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Con las instituciones no se juega

Hay quienes piden acabar con la industria y con todo lo que se ha logrado en los últimos años.

En medio del desorden político que heredamos de nuestro nacimiento como República, el santanderismo (así llaman peyorativamente al fetichismo minucioso que nos ha hecho inundar nuestras vidas de normas, procedimientos y organizaciones formales) nos ha permitido crecer en algunos campos a través de las instituciones.
En el sector de hidrocarburos han sido las instituciones las que han permitido aprovechar la actividad extractiva y sobrevivir a difíciles coyunturas. Stiglitz decía que las instituciones realmente importaban. En este caso particular tiene razón.
Los cambios en la normatividad petrolera de comienzos de siglo crearon y desarrollaron uno de los sistemas más sólidos y eficientes en materia de política pública. La creación de nuevas entidades, la modificación de reglas, el impacto que ha tenido en otras representaciones orgánicas del Estado y las dinámicas de realimentación hacen de esta una institucionalidad que, a pesar de las crisis externas, no desvía el camino emprendido.
Así se creó la Agencia Nacional de Hidrocarburos, se escindió Ecopetrol y se importaron nuevos incentivos para la exploración y explotación de recursos, que garantizan los beneficios para el país y la solidez del sector.
A consecuencia de lo que los politólogos llaman “path dependency”, la actual institucionalidad, que cumplirá 15 años en pocos meses, no ha sido fácilmente desechada cuando las condiciones han cambiado. Aunque nuevas iniciativas han sido creadas para afrontar los constantes retos, las formas no han variado drásticamente. A diferencia de lo sucedido en países vecinos.
Después de la puesta en marcha de esta postura política, el escenario actual del sector petrolero ha encontrado limitantes y situaciones difíciles que ha afrontado con políticas alineadas con esta institucionalidad contemporánea. Es destacable que no ha existido aún una fuerza capaz de superar la inercia de la política petrolera de los gobiernos nacionales.
Si bien para la industria y para el Gobierno lo hecho en el 2003 generó beneficios crecientes, abiertamente se habla de la necesidad de hacer mejoras y cambios ajustados, por supuesto, a la institucionalidad actual.
Pero hay otras voces que piden alterar lo construido y critican lo que se ha edificado con tanto esfuerzo; hay quienes piden acabar con la industria completa y con todo lo que se ha logrado en los últimos años. Como hicieron países vecinos.
Solo las instituciones fuertes sobreviven. Y la nuestra ha madurado y crecido gracias a la solidificación de los cimientos sobre los que se construyeron las nuevas reglas.
En los últimos quince años hemos sido testigos de una inercia y resistencia al cambio de la institución hidrocarburífera, gracias a la cual hemos crecido como país.
Debemos seguir trabajando para mejorarla, no para sepultarla. Huyámosle a la improvisación para este sector, no permitamos que jueguen con la institucionalidad. En Colombia, las instituciones realmente importan.
ALEJANDRO RIVEROS
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