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Las tías

Facebook es el diablo, y no me importa. Me gusta, así como a otros les gusta el cigarrillo.

A mí me gusta Facebook así se quede con nuestros datos y los venda para que terceros puedan definir nuestro perfil sicológico y manipulen nuestras preferencias de consumo y hasta políticas. Me gusta tanto que si miro el historial de mi computador, es la página que más visito. Y me gusta porque analizar a la gente es fascinante. Fijarse en cada foto, cada comentario, cada like es entrar a la vida de los otros. Eso sí, a diferencia de Facebook, yo no hago nada con esa información, me la quedo para mí. Soy un stalker discreto.
Facebook es el diablo, y no me importa. Me gusta, así como a otros les gusta el cigarrillo así mate de mil maneras o van a votar por Uribe, esta vez en el cuerpo de Iván Duque, así esté envuelto en escándalos.
La empresa perdió 37.000 millones de dólares y se ganó el odio del mundo, todo de un día para otro, cuando se supo que una consultora se había quedado con la información de 50 millones de usuarios y la había usado en estrategias digitales a favor de Donald Trump en la campaña presidencial de Estados Unidos.
Puede aterrar, pero no es sorpresivo. ¿O qué pensábamos? ¿Qué Facebook era una beneficencia fundada para hacer nuestras vidas menos aburridas y darnos una excusa para perder el tiempo y pasar cada vez más horas frente a una pantalla?
Y lo peor es que Facebook no robó nada, lo tomó legalmente de acuerdo con las políticas de privacidad que todos aceptamos cuando abrimos nuestra cuenta. Pasa mucho eso en internet: ponemos en chulo en el cuadro de ‘Acepto’ sin pensar en las consecuencias, solo porque queremos comprar un pasaje, leer noticias o pertenecer a una red social.

¿Qué pensábamos? ¿Que Facebook era una beneficencia fundada para hacer nuestras vidas menos aburridas y darnos una excusa para perder el tiempo y pasar cada vez más horas frente a una pantalla?

Alguien que sabe del asunto me dice que Facebook es tan vulnerable que lo peor no es que se quede con nuestra información y hasta acceda a nuestros mensajes privados, sino que sus algoritmos pueden hasta robar nuestras claves. Por eso recomiendan utilizar mayúsculas, minúsculas, números y signos, todo intercalado, y, encima, que tengamos una clave diferente para todas nuestras cuentas.
Imposible. Mal contadas, una persona promedio necesitaría no menos de diez: dos cuentas de correo, Netflix, Twitter, Facebook e Instagram; la del banco, la del programa de acumulación de millas y las de los medios de comunicación que ahora exigen registrarse. Ahí, sin mucho esfuerzo, van diez distintas, y me quedo corto.
Más bien, lo que toca es no ser tan tías. Y con decir tías estoy estigmatizando a un segmento de la población que ha hecho todo lo posible por ganarse esa fama de desocupadas y poco rigurosas. Usted no tiene que ser mujer ni tener sobrinos para ser una tía, basta con creer cualquier cosa y compartir memes y cadenas de chistes. Mis chats familiares están llenos de primos y primas que terminan siendo tías cuando difunden cadenas de WhatsApp que dicen que nos vamos a convertir en Venezuela, que hay que salvar a unos perros husky siberianos que van a ser sacrificados o que van a empezar a cobrar por el uso de Hotmail.
Esos cincuenta millones de usuarios que fueron vulnerados en su privacidad fueron 50 millones de tías que creyeron las noticias falsas que leyeron, pero que también jugaron Criminal Case y Candy Crush Saga y completaron cuanto test vieron en Facebook solo porque les parecieron divertidísimos. Hablo de cosas tipo ‘¿A qué famoso te pareces?’ o ‘¿Cómo sería tu cara si fueras del sexo opuesto?’. Poco les importó que tuvieran que ceder toda su información, lo que querían era matar tres minutos y luego publicar los resultados en su muro, a ver quién les daba like.
Es imposible odiar a Facebook cuando la culpa es nuestra por no tener criterio ni para manejar una red social (y, aun así, creernos calificados para votar). La solución no es cerrar la cuenta, sino tener sentido común. Eso y apuntarse a un gimnasio, a ver si también hacemos algo con ese brazo de tía que nos está saliendo.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
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