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Parar la epidemia de homicidios

Es totalmente posible, en el lapso de 10 años, bajar la tasa de asesinatos a la mitad.

En el año 2002 Colombia era el quinto país más violento del mundo. En el 2012 el país había bajado al lugar número 11 de esa clasificación. El año pasado, de acuerdo con el Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé –un centro de estudios brasileño responsable de la base de datos más completa y más actualizada de muertes violentas en el mundo–, Colombia ocupó la posición número 16 con 21,9 homicidios por cada cien mil habitantes.
Casos puntuales como el de Medellín, que en los años 90 era la capital mundial del crimen y hoy tiene una tasa de homicidio literalmente 10 veces menor, son los más visibles en una trayectoria positiva a nivel nacional que es importante reconocer. “Cuando se mira el largo plazo, indudablemente ha habido reducciones importantes del homicidio en varias ciudades grandes de Colombia”, me explicó Katherine Aguirre, investigadora del Igarapé y una de las responsables de que por primera vez haya estadísticas rigurosas y consistentes sobre el tema de lado a lado en Latinoamérica.
Pero ese cuadro de progreso, que es real y cuantificable, es apenas una parte de la historia. La otra parte, en la que tenemos que enfocarnos ahora, es que, a pesar de los avances logrados, siete países en América Latina concentran casi un tercio de todos los homicidios que ocurren en el mundo, y Colombia está en esa lista. Seguimos siendo uno de los países más violentos y algunas de nuestras ciudades, como Cali y Palmira, registran tasas de asesinatos muy superiores a las de capitales famosamente violentas, como Johanesburgo o Ciudad Juárez.

Los problemas intratables suelen crear una especie de parálisis, pero el de la epidemia de homicidios de Colombia no pertenece a esa categoría.

El énfasis en las cifras no puede hacernos olvidar que aquí no estamos hablando de estadísticas, sino de los más de 11.000 colombianos que tan solo el año pasado murieron víctimas de homicidios. Y también de los centenares de miles de muertes que podrán ser evitadas si paramos con ese determinismo y encaramos la violencia con soluciones basadas en evidencias y dirigidas a problemas concretos.
Los problemas intratables suelen crear una especie de parálisis, pero el de la epidemia de homicidios de Colombia no pertenece a esa categoría. Es totalmente posible, en el lapso de 10 años, bajar la tasa de asesinatos a la mitad. Esa es la propuesta de Instinto de Vida, campaña lanzada esta semana y liderada por 20 organizaciones (el Instituto Igarapé es una de ellas) en siete países de América Latina, con el apoyo de Open Society Foundations, el BID y otros organismos. A los promotores de Instinto de Vida no los une apenas un objetivo que es urgente y concreto, sino la evidencia de que hay opciones que han dado resultados y que, adaptadas al contexto de cada país, tienen una alta probabilidad de ser exitosas.
Ese diagnóstico de alta calidad –el Monitor de Homicidios que mencioné es resultado de ese trabajo– es fundamental. “Tener datos confiables le permite a uno dimensionar el problema y encontrar los factores asociados que pueden ser de carácter familiar, específicos de una comunidad, o estar conectados con fenómenos más complejos como el crimen organizado”, me dijo María Victoria Llorente, directora ejecutiva de la Fundación Ideas para la Paz, la entidad que lidera la campaña en Colombia.
Lo siguiente, y que es lo crucial de esta campaña y nos compete a todos, es poner la violencia homicida en el centro del debate. Primero, para que los diseñadores de políticas públicas y los gobiernos empiecen a hacer intervenciones más focalizadas y, al mismo tiempo, de más largo plazo. Y, sobre todo, para que la sociedad se movilice y deje de convivir con tasas de asesinatos que no son normales ni aceptables. Somos uno de los países más violentos del mundo. No tenemos que serlo.
ADRIANA LA ROTTA
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