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No llores por mí, Jerusalén

¿Qué sentido tienen las embajadas? Pues irritar a todos.

Estas idas y vueltas de Trump, fiel a su estilo de ‘showman’, me hacen pensar que, al fin de cuentas, la clave la tiene Lucifer. Dice san Lucas, que el diablo quiso tentar a Jesucristo y, entonces, le mostró los reinos del mundo mientras le decía: “Te daré la autoridad y grandeza de todos ellos. Me las han dado a mí, y se las puedo dar a quien yo quiera… Si… me adoras”. A lo que Jesús respondió: “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él”.
Desde que Trump amenazó con reconocer a Jerusalén como capital de Israel y ordenar el traslado de la embajada, el revuelo fue fenomenal. Aun cuando el presidente aclaró que reconocerá “que las fronteras específicas de la soberanía israelí en Jerusalén estarán sujetas a negociaciones de estatus final” con los palestinos, y que seguirá apoyando el “ ‘statu quo’ en el Monte del Templo” o Explanada de las Mezquitas, en la parte palestina de la ciudad.
En rigor, una ley de 1995 insta a Washington a trasladar su representación a Jerusalén, pero nunca se concretó porque los presidentes desde Bill Clinton lo han postergado. Ahora se convertiría en el único país que reconoce como capital de Israel a esta ciudad. Sucede que, tras la anexión israelí de la parte oriental de la urbe –donde los palestinos quieren instalar su gobierno–, la ONU llamó a la comunidad internacional a retirar sus legaciones de la Ciudad Santa.

Es una ciudad única, sagrada para los hebreos, cristianos y musulmanes y tiene una vocación especial para la paz… hasta que llegaron los políticos.

El 15 de mayo de 1948 estalló la primera guerra árabe-israelí y las batallas más violentas, que se sucedieron hasta julio de 1949, se desarrollaron en los alrededores y dentro de la ciudad que terminaron con la división de Jerusalén, el Oeste en manos de Israel y el Este en poder de Jordania hasta 1967 cuando, tras la Guerra de los Seis Días, el control pasó a manos de Israel.
En cualquier caso, el traslado demandaría no menos de tres años ya que hay alrededor de 1.000 personas en la embajada y llevará tiempo encontrar un lugar y construir una nueva sede. Con lo que al menos hasta las próximas elecciones presidenciales no se concretará físicamente… y luego veremos. Aunque el embajador podría ser enviado y utilizar una parcela que EE.UU. arrienda allí desde 1989 o convertir el consulado que tiene en esta ciudad en embajada.
Jerusalén, una de las ciudades más antiguas del mundo, considerada ‘santa’ por cristianos, judíos y musulmanes, es el principal foco de conflicto entre Israel y los árabes. De modo que los países musulmanes y grupos terroristas como Hamas y la yihad islámica, respaldados por Irán, han amenazado con represalias.
El Papa expresó su preocupación y pidió que se respete el estatus actual. “Mi pensamiento va a Jerusalén”, expresó y agregó que “es una ciudad única, sagrada para los hebreos, cristianos y musulmanes… y tiene una vocación especial para la paz”… hasta que llegaron los políticos.
Llama la atención que esa embajada tenga 1.000 empleados, son muchos sueldos que pagan los contribuyentes, y qué poco sentido tiene sobre todo hoy cuando, vía internet, es posible hasta tener reuniones virtuales. ¿Qué sentido tienen entonces las embajadas? Pues irritar a todos.
Luego, esto de los Estados –los reinos que menciona el diablo–, las fronteras, claramente son fuente de permanente conflicto, no diré que pueden eliminarse, pero pareciera que Lucifer por una vez ha dicho la verdad: “La autoridad y grandeza de todos los reinos han sido dadas a mí y las puedo dar a quién quiera”.
ALEJANDRO TAGLIAVINI
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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