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Esos cinco millones de votos

Votar en blanco es fortalecer el centro y, aunque tiene efectos prácticos, es un acto simbólico.

Varias cosas llamativas se desprenden de las elecciones del domingo pasado.
La primera, que un candidato abiertamente de izquierda esté disputando la presidencia. La segunda, que la abstención haya sido del 46 por ciento, un porcentaje todavía muy alto, pero el más bajo que se ha registrado desde el fin del Frente Nacional.
La tercera –y para mí la realmente nueva e interesante– es el surgimiento de un grupo de ciudadanos, el 26 por ciento de los votantes, para quienes la democracia no es apenas una forma de gobierno sino también una forma de vida. Ese grupo de votantes que cree en el valor de la decencia y de la verdad, que no les come cuento al populismo ni al autoritarismo, y que tiene entre sus prioridades no solo preservar sino ojalá ampliar las libertades individuales, es el futuro del país.
Qué hacer con ellos, cómo cohesionarlos, convocarlos y movilizarlos de cara a las elecciones del 2019 y más allá, es el gran desafío del centro después de su espectacular desempeño en este año electoral.
Multitud de observadores internacionales, desde la gran prensa hasta figuras como el almirante Jame Stavridis, excomandante de la Otán y antigua cabeza del Comando Sur estadounidense, han declarado esta semana su admiración por la vitalidad exhibida por la democracia colombiana. Votantes motivados por ideales nobles y no apenas instigados por llamados tribalistas son una mercancía más bien escasa en estos tiempos.

Paralela al desafío de estructurar y consolidar un proyecto de centro, hay otra tarea igual de importante: atraer a los abstencionistas.

Paralela al desafío de estructurar y consolidar un proyecto de centro, hay otra tarea igual de importante: atraer a los abstencionistas. Ese 46 por ciento de la población que no se siente representada por nadie y que no participa porque cree tener pruebas de sobra de que todos en la política son pícaros. Colombia es un país muy conservador, pero como dirían aquí: “demografía es destino” y ofrecer alternativas reales al voto joven, que aún no está motivado, tiene que ser un objetivo de los líderes del centro. Ese fue el mandato dado a la Coalición Colombia y a los verdaderos liberales dentro del partido que se hace llamar liberal.
Sobre el debate que consume a muchos esta semana, el de a quién apoyar en las elecciones del 17 de junio, creo que el voto en blanco es una buena opción. Anclado firmemente en el pasado y nutrido por figuras divisivas como Viviane Morales y el exprocurador Ordóñez, el Centro Democrático no es una alternativa para quienes quieren pasar la página y mirar el futuro. El voto por la Colombia Humana, por otro lado, es un voto populista, a favor de promesas que no se pueden cumplir. El país nunca ha tenido un liderazgo de ese tipo y no creo que debamos empezar ahora.
El voto en blanco existe para que todos los que creemos en la democracia constitucional podamos refrendar nuestra fe en ella, sin estar obligados a suscribir las candidaturas de aspirantes con los cuales tenemos desacuerdos. Tiene algo de evasivo, denuncian algunos, pero en definitiva es un voto a consciencia.
También creo que es un voto útil, porque le manda un mensaje al próximo presidente del país, que necesitará de alianzas por fuera de su bancada para poder gobernar. Quienquiera que gane de aquí a dos semanas, tendrá que tender puentes para reducir la conflictividad social y tratar de sanar un país fracturado por motivos reales y también por motivos electoreros.
Más poderoso que votar por uno u otro candidato, sin la suficiente convicción, es notificarle al próximo presidente que hay cinco millones de colombianos motivados por las razones correctas, a los que no debe alienar.
Votar en blanco es fortalecer al centro y aunque tiene efectos prácticos, también es un acto simbólico para recordarnos a nosotros mismos que podemos ser mejores de lo que somos.
ADRIANA LA ROTTA
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