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Medio Oriente

El polvorín de Oriente Próximo que entra a una nueva fase

Imagen de miembros kurdo-iraquíes de las fuerzas militares de Peshmerga que combatían contra el Estado Islámico.

Imagen de miembros kurdo-iraquíes de las fuerzas militares de Peshmerga que combatían contra el Estado Islámico.

Foto:Ahmed Jalil / EFE

Varias fichas se mueven y el temor de que una mala jugada desate una guerra va en aumento.

Con la expulsión del Estado Islámico (EI) de sus bastiones en Siria e Irak mediante las batallas de Mosul y Raqqa, y la guerra civil siria convertida en una guerra de desgaste, los conflictos más agudos de Oriente Próximo comienzan a evolucionar rápidamente. Pero eso no implica que su solución esté cerca.
El autoproclamado califato nunca fue un estado al que fuera posible forzar a una rendición incondicional; por eso las batallas de Mosul y Raqqa nunca iban a ser decisivas. Y la expansión del EI a Libia y la península del Sinaí, en Egipto, revela la abundancia de áreas poco controladas en las que la banda puede penetrar.
El Estado Islámico pasó a una estrategia de planear e inspirar atentados terroristas en Oriente Próximo, Europa y el sudeste de Asia. Pero tal vez su próximo paso sea desestabilizar los regímenes árabes desde dentro: una estrategia que las coaliciones internacionales que están cerrando el cerco en torno de Raqqa no pueden contrarrestar.
La incoherencia y fragilidad de estas coaliciones reafirma este hecho. El presidente estadounidense, Donald Trump, basó toda su estrategia para Oriente Próximo en el temor saudita no solo al EI, sino también a Irán. Las potencias sunitas de la región, envalentonadas por la estrategia de Trump, se han unido contra el EI e Irán a la vez y han olvidado por un tiempo su encarnizada enemistad habitual.
Irán, por su parte, sabe que los territorios liberados del control del EI difícilmente volverán a sus anteriores soberanos. Por eso se dedicó a reforzar su control de Siria meridional, a lo largo de la frontera con Jordania, como parte de una campaña más amplia que busca crear una media luna bajo dominio chiita extendida desde Irán, a través de Irak (que ya es prácticamente un fideicomiso iraní) hasta Siria y Líbano.
Pero Israel, miembro tácito de la alianza sunita patrocinada por Estados Unidos, no esperará sentado, viendo esa media luna formarse. Por el contrario, ya puso en claro que una presencia iraní al lado de los Altos del Golán aumentaría el riesgo de guerra.
Estados Unidos también está haciendo su parte para impedir que las potencias chiitas logren contigüidad territorial desde el golfo hasta el Mediterráneo; esto incluye bombardeos en la triple frontera de Irak, Jordania y Siria.
Irán no es el único país que intenta redibujar las fronteras regionales en provecho propio. Hay pruebas del apoyo explícito del presidente turco Recep Tayyip Erdogan al desafío del EI al centenario esquema de Sykes-Picot, creado por los ingleses y los franceses tras la caída del Imperio otomano.
Los kurdos (aliados clave de Estados Unidos en la lucha contra el EI) también quieren introducir cambios al mapa regional. Aspiran a un Estado propio y confían en obtenerlo, dada su contribución a la derrota del EI. Masoud Barzani, presidente de la región autónoma del Kurdistán iraquí ya anunció la convocatoria a un referendo independentista en septiembre.
Para Turquía, evitar eso es más prioritario que derrotar al EI o derrocar al régimen del presidente sirio, Bashar al Asad. Erdogan teme que la independencia de los kurdos iraquíes pueda llevar a los kurdos de Turquía (el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, PKK) a revivir sus viejas luchas independentistas. A Ankara le preocupa que el respeto que se han ganado en el campo de batalla las milicias kurdas les confiera legitimidad internacional.
Por eso es probable que las fuerzas turcas ya desplegadas en el norte de Siria se queden allí, incluso tras la caída de Raqqa, para crear un cordón entre los kurdos sirios y los de Turquía. Aunque el surgimiento de un Estado kurdo es sumamente improbable, porque quedaría encerrado entre cuatro países (Irán, Irak, Turquía y Siria) que se oponen firmemente a ello.

El papel de Rusia

Otro actor clave es Rusia, pero el Kremlin no parece muy interesado en inmiscuirse en el conflicto sunita iraní (y mucho menos intervenir en la relación entre Turquía y el PKK). Lo que sí está haciendo el Kremlin es compartir con Irán el objetivo de evitar la caída del régimen del presidente sirio Bashar al Asad. Pero en cuanto la situación se estabilice, es seguro que la alianza tácita se disolverá y dará paso a una competencia encarnizada por el control político de Siria.
En un contexto tan complejo, no hay margen para más incertidumbre. Eso explica la reciente decisión de Arabia Saudita (con Bahréin, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos) de cortar relaciones diplomáticas y vínculos comerciales con Qatar, al que acusan de desestabilizar la región con su apoyo simultáneo a grupos representantes de Irán y a las milicias sunitas de Al Qaeda y el EI. Los sauditas y sus socios creen que es hora de que Qatar defina su postura en relación con Irán y con los islamistas.
En cualquier caso, el problema real de Arabia Saudita no es Qatar, ni tampoco Irán. El uso de enemigos externos para desviar la atención de problemas internos irresueltos es una táctica sacada del manual del autócrata. Para convertir un reino feudal en una nación-Estado moderna, lo que necesita Arabia Saudita es resolver sus debilidades internas, no más alianzas beligerantes y contratos de armamento astronómicos como los que la dirigencia saudita firmó con Trump durante su reciente visita a Riad.
Egipto también necesita concentrarse en reducir sus graves tensiones sociales y políticas internas. Solo entonces podrá afirmar el control de la península del Sinaí, base de operación de varios grupos terroristas (incluido el EI).
Los aliados sunitas de Estados Unidos se sienten atraídos por Trump, en parte por el escaso interés que muestra en la clase de reformas democráticas promovidas por su predecesor, Barack Obama. Pero por la senda que llevan se exponen a estallidos sociopolíticos fronteras adentro y a una profundización de conflictos fronteras afuera.
SHLOMO BEN AMI
Exministro de Asuntos Exteriores de Israel y hoy es vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz.
© Project Syndicate
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