del Congreso y de la Comisión Asesora de Relaciones, entre otros aspectos.
Introduce la financiación “adicional para el ejercicio de la oposición” que existe hoy para el funcionamiento de todos los partidos y, una nueva figura, el ‘día de la oposición’. A mi juicio, la novedad más importante es la contenida en el artículo 27 del proyecto, que prohíbe designar a miembros de partidos de oposición “en cargos de representación política, directores, gerentes o jefes de entidades públicas en el Gobierno, dentro de los seis meses siguientes a su retiro de la agrupación política, mientras se mantenga la declaración de oposición”.
Es curioso que tengamos que establecer por ley la prohibición del lentejismo cuando en toda democracia lo normal es que los que ganan gobiernan y los que pierdan hagan oposición pura y simple, para buscar ser alternativa de poder.
Laureano Gómez socializó la expresión ‘romanismo’, en alusión al senador Román Gómez, para fustigar a los conservadores que, rompiendo la línea del partido, apoyaban el gobierno de Olaya Herrera.
Es bien conocida la anécdota que recrea el historiador Benjamín Ardila conforme a la cual, cuando le llevaron a Olaya el resultado de que unos conservadores se habían volteado al lado del Gobierno, el jefe del Estado contestó “(...) qué traidores tan leales”. Durante la dictadura de Rojas Pinilla hubo varios liberales rojistas.
Pero la parte final de este lentejismo, que prácticamente disolvió al liberalismo en partidos como ‘la U’ y Cambio Radical, arrancó en 1998. El Partido Liberal, con Horacio Serpa, perdió la presidencia con Andrés Pastrana, pero ganó ampliamente las mayorías en el Congreso.
De inmediato, un grupo de ‘liberales colaboracionistas’ del que hicieron parte, bajo el ropaje de Gran Alianza para el Cambio, entre otros, Humberto de la Calle, Armando Estrada, Miguel Pinedo Vidal, Rafael Pardo y Luis Guillermo Giraldo, rompieron al liberalismo, permitiendo la elección de Fabio Valencia como presidente del Senado, y le facilitaron a Pastrana mayorías en el parlamento.
Ese fue el origen de Cambio Radical, sin la participación en ese momento de Germán Vargas, que se mantuvo en el Partido Liberal. Irónicamente, se fundó ese partido en un teatro de Chapinero conocido antes como el teatro de La Comedia.
Álvaro Uribe fue elegido prácticamente sin parlamentarios que lo apoyaran, con la notable excepción de Germán Vargas en Bogotá. Al poco tiempo tenía ya una bancada formada por antiguos liberales, agrupados luego con la primera letra de su apellido, con destacadas figuras como Roy Barreras y Armando Benedetti, entonces sus leales escuderos. Lo que hoy se conoce como la Unidad Nacional no es otra cosa que el liberalismo de antes, y un sector conservador.
Sin normas, Virgilio Barco instauró un esquema de gobierno-oposición que lamentablemente se desmontó después para volver a esa especie de Frente Nacional.
El estatuto está muy bien intencionado. Pero más que normas, se necesitan actitudes políticas y cambios de comportamiento para volver al esquema gobierno-oposición
Alfonso Gómez Méndez
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