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Latinoamérica

‘Venezuela es una herida confusa y permanente’: Alberto Barrera

Barrera Tyszka es uno de los autores que mejor ha novelado la era chavista.

Barrera Tyszka es uno de los autores que mejor ha novelado la era chavista.

Foto:Alexandra Blanco / EL NACIONAL (GDA)

Las confesiones de uno de los autores venezolanos que mejor ha novelado la era chavista.

El escritor Alberto Barrera es radiógrafo del alma de la aporreada Venezuela. Dice que, con el reciente fraude electoral, ‘el gobierno de Maduro acabó con la escasa fragilidad institucional que quedaba’.
Todas las semanas a través de sus columnas, primero en El Nacional y ahora en el portal Prodavinci, el poeta y escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka es el radiógrafo del alma de sus paisanos y de su país, cada vez más aporreado. Ganador del premio Herralde de novela en el 2006 y, en 2015, del premio Tusquets, se confiesa incapaz de abstraer de su obra la angustia que en la actualidad es Venezuela. Sin embargo, se entrega a la esperanza de una reconstrucción como quien depende de un farol, elusivo pero no imposible.

Somos un país quebrado, destruido; un naufragio económico que solo espera un milagro en el mercado petrolero mundial.

¿Qué se siente ser venezolano en la actualidad?
Siento que vivimos en un gran desconcierto. Siempre hay unas pistas, algunas señales que sostienen ese enigma que llamamos identidad nacional. En todos estos años, en Venezuela, esas pistas han desaparecido o se han transformado de manera radical. Ahora somos un país quebrado, destruido; un naufragio económico que solo espera un milagro en el mercado petrolero mundial. Nunca habíamos vivido una crisis como esta. Y apenas está comenzando. Otro ejemplo podría ser la variable militar. La presencia y el protagonismo de los militares en la vida política y económica del país es enorme. Ahora toda la experiencia ciudadana está sometida –a veces incluso judicialmente– al poder militar. Un ejemplo más: nos hemos convertido en un país de migrantes, algo impensable hace unos años. Y es una migración cada vez más popular. La Venezuela civil, democrática y saudita se acabó. Y los venezolanos aún estamos tratando de entender cómo pasó, qué se siente ser otra cosa.
Tras meses de protestas y represión, con la Constituyente los venezolanos parecemos sumidos en un paréntesis en el que no pasa nada. El liderazgo opositor quedó descolocado y la gente, a merced del Gobierno. ¿Acaso tiramos la toalla?
Creo que eso que llamas ‘tirar la toalla’ es un legítimo ejercicio de supervivencia. Durante las protestas, el Gobierno apostó al desgaste y al uso constante de la violencia del Estado. El oficialismo nunca piensa en negociar, sino en resistir para luego ir al contraataque. La lógica del oficialismo no es política sino militar. Frente a eso, ¿qué pueden hacer los ciudadanos? ¿Qué pueden hacer, además, los ciudadanos de un país con una inflación del 700 por ciento? El oficialismo sabe esto y lo usa. El modelo clientelista se ha convertido en un sistema de opresión, de coerción. Y en otra oportunidad para la corrupción oficial, por supuesto. El Gobierno le saca provecho político y económico al hambre. Esta supuesta revolución está haciendo negocios hasta con el hambre de los pobres.
Desde hace tiempo buena parte de su trabajo creativo gira en torno a lo que ocurre en Venezuela. ¿Cómo se escribe del colapso de un país cuando ese país es el suyo?
Eso le está pasando a la mayoría de quienes intentamos trabajar en el quehacer cultural. Aunque uno no quiera, la realidad siempre presiona, se cuela. Así vivas en Australia y quieras escribir o pintar una obra íntima, de alguna manera el país te invadirá. Yo escribo sobre lo que me duele, lo que hace daño, lo que no entiendo... y desde hace mucho tiempo, Venezuela es una herida confusa y permanente.
En Venezuela tenemos un dicho: ‘Éramos felices y no lo sabíamos’. A pesar de los años que llevamos sofocados por la crisis, nos cuesta reconocernos en esta estampa melancólica. ¿Volveremos a ser felices?
El pasado suele ser una fantasía muy tentadora. Es cierto que, de cara a este presente, hay una parte del pasado que ahora brilla con un nuevo resplandor. Pero también es cierto que todo esto no surgió de la nada. Hugo Chávez fue un síntoma de un país que quería cambiar, de un país cuyas élites fueron incapaces de leer la realidad. Veinte años después, sin embargo, hemos regresado a una sociedad llena de tragedias, con una élite ciega y violenta, igualmente incapaz de leer y reconocer las legítimas ansias de cambio que tienen las mayorías. Finalmente, el chavismo terminó convirtiéndose en una versión excesiva de lo peor de nuestro pasado. Con un elemento todavía más terrible: los oficialistas piensan que la alternancia política es un delito. Visto así, es difícil ser optimistas. Por suerte, la esperanza es irracional. Yo todavía creo que volveremos a ser felices. Y que, además, sabremos por qué.
¿Es posible un diálogo con el chavismo? ¿Puede haber reconciliación con la revolución bolivariana?
Sí, pero eso pasa por una pregunta anterior: ¿realmente quiere el chavismo un diálogo, una reconciliación? Yo no estoy tan seguro. Hasta ahora, solo ha demostrado lo contrario. Nicolás Maduro y Diosdado Cabello han reiterado que la oposición (cualquier movimiento político que no sea el oficialismo) no llegará jamás al poder. “Ni por las buenas ni por las malas”. Se han mostrado incluso dispuestos a defender con las armas su permanencia en el poder. A partir de esa premisa, no hay diálogo ni negociación posibles. El oficialismo se piensa siempre en un “contexto de guerra”. Piensa la política, el país, todo, desde una dinámica bélica, como si estuviéramos en una batalla terminal. Por eso, los otros están despojados de cualquier legitimidad. Si crees que tu adversario es un enemigo letal que quiere matarte, no dialogas con él, tratas de aniquilarlo. Así, es imposible hacer política. Yo siempre he pensado que la oposición y el Gobierno están condenados a negociar. La historia de la humanidad demuestra que no hay otras opciones. Pero, eso pasa por un cambio de mentalidad en el poder. Por ahora, la autoproclamada revolución bolivariana es un proyecto que genéticamente parece excluir el diálogo.
Los venezolanos han demostrado que quieren una transición pacífica por la vía electoral, ¿cómo queda esa posibilidad tras el resultado de las elecciones regionales?
El domingo 15 de octubre todos salimos derrotados. Incluso el oficialismo, ganando con fraude 18 gobernaciones, salió perdiendo. Su actuación acabó con uno de los pocos mecanismos de legitimación que le quedaban: el voto popular. Ahora se ve más claro que el país está dominado por los grupos que monopolizan las armas: militares, delincuencia organizada... Las declaraciones del jefe de la Policía de Mérida, anunciando que no le entregará ese cuerpo de seguridad al nuevo gobernador de la oposición, son también un síntoma del país que ahora somos. Ese domingo, el Gobierno acabó con la escasa fragilidad institucional que quedaba. Cerró otra válvula para el descontento y la expresión popular. Es una manera de decir que no hay transición, que solo hay más violencia.
VALENTINA LARES MARTIZ
Corresponsal de EL TIEMPO
@valentinalares
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