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El próximo paso

Es hora de tomar prestado del coraje que a lo largo de las últimas cinco décadas han demostrado tantos compatriotas.

Adriana La Rotta
Cualquiera que tenga dudas sobre si la paz es mejor que la guerra debería detenerse a mirar las fotografías que están llegando de Aleppo, la mayor ciudad de Siria y el epicentro de una guerra civil que ya completa cinco años y que se ha convertido en una catástrofe humanitaria que nadie anticipó. Occidente se despertó ayer con las crónicas de una ofensiva aérea sobre Aleppo que el dictador sirio Bashar Hafez al-Assad ordenó para doblegar a rebeldes que todavía dominan parte de la ciudad. La BBC, ese bastión del periodismo sin el cual la democracia en el mundo quedaría no sólo coja sino muda, reportaba con decoro pero con inevitable crudeza la desesperada situación de los civiles atrapados en el fuego cruzado. El cuadro que pintaba era aterrador. El Armagedón en vivo y en directo, al otro lado del océano.
Oyendo los reportes, pensaba que además de la destrucción física y del horror del aniquilamiento sistemático de miles de inocentes, los efectos de esta guerra van a acompañar a varias generaciones en el Medio Oriente. Las atrocidades repitiéndose en la memoria y seguramente también en la vida diaria de los sobrevivientes. El odio cocinándose a fuego lento, fermentándose en las almas, corroyendo a todos los que toca, aún a los más jóvenes.
Pensaba también que en la misma semana en que esa fábrica de víctimas que es la guerra en Siria produce a todo vapor y con gran eficiencia una tragedia humana tras otra, Colombia le presentaba a la comunidad de las Naciones Unidas, un acuerdo que busca cerrar la fábrica de víctimas que ha sido la guerra con las Farc. Una fábrica que ha estado abierta durante más de medio siglo y que seguiría funcionando gracias a esa inercia violenta que llamamos realidad, si no hubiera sido porque el gobierno tomó la determinación de cerrarla.
Y aquí es donde a mí me parece que algunos colombianos se pierden en el debate y descalifican de plano el acuerdo conseguido en La Habana y que se firma pasado mañana en Cartagena. Esta paz que se está intentando no es de un gobierno ni de un Presidente en particular. No es de los negociadores de ninguno de los dos bandos. No es apenas del Ejército, ni es de los partidos políticos ni tampoco de sus dirigentes. Mucho menos es de Cuba, aunque la isla haya facilitado los diálogos, ni del chavismo o del madurismo.
Buscar la salida negociada a un conflicto que lleva medio siglo cocinándose a fuego lento y fermentándose en nuestras almas y corroyendo a todos los que ha tocado, es una opción que tenemos hoy todos los colombianos. Este principio de paz no es una opción perfecta, pero es más sabia que la confrontación entre dos bandos que, tengo la impresión de que ha quedado suficientemente claro, no quieren seguir matándose a balazos. No es la opción que tienen los habitantes de Aleppo, que tendrán que seguir matándose por más tiempo hasta que se creen las condiciones para que, allá también, se encuentre una salida negociada.
El próximo paso es seguramente el más difícil que hemos dado todos los colombianos que estamos vivos. Es una decisión entre dejarnos arrastrar por el camino de lo conocido, o atrevernos a cambiar protegidos apenas con la coraza de nuestras convicciones.
Es hora de tomar prestado del coraje que a lo largo de las últimas cinco décadas han demostrado tantos compatriotas y tomar una determinación por el futuro de este país que nos tocó en suerte. De mañana en una semana hay que salir a votar. Yo votaré SÍ y espero que muchos otros hagan lo mismo para que la guerra, esa maquina infernal que está instalada en nuestras vidas desde que nacimos, se vaya por fin. Que se vaya.
Adriana La Rotta
Adriana La Rotta
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