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Europa

Ámsterdam huye de la fama de sus burdeles

Vitrinas como estas han dominado por décadas el paisaje del barrio Rojo de Ámsterdam. Actualmente, alrededor de 8.000 trabajadoras sexuales ofrecen sus servicios en la capital holandesa.

Vitrinas como estas han dominado por décadas el paisaje del barrio Rojo de Ámsterdam. Actualmente, alrededor de 8.000 trabajadoras sexuales ofrecen sus servicios en la capital holandesa.

Foto:Daniel Gómez

El Gobierno local estipuló que el barrio Rojo debe ser familiar. Trabajadoras sexuales se oponen.

Es de noche y las luces del barrio Rojo de Ámsterdam están apagadas. La prensa y la televisión anuncian el cierre de más de 100 vitrinas donde las prostitutas han trabajado por más de 500 años. Algunos hombres caminan confundidos por los callejones, esperando encontrar luces rojas, y en su lugar se tropiezan con restaurantes y tiendas de moda.
No es un secreto que muchos de los que visitan Ámsterdam por primera vez vienen cargados con las mismas ganas de probar aquello que en otros lugares es prohibido, como el consumo de marihuana y la prostitución. En años recientes, sin embargo, algo ha venido cambiando, y desde el gremio de las trabajadoras sexuales ya se comienza a oír voces de protesta.
En el 2007, la municipalidad de Ámsterdam lanzó el proyecto 1012 con el objetivo de transformar el Red Light District o barrio Rojo en un lugar más familiar y atractivo para inversionistas. Desde entonces, más de 130 vitrinas han sido cerradas y las prostitutas se están quedando sin trabajo. Felicia Anna, bloguera y trabajadora sexual rumana, cuenta que cada vez hay menos clientes no solo por el cierre de vitrinas, sino porque han abierto tiendas de moda que espantan a quienes vienen en busca de sexo. “Más de 135 mujeres están perdiendo sus lugares de trabajo, y no se nos ha ofrecido ningún tipo de compensación”, anota Felicia.
El proyecto 1012 obligó a los dueños de los burdeles, ubicados en ciertos puntos estratégicos de la ciudad, a vender las licencias que les permitían usar el espacio comercial en el barrio Rojo y luego las ofreció a diferentes negocios como tiendas de lujo y cafés conceptuales. La propuesta estaba enfocada en conseguir un cambio en el tipo de turistas: de hombres buscando sexo a familias y gente elegante. Mariska Majoor, líder de la Unión Holandesa de Trabajadoras Sexuales –organización que ella misma fundó en el barrio Rojo después de ocho años de trabajar en las vitrinas–, explica que lo que el Gobierno quiere es un cambio de apariencia, pero debe entender que hay personas que están siendo perjudicadas y a las que no puede abandonar a su suerte.
Los cambios ya se notan. En el 2011, las vitrinas estaban por todos lados y eran referencias que servían de ubicación para residentes y turistas. Hoy, en cambio, el número de bombillos rojos ha disminuido y uno se siente caminando por un parque temático que incluye moda y lugares hípster aparte de los tradicionales espacios dedicados al sexo.
Uno de los callejones más emblemáticos del barrio Rojo, a pocos metros de una iglesia construida 800 años atrás –la Oude Kerk–, era un lugar para los clientes que buscaban una acompañante de alto perfil. En su lugar hoy se encuentran un local de videojuegos y un café de sillas blancas. Antes, al caminar junto a uno de los canales en Oudezijds Achterburgwal, se veían las trabajadoras sexuales mirando inquietantes a los transeúntes desde el primer y segundo piso; era una puesta en escena, en plena calle. Ahora, este lugar alberga un museo que, irónicamente, es sobre prostitución.
No obstante, la Unión encabezada por Majoor no estaba dispuesta a resignarse tan fácilmente y han organizado protestas desde el 2015, exigiendo a la municipalidad tener voz en la toma de decisiones y en el diseño del proyecto 1012.
“Cuando pedimos ser escuchadas no nos pueden ignorar, nos tienen que tomar en serio. Conseguimos cambiar algunas cosas. Ya no pretenden cerrar tantas vitrinas como antes. El último año, cerraron solo 37 en lugar de 100. Tenemos argumentos y razones para debatir”, anota Mariska.
Esta es una de las protestas que la Unión Holandesa de Trabajadoras Sexuales llevó a cabo para oponerse al plan 1012 de la municipalidad.

Esta es una de las protestas que la Unión Holandesa de Trabajadoras Sexuales llevó a cabo para oponerse al plan 1012 de la municipalidad.

Foto:Proud

Un poco de historia

Por años, la postal ha sido una constante en el Red Light District: grupos de hombres transitando en bloque, con los ojos desorbitados y sonriendo a las mujeres en las vitrinas. Fuman, comen hongos y trufas psicodélicas, y pagan por sexo rápido con lujosas prostitutas europeas: 50 euros por unos minutos de sexo oral y luego un polvo, sin besos, que ellas llaman ‘suck and fuck’. El máximo que un cliente puede durar con una prostituta es 20 minutos, pero la mayoría no duran ni 10. Y todo esto ocurre en medio de casas medievales y familias de cisnes que transitan por antiguos canales de agua.
Ese paradigma, que la municipalidad de la capital holandesa ha querido cambiar, comenzó a construirse en 1413. Los holandeses salieron a mar abierto a conquistar el mundo, eran una de las mayores potencias de ese entonces y llegaron al Caribe, a África y a Asia para colonizar parte de lo que hoy es Surinam, las Antillas, Sudáfrica e Indonesia. Los marineros regresaban a Ámsterdam después de largos viajes sobre los océanos, y cerca del puerto, en el sector De Wallen (barrio Rojo), los esperaban con sexo y alcohol. Hoy la escena sigue repitiéndose, pero la fiebre de los marineros fue transmitida a ingleses, italianos y hombres de otras nacionalidades que acuden al sector para olvidarse de sus rutinas.
La ‘modernización’ de esta antigua tradición empezó a formalizarse en 1998, cuando la prostitución fue legalizada y, dos años más tarde, fueron reglamentados los espacios donde esta se puede ejercer. Desde entonces, el barrio Rojo no esconde nada, está abierto al mundo y a sus visitantes.
Para que una mujer pueda trabajar en las vitrinas de Ámsterdam, primero tiene que registrarse en la alcaldía, tener más de 18 años y nacionalidad europea, pagar impuestos, acudir a controles de salud y declarar que este oficio se hace por voluntad propia. Hoy hay más de 8.000 trabajadoras sexuales registradas en Ámsterdam. Algunas de ellas son de origen latino.

La historia de Mariska

Mariska Majoor, la mujer que ha estado al frente de la lucha de las trabajadoras sexuales en la ciudad, es holandesa, comenzó a trabajar como prostituta hace 30 años, cuando tenía 16. “Yo era una niña estúpida con muchos sueños, quería tener una granja con caballos”, cuenta.
Mientras prepara dos tazas de té negro, me pregunta de dónde soy. “Colombia”, respondo. “Lejos”, comenta.
Mariska cuenta que desde el comienzo de su trayectoria siempre la ha acompañado la misma sensación incómoda: “No me importaba trabajar como prostituta, pero me daba vergüenza hablar sobre mi trabajo”. Explica que en cualquier país del mundo, en círculos familiares o en otros espacios de la ciudad, las prostitutas niegan lo que son.
Un día, Mariska escuchó la palabra estigma; no conocía su significado, preguntó de qué se trataba, y al escuchar la respuesta comprendió que lo que había sentido durante muchos años era justamente eso: una marca imborrable hecha con un hierro candente.
“Cuando viajo y veo una prostituta en otras ciudades, sé que compartimos un vacío que la gente no entiende; es una emoción fuerte, incluso después de tantos años, es estigma”, anota. Luego, toma un respiro, y habla con más fuerza: “Por eso, es importante explicarle a la gente que nosotras queremos ser tratadas como seres humanos, que tenemos el derecho de hacer nuestro trabajo y de organizarnos como en cualquier otra profesión”.
Cuando las prostitutas de Ámsterdam se unieron y pidieron ser escuchadas en el diseño de las políticas que las afectaban, las cosas cambiaron. El sociólogo Laurens Buijs, experto en el tema, explica que la legalización del trabajo sexual permitió a la municipalidad no solo cobrar impuestos, sino controlar las actividades relacionadas con la prostitución. Por eso, la policía tiene acceso a las vitrinas y en cualquier momento las mujeres la pueden llamar si necesitan ayuda. El empoderamiento que les dio la legalidad no solo las hace fuertes como gremio, sino que las ha hecho menos vulnerables al maltrato. Son tratadas como trabajadoras que quieren ganar dinero y son protegidas por los derechos laborales.
Entonces, es difícil entender cómo un lugar que atrae tantos turistas y que se convirtió en símbolo mundial de los derechos de las prostitutas se esté transformando ahora en un centro comercial al aire libre. Buijs explica que el proyecto 1012 es parte de un plan gubernamental que busca cambiar la visión de Ámsterdam como la ciudad del pecado. La propuesta es convertirla en uno de los centros mundiales de negocios, emprendimiento y creatividad. Por eso, el ambiente tradicional del barrio Rojo no forma parte de esta visión políticamente correcta.
Los marineros holandeses del siglo XV tal vez estarían decepcionados si supieran que el barrio de la lujuria se está llenando de inversionistas, moda y arte. Sin embargo, con cientos de años de experiencia acumulada, las prostitutas de Ámsterdam han sabido enfrentar esta nueva dificultad.
Mientras termino la taza de té que me sirvió Mariska, ella pasa de la euforia al silencio. Luego, mira el mantel rojo que nos separa y dice que no imagina las condiciones en las cuales las prostitutas colombianas tienen que trabajar. Yo apenas puedo suspirar recordando la avenida Caracas, la Ciudad Amurallada, el barrio Guayaquil, cada callejón oscuro. Y luego, Mariska dice que quien mejor sabe sobre el trabajo de la prostitución son las propias prostitutas, y esa simple razón es suficiente para incluirlas en cualquier decisión que las afecte.
“Las cosas pueden empeorar o mejorar para las prostitutas, pero de algo puedes estar seguro: las luces rojas nunca se van a apagar”, concluye.
DANIEL GÓMEZ
Para EL TIEMPO
* Periodista, candidato a Ph. D. Universidad de Ámsterdam
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