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Don José

En este país discriminamos a los viejos y a los pobres porque no nos sirven.

Hay que combatir la intolerancia tanto como hay que combatir la indignación colectiva por lo que sea. Y hablo del tema de moda: don José.
Vaya usted a saber de qué depende que un hecho cotidiano un día resulte extraordinario, porque lo de que le pasó a aquel hombre en Medellín es moneda corriente. Nos llamaremos Colombia, pero seguimos siendo la Nueva Granada. En este país discriminamos a los viejos y a los pobres porque no nos sirven, y don José es eso, un viejo pobre. Tan normalizada está la cosa que el mismo José no entiende nada de lo que está pasando y pide que no dañen el nombre del restaurante donde no lo dejaron comer como un comensal más. Claro, si es su realidad, así ha vivido quién sabe cuánto que no siente que el mundo lo trate como un marginal.
Y esa brecha social se ve en cosas como que a cualquiera con algo de dinero le digan doctor y que a la de los tintos de la oficina la llamemos por su diminutivo. No es Estella, sino Estellita. Podrá parecer cariño, pero a la larga es lástima. A punta de diminutivos también se discrimina, se disminuye a la gente, se le va diciendo sin decirle que su lugar en el mundo es esa pequeñez. Y así como le decimos doctor a cualquier perro que ande en Toyota blindada, muchas veces le decimos don a quien está en la parte baja de la pirámide social. Nadie se ha preocupado por saber cuál es el apellido de José; con decirle don José, de cariño, alcanza porque es como si los pobres tampoco necesitaran apellido.

Es como si solo tuviéramos dos velocidades: amor desmedido y odio extremo, no hay planta media.

Entonces eres don José y haces lo que haces todos los días; el mundo no te determina; podrías morirte en una acera y pasar horas para que recogieran tu cadáver, pero un día no te dejan sentar a almorzar y eres noticia nacional. Con razón no entiende nada. Y todo gracias a la mafia de los ofendidos, como llaman en un programa de caricaturas al ejército de los indignados. Yo prefiero llamarlos paramilitares de teclado. Ya ven que a los colombianos no solo nos gusta discriminar, sino hacer justicia con nuestras manos porque creemos que así estamos haciendo del mundo un lugar mejor y, de paso, nos volvemos mejores personas.
Es que no quieren justicia ni cambio, quieren es linchamiento; necesitan cólera y esperan venganza, lo cual es muy católico. Usan cualquier excusa para desatar la rabia que vive dentro de ellos desde mucho antes y por otras razones. Hay que encontrar un culpable, y no solo tiene que pagar, sino que hay que destruirlo. Y entiendo que no hay que ser tolerante con la intolerancia porque después el asunto nos termina comiendo, pero todo en su justa medida. No es que en Taquino, así se llama el restaurante, estuvieran matando foquitas bebés y picándolas entre la sopa. Se equivocaron, y algo tendrán que hacer para enmendar el error, pero no puede ser que se desgasten más en atajar a las hordas furiosas.
Afuera del lugar hubo gente con pancartas, mientras que en internet decían que había que acabar con el sitio, sabotearlo hasta quebrarlo. Hasta se vieron personas llorando por el episodio. De verdad, ¿cómo hacen para vivir así? Es como si solo tuviéramos dos velocidades: amor desmedido y odio extremo, no hay planta media. Esa misma energía que hace que nos matemos entre nosotros si nuestro equipo de fútbol gana, o pierde, es la misma que nos hace combatir la violencia con más violencia. Es una fuerza vital, un motor de odio que tenemos adentro y aflora con cualquier estímulo. Con muy poco, en realidad.
¿Cómo combatieron los paramilitares de teclado el asunto de don José? Pues con un hashtag, ¿cómo más? #YoSoyDonJosé mandó la parada durante varios días, y por ahí seguirá dando vueltas hasta que se desvanezca y termine en nada, como otros escándalos mediáticos. Con todo respeto, no saben ni quiénes son ustedes, ahora van a ser don José. Más bien dejen de joder.
ADOLFO ZABLEH DURÁN
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