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Perder

Con 'I, Tonya' intuyes desde la primera escena que estás al frente de algo maravilloso.

Seis años tardó Hollywood en volver a hacer una película bacana: 'I, Tonya'. La última había sido 'Moneyball', de 2011. Entre una y otra, varias: 'Foxcatcher', 'The Big Short', 'Whiplash', 'The Descendants', 'The Help'. Buenas historias, sin duda, pero ninguna como para salir del cine con la cabeza rayada, preguntándose qué es lo que acaba de pasar.
Con 'I, Tonya' intuyes desde la primera escena que estás al frente de algo maravilloso, y con el correr de la narración confirmas que así es. En mi caso, se siente que esta película es diferente cuando, al principio, una joven Tonya Harding patina en la pista de hielo y empieza a sonar a 'Devil Woman': “Esto es algo grande”, se me ocurrió ahí. Pasó lo mismo con 'Goodfellas', con 'Atonement', con 'The Royal Tenenbaums' y poco más. Te revuelcas en el asiento durante más de dos horas mientras atraviesas todos los estados, y cuando acaba la quieres ver de nuevo y sabes que a lo largo de tu vida la repetirás ocho, diez, doce veces en tardes muertas y noches sin sueño, y que ni así será suficiente.
Y es buena porque está bien contada, porque muchas veces no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Usted puede narrar la conquista de América y salir con algo indigerible, pero contar la tarde en que una madre va con su hijo a comprar el uniforme para el primer día de colegio y crear una pieza de antología. El ataque a la patinadora Nancy Kerrigan y todo lo que pasó después fue un episodio mayor en la historia reciente de Estados Unidos, pero no por eso tenía que salir una buena película.

No hay nada mejor que las películas de perdedores.

Pero no solo por eso 'I, Tonya' es tremenda. Es que no hay nada mejor que las películas de perdedores, de ahí que desde 'Moneyball' no viera algo parecido. En ella, un tipo que nunca ha ganado nada importante en el béisbol cambia la historia del deporte sin darse cuenta. De hecho, la cinta cierra con la hija cantándole una canción en la que le dice que es un perdedor, y es tan buena que incluso aquel que nunca ha cogido un bate en su vida termina conmovido.
En esta historia de Tonya Harding todo sale mal desde el comienzo, y uno sabe que en ningún momento se va a enderezar. Al final, cuando aparece boxeando por necesidad después de haber sido suspendida del patinaje, hacen la comparación de los pasos que hacía patinando con los que hace peleando, y es sencillamente desgarradora. Esa imagen, y la escena en la que se maquilla antes de las finales de las Olimpiadas de Invierno del 94, donde lucha para lucir esplendorosa cuando en realidad está derrumbada. Llora y se ríe y pone cara de demente, todo al mismo tiempo, mientras se pinta la cara frente al espejo.
Amamos a los ganadores porque no soportamos nuestros pequeños fracasos personales: tener un trabajo que odiamos, estar atrapados en una familia que no soportamos o en una relación que nos destruye. Por eso adoramos ganar, así sea con los otros, o especialmente con ellos, porque esos triunfos no nos representan ningún esfuerzo, salvo subirnos al bus de la victoria. Por eso, Real Madrid y Barcelona tienen millones de hinchas, mientras que Getafe y Alavés apenas sobreviven. Por eso también les exigimos a Nairo y a Rigo que ganen todo lo que corren, porque al perder ellos nos hacen recordar lo mediocres que somos.
En épocas en las que las superproducciones de aventuras invierten trescientos millones de dólares para recaudar dos mil, no sobra volver a lo pequeño y lo humilde, a las personas promedio, llenas de miedos y defectos, y narrar su historia hasta encontrarles la grandeza. Menos acción y más emoción es lo que se le pide al cine, porque lo que importa no es lo que pasa mientras un superhéroe salva al mundo, sino los demonios en la cabeza de cualquier perdedor del montón. 'I, Tonya' está nominada a tres Óscar, y ojalá no gane ninguno porque, para seguir con la coherencia, la derrota le daría una dimensión que ningún reconocimiento podría otorgarle. Si la cosa es así, yo prefiero perder siempre.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
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