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Ensayemos el optimismo

Millones de colombianos, líderes en todos los campos y gente del común, ya están sintonizados en esa frecuencia.

Adriana La Rotta
Hace muchos años, mi amiga del alma me dijo que yo era una clase particular de pesimista. No una pesimista de tiempo completo, de esos que siempre están miserables y amargados, sino el tipo de persona que teniendo frente a sí una sábana blanca, rápidamente encuentra y se obsesiona con el punto negro. La historia del punto negro ha hecho carrera en mi casa, en donde, por fortuna, me recuerdan cada vez que absurdamente me da por enfocarme en la mitad del vaso que está vacía, en lugar de celebrar y preservar la mitad que está llena.
A punto de terminar un año que por muchos motivos será un alivio dejar atrás, hoy más que nunca estoy convencida de que hay que hacer un esfuerzo para minimizar el punto negro –o la mancha negra, para los convencidos de que las cosas no podrían estar peor– e insistir en lo que el profesor y urbanista de la Universidad de Nueva York Paul Romer describe como optimismo condicional. Sentarse a esperar que los deseos se cumplan por arte de magia es optimismo complaciente, pero movilizarse usando los recursos que están disponibles para conseguir lo deseado, aunque no sea fácil, es optimismo condicional.
Millones de colombianos, líderes en todos los campos y gente del común, ya están sintonizados en esa frecuencia. Son, por ejemplo, los que pensaron que ya era hora de terminar una guerra en la que solo los pobres ponían los muertos, y diseñaron una estrategia colectiva para alcanzar ese fin. Con todos los tropiezos que ha tenido, y a pesar de los muchos que le esperan, hacer un proceso de paz con las Farc era un objetivo inaplazable y gracias a ese empeño este año el Hospital Militar Central de Bogotá atendió a 31 soldados heridos en combate, en lugar de los 424 que recibió hace cinco años. Para no hablar de personas como Jeison Aristizábal, elegido este mes como el Héroe CNN del 2016, por su trabajo en favor de los jóvenes en situación de discapacidad, a pesar de ser él mismo una víctima de parálisis cerebral.
En la Colombia reciente no hay escasez de optimistas condicionales de esos que se preguntan qué hay que hacer para cambiar las cosas y que producen resultados. Por eso anima –aunque no sorprende– que quienes tienen un poco más de perspectiva como los editores de la revista británica The Economist hayan determinado que entre todos los países del mundo, este año Colombia fue el que más progresó. A propósito, leí en redes sociales cómo muchos compatriotas se alegraron con la noticia, pero no pude dejar de notar la tenacidad con la que los adeptos al punto negro insistieron en que la distinción era un disparate.
El 2017 no va a ser un año fácil. Por más que haya un superávit de optimistas y de hacedores en nuestro país, el año que comienza tendrá la política como tema central y varias de las campañas presidenciales van a articularse sobre una narrativa apocalíptica, basada en el miedo y despegada de la realidad. La propuesta del cambio para remplazar a una inexistente bancarrota moral es un mensaje que vende bien y que se propaga fácilmente a través de las corrosivas redes sociales. Es un peligro que nos acecha y del cual debemos ser conscientes.
De ahí el imperativo de insistir en un optimismo condicional que nos movilice y nos empuje hacia adelante. El 2016 fue año áspero y duro, que nos deja resentidos y hasta divididos, pero cualquiera que haya vivido o leído un poco de historia sabe que venimos de tiempos peores. Propongo tomar un poco de distancia y preguntarse si, realmente, ese vaso que insistimos en ver medio vacío no estará más lleno de lo que parece.
Adriana La Rotta
Adriana La Rotta
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