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Latinoamérica

‘Colombia nunca podrá tomar el camino de Venezuela’

Con una bandera venezolana en la espalda, María José Castro bloqueó el avance de una tanqueta durante la marcha el 19 de abril en Caracas. Los guardias arrojaron por la escotilla dos bombas lacrimógenas para apartarla; pateó una y se plantó firme con un pañuelo en el rostro, mientras le hacían advertencias por un megáfono. De 54 años y origen portugués, terminó siendo llevada en una moto militar y liberada poco después. Dijo que la movió un sentimiento maternal. "Me dolía ver cómo les disparaban a los muchachos" bombas lacrimógenas y perdigones. Su gesto recordó al manifestante fotografiado frente a una columna de tanques en la plaza de Tiananmén, China, en 1989.
Texto: Alexander Martínez AFP

Con una bandera venezolana en la espalda, María José Castro bloqueó el avance de una tanqueta durante la marcha el 19 de abril en Caracas. Los guardias arrojaron por la escotilla dos bombas lacrimógenas para apartarla; pateó una y se plantó firme con un pañuelo en el rostro, mientras le hacían advertencias por un megáfono. De 54 años y origen portugués, terminó siendo llevada en una moto militar y liberada poco después. Dijo que la movió un sentimiento maternal. "Me dolía ver cómo les disparaban a los muchachos" bombas lacrimógenas y perdigones. Su gesto recordó al manifestante fotografiado frente a una columna de tanques en la plaza de Tiananmén, China, en 1989. Texto: Alexander Martínez AFP

Foto:Juan Barreto / AFP

El periodista europeo Maciej Stasinski da su mirada sobre las Farc como partido político.

Muchas veces la prensa europea ha mostrado un inquietante desconocimiento de la realidad política de América Latina. Si bien nunca faltaron analistas capaces de mostrar en otro tiempo los atropellos de las dictaduras militares, las alternativas políticas de izquierda que surgieron después en algunos países, marcadas por el populismo o identificadas con el llamado socialismo del siglo XXI, no han sido vistas en Europa con el mismo rigor. Tampoco las guerrillas colombianas, mostradas por largo tiempo como expresión de una insurgencia popular ante las desigualdades sociales existentes.
Frente a esas desviaciones, el periodista polaco Maciej Stasinski ha sido una brillante excepción. Como corresponsal, ha hecho más de veinte viajes a América Latina. Muy de cerca ha visto la realidad de Chile, Argentina, Perú, Cuba, Venezuela, México, Brasil y, desde luego, Colombia.
Solo cuando se restableció la democracia en Polonia pudo firmar con su nombre. Empezó entonces a trabajar en el diario polaco Gazeta Wyborcza, ocupándose sobre todo de España y América Latina. No tardó la Gazeta en enviarlo a este continente.
¿A qué países viajó entonces?
Mis primeros viajes fueron a Argentina y Chile. Quería dar a conocer a los polacos las dictaduras en estos países y las secuelas que dejaron el terrorismo y la represión. En torno a los Montoneros o Tupamaros uruguayos había en Europa muchos mitos, pues se los veía como héroes populares que hacían frente a la dictadura militar, después de la debacle de la izquierda. Desde entonces he vuelto a América Latina más de veinte veces. En Perú asistí a la caída de Fujimori y a las primeras elecciones democráticas que ganó Toledo. Cuando llegué a Colombia, pude seguir de cerca la primera campaña de Uribe. Estuve con él y su equipo, presenciando mítines, discursos y entrevistas de radio. A Colombia he vuelto tres veces más.
Hablemos de Cuba. ¿Cómo fue su viaje a este país?
Yo había leído demasiado sobre la naturaleza del régimen castrista para compartir el mito que solo en algunos círculos juveniles de Europa se mantenía sobre Cuba. Lo que me interesaba saber era cómo había logrado conservarse esa dictadura en un entorno continental democrático. Viajé a Cuba en el 2000 y el 2001, estuve en Pinar del Río y en La Habana y tuve la suerte de encontrarme con todos los disidentes cubanos que todavía estaban vivos. Hablé con Gustavo Arcos, con Raúl Rivero, con Oswaldo Payá Sardiñas y con Dagoberto Valdés en la diócesis de Pinar del Río.
¿Cómo vio la vida del cubano común y corriente?
El cubano me sorprendió con su afecto, su simpatía, su apertura hacia otras personas y sus ganas de vivir. Pero al mismo tiempo se me caía el alma a los pies al ver la omnipresente represión, imponiéndoles a todos una estricta vigilancia y temor a expresar cualquier reparo al régimen. Percibí un miedo muy arraigado, conformismo, resignación, marasmo, que pervertía el carácter exuberante de los cubanos. La dictadura parecía haber conseguido matar en la gente todo sueño de mejora.
Pasemos a Venezuela. ¿Cuál fue su experiencia allí?
Fui cuatro veces a Venezuela. La primera, cuando Chávez acababa de ser elegido. Vi entonces en él a un líder populista muy carismático. Su agarre popular tenía razones profundas, pues antes de su llegada al poder predominaba en Venezuela un régimen de dos partidos que se repartían el pastel burocrático. Pero yo no me engañé. Veía el peligro que representaba para el país, impresión que compartían personas lúcidas que conocí, como Teodoro Petkoff, Orlando Ochoa o Alberto Franceschi. Volví otra vez y asistí al referendo que Chávez perdió en el 2007. Esta derrota en las urnas no fue, como pensábamos, el comienzo de la recuperación de la democracia. Todo lo contrario. El régimen se mantuvo y con los años solo agravó el desastre.
Hoy, con Maduro la debacle del país es completa. La economía no existe. No hay Estado de derecho, no hay separación de poderes. Hay una dictadura de la nomenclatura bolivariana corrupta, y una cúpula militar sobornada con prebendas y el narcotráfico. Es una tragedia que temo mucho que termine muy mal.
Hablemos de Colombia: ¿cómo vio nuestro país?
Vine a Colombia para ver de cerca donde se vivía la guerra civil más larga del mundo, guerra que parecía interminable.
¿Por qué habla de una guerra civil? En Colombia no se acepta tal denominación.
Si hay un ejército irregular que desde los años sesenta libra una guerra al Estado; si hay un ejército regular que desde entonces combate a la guerrilla y un tercer ejército de paramilitares, que se enfrentaba a las Farc por el control de territorios y cultivos de cocaína, ¿qué otro nombre darle a este conflicto si no es el de guerra civil?
¿Las acciones terroristas de las Farc y del Eln las ve como propias de una guerra civil?
Dentro de una guerra civil se cometen actos terroristas, no sobre el enemigo en armas sino sobre la población civil. Las Farc y el Eln lo han hecho a lo largo de los años. Secuestraban, extorsionaban, mataban, atentaban con bombas, fusilaban a los desobedientes y a los desertores, y obligaban a las muchachas a abortar. Pero también practicaron el terrorismo las Auc liderados por los Castaño. Y finalmente, los ‘falsos positivos’ en el Ejército regular también podrían calificarse como actos terroristas. O crímenes de guerra.
¿Cuál es la visión que se tiene en Europa de las Farc?
Yo no me hacía la ilusión de que las Farc fuesen un ejército redentor del pueblo. Pero hay en Europa cierta izquierda residual que todavía se atiene al mito de un ejército rebelde que encarna los ideales de la justicia y el socialismo. Lo simboliza Tanja Nijmeijer, la famosa holandesa que dejó su país para irse a combatir con las Farc. No comparto esa visión. Lecturas y conversaciones con colombianos me convencieron de que era falso. Creo que las Farc surgieron en un contexto de extrema violencia en los cincuenta; de lo contrario, no hubieran surgido ni se hubieran mantenido.
¿No cree que la sobrevivencia de las Farc y del Eln tuvo como soporte el narcotráfico?
Claro, pero la primera fuente de sus ingresos fue el secuestro. Después vino el narcotráfico, factor que mantuvo y mantiene hoy la acción de otras guerrillas, bandas criminales y también a los paramilitares, así como de sectores de las Fuerzas Armadas y a las administraciones corruptas en el ámbito rural. El narcotráfico no alimentó solo a las Farc, sino también sustentó a la ‘parapolítica’.
¿Cómo vio usted desde el principio los diálogos de La Habana?
Cuando comenzaron, pensé: es uno más que no va a terminar en nada. Pero vi que las Farc se habían sentado a la mesa de negociación después de la muerte de ‘Marulanda’, de ‘Raúl Reyes’, del ‘Mono Jojoy’, de ‘Alfonso Cano’, así como de la huida y el arresto de ‘Simón Trinidad’, de Rodrigo Granda y otros cuantos. La cúpula de las Farc se veía bastante diezmada, sustituida por comandantes de segunda fila. Me di cuenta de que ese había sido el resultado de la presión ejercida por el gobierno del presidente Uribe y de su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Los nuevos comandantes debieron llegar a la conclusión de que no podían ganar la guerra.
¿Cómo ve las exigencias que en el curso de las negociaciones hicieron las Farc?
Muy grandes. Y las concesiones que obtuvieron, también muy grandes. Pero no creo en absoluto que tengan opciones de llegar al poder. Los guerrilleros creen que los colombianos los quieren, pero se equivocan; se creen populares y redentores del pueblo, pero el pueblo no quiere ser redimido por ellos. En unas elecciones libres, el futuro partido político constituido por las Farc no tiene la más remota posibilidad de ganar.
¿Qué ha visto y dónde ha estado en este último viaje suyo a Colombia?
Fuimos a La Macarena y, tras muchos tropiezos, llegamos al campamento de las Farc en la zona veredal Mariana Páez. Antes tuvimos contacto con los habitantes del municipio de Mesetas que protestaban por hechos ocurridos en la región, como el asesinato de tres líderes locales y la quema de camiones realizada por grupos armados, sin que hubiera presencia o protección de la Fuerza Pública. En el campamento de las Farc, donde pasamos dos días, advertimos un flagrante incumplimiento de los compromisos del Gobierno con la infraestructura y los servicios que se les habían ofrecido a los guerrilleros en esta zona veredal.
¿Ha tenido algún encuentro con altos dirigentes de las Farc?
Sí, en Bogotá me encontré con ‘Jesús Santrich’. Yo le pregunté por su propia militancia, por su propia biografía, por su adhesión a las Farc. Me contó que había sido estudiante de derecho y de sociología en universidades de la costa Caribe. Se sumó a las Farc por la masacre que diezmó a dirigentes de la Unión Patriótica.
Muchos amigos suyos murieron. Como era militante comunista, vio que no tenía más salida que irse al monte. Me habló de los diálogos de paz y de los cuatro años que pasó en La Habana. La conversación fue larga y amable hasta que le pregunté por los crímenes que habían cometido las Farc y si tenían de que retractarse. ‘Santrich’ se negó a aceptarlos. Se limitó a decirme que eran actos propios de una guerra. De nada sirvió que le recordara que hoy en el mundo, los crímenes de guerra se juzgan, como ocurrió con los cometidos por Estados Unidos en Irak. “No tenemos nada que rectificar”, me dijo ‘Santrich’. Así que acabé defraudándolo.
¿Tuvo la oportunidad de viajar a regiones donde antes actuaban las Farc?
Sí, tuve la oportunidad de hablar con líderes locales del Pacífico, con alguna ONG y con el delegado de la ONU para los refugiados. Y hay cosas que no me explico. Si en enero las Farc se fueron a las zonas veredales y abandonaron los territorios que antes habían controlado completamente, ¿por qué en estas regiones no tienen presencia el Estado ni el Ejército? En cambio, están sembrando allí el terror, además del Eln, mafias, bandidos, los nuevos paramilitares de ‘Otoniel’ y los llamados ‘gaitanistas’.
Hay nuevos desplazados. No logro entender tanta inoperancia del Estado. Hablé con gente del Gobierno, y no me supieron dar alguna explicación.
¿Cómo cree usted que se puede consolidar la paz en Colombia?
En primer lugar, para que la paz y la reconciliación se impongan de una vez en Colombia, creo que todos los responsables de conductas criminales deben reconocerlas y rectificar. La culpa no yace solo de una parte. Los crímenes no tienen color, no los hay unos buenos y otros malos, justificables o condenables.
¿A quién se refiere, quiénes son esos responsables?
La guerrilla, desde luego; los paramilitares, la derecha política y la élite empresarial, que se han servido de ellos para conservar su poder y sus propiedades. Y también el Estado, que carga la culpa de haber dejado en la miseria y a merced de grupos armados a vastos sectores rurales. No se pueden ignorar tampoco los militares responsables de ‘falsos positivos’. Los ocho millones de víctimas demandan justicia.
El robo de más de seis millones de hectáreas durante la guerra es un hecho y requiere arreglo.
Me niego a elegir entre crímenes de derecha y crímenes de izquierda. Si son condenables las dictaduras de Pinochet o los generales filofascistas argentinos, no lo son menos la dictadura de Castro o de Maduro. En Colombia, desde el comienzo, me negué a elegir entre Castaño y ‘Marulanda’. Y hoy me niego a tener que elegir entre sus herederos políticos.
Ante semejante reparto de culpas, ¿no cree usted que la búsqueda de una alternativa nueva, ajena al mundo político tradicional, nos puede llevar por un camino como el de Venezuela?
De ninguna manera, porque Colombia es un Estado de derecho y una democracia pluralista y Venezuela, un Estado sin derecho. Sí, es cierto, ustedes tienen una justicia deficiente, pero sus instituciones están regidas por la Constitución. Nadie cree en la utopía socialista, ni siquiera los propios dirigentes de las Farc. Hablando con ‘Santrich’ me di cuenta de que él y los demás comandantes viven en un mundo virtual. Vienen de la selva y no saben nada del mundo moderno, tienen muchas cosas que aprender. Sus soldados rasos, que vi en el Meta, no tienen ninguna vocación marxista; solo quieren tener una vida normal y libre, dejar las selvas donde han peleado desde su niñez. Se van a convertir en colombianos corrientes lejos de la vida que les impusieron sus comandantes.
PLINIO APUYELO MENDOZA
Especial para EL TIEMPO
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