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El Papa en el vecindario

Francisco llegará con la certeza de encontrarse en tierras que reconocen su gestión.

Alexánder Cambero
Desde el cielo plomizo que cobijaba la patria, las manos del papa Pablo VI bendijeron a Venezuela aquella mañana del 22 de agosto del año 1968, en su viaje a Colombia, investido como el primer sumo pontífice que visitaba a nuestra América en dos mil años. Lo hacía trece meses después del terremoto de Caracas, que había dejado un balance de dos mil heridos, doscientos treinta y seis muertos y cuantiosos daños materiales por más de diez millones de dólares.
Una cruz marcada en el pavimento se transformó en un símbolo de una fe que no retrocedió ante el funesto golpe de la naturaleza. El inolvidable Juan Pablo II llegó a Colombia en 1986 para recorrer diez ciudades en un periplo cargado de un gran fervor religioso, que reencontró las raíces de una nación profundamente cristiana, pero azotada por el morbo de la violencia extrema. Aquella senda del santo padre dejó una huella profunda en cada rincón. El alegre peregrino se vistió con la grandeza de su autenticidad.
Ahora, el actual máximo jerarca de la Iglesia católica visita a Colombia trayéndonos un mensaje de paz. El papa Francisco llegará con la certeza de encontrarse en tierras que reconocen su gestión de hombre de pensamientos amplios. Lejos de antiquísimas prácticas de quienes tienen la erudición del conocimiento ecuménico, pero que no sienten el sufrir del pueblo humilde.
Un hombre que rompe los cánones de su alta investidura para asomarse en el corazón que tiembla ante la necesidad de un poco de caridad. Senderos que hablan su propio idioma en una suerte de encuentro entre los pueblos. Kilómetros sin las ataduras culturales de otras formas de observar los aconteceres terrenos. Aquí su legado tiene la compañía de millones de seres que andan en la búsqueda de naciones que garanticen que la vida tenga el rol fundamental que corona la verdad del evangelio. Un hombre distinto, sin las ínfulas históricas del poder entronizado en la Roma. Rompiendo con los paradigmas arrastrados desde que el imperio se convirtió al cristianismo.

Desde Venezuela observamos su llegada con expectación. Una nación sometida por una cruel dictadura sabe que una voz con su preeminencia moral está de visita en el vecindario

Desde Venezuela observamos su llegada con expectación. Una nación sometida por una cruel dictadura sabe que una voz con su preeminencia moral está de visita en el vecindario. No es tan lejana la visita de Francisco, sabiendo que un hermano país sufre los rigores de una pesadilla constitucional que tritura libertades y somete a la democracia al escarnio público. Una élite narcoterrorista que no se detiene ante nada debe ser enfrentada por todos aquellos que no comulgan con el totalitarismo.
Colombia ha sido un verdadero hermano recibiendo a todos los que han huido de su patria: les abrió su corazón sin mezquindad. Ese ejemplo de nobleza nos llena de gratitud a los venezolanos. La cercanía de los afectos hará que nuestra patria esté en muchos de los que hablen con Francisco, que sepa la realidad en las voces del pueblo. Ese dolor desgarrante del país arrebatado debe ser denunciado en cada escenario. El totalitarismo avanza con absoluta impunidad; el crimen vestido con ropaje constituyente es el gran verdugo de los venezolanos. Frente a esto no pueden callar las voces libres.
La República de Bolívar sabe que Colombia es un aliado para su pronta liberación. Tener al papa Francisco en sus predios es una magnífica oportunidad para que sienta el dolor vecino. Que pueda comprobar en algo lo mucho que le han contado. Es hora de tenderle la mano a Venezuela.
ALEXANDER CAMBERO
alexandercambero@hotmail.com
Alexánder Cambero
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