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Europa

La desastrosa separación británica / Opinión

Solo un 52 por ciento de los votantes británicos tomaron la decisión de salir de la UE en junio pasado.

Solo un 52 por ciento de los votantes británicos tomaron la decisión de salir de la UE en junio pasado.

Foto:Daniel Leal-Olivas / AFP

Solo un 52 por ciento de los votantes británicos tomaron la decisión de salir de la UE.

Mientras Gran Bretaña desencadena formalmente las dolorosas negociaciones para excluirse de la Unión Europea, la primera ministra Theresa May se niega a usar la palabra ‘divorcio’ para describir lo que está sucediendo. Mi esposa, una abogada de familia ya jubilada, piensa que May puede estar en lo cierto. Después de todo, la casa familiar de la que estamos saliendo todavía contiene gran parte de nuestra historia y dinero familiar, así como nuestro futuro interés económico. En ese sentido, el divorcio es apenas una opción.
Gran Bretaña no ha sido un territorio tan insular como algunas personas lo consideran. Desde nuestra reinante familia real (que es alemana) hasta nuestras exportaciones, hemos ayudado a moldear y, a la vez, hemos sido moldeados por los acontecimientos en el resto de Europa occidental.
Entonces, ¿por qué nos vamos? La causa es una mezcla de frustración, delirio, falsedad y terquedad. Estábamos hartos de la incapacidad de Europa para afrontar algunos de sus mayores retos –desde la competitividad hasta la inmigración– pero nos negamos a ver lo que somos: un país de mediano tamaño que ya no gobierna gran parte del mundo.
El referéndum del ‘brexit’ fue un desastre, y una democracia parlamentaria nunca debería recurrir a dispositivos tan populistas.

Este divorcio no va bien. Y el proceso acaba de comenzar. Dios sabe qué tipo de país vamos a ser al final de este

Sabemos que casi la mitad de nuestras exportaciones van a la UE, cinco veces más que la totalidad de lo que va a la Commonwealth (la mancomunidad británica) y seis veces más de lo que va a todos los países BRICS. Pero hemos renunciado a permanecer en el mercado único (lo cual exigiría que aceptáramos la jurisdicción europea y la libre circulación del trabajo). Al parecer, queremos un acuerdo de libre comercio con la UE en nuestros propios términos, que abarque nuestras principales industrias y servicios.
El secretario de Relaciones Exteriores de May, Boris Johnson, argumenta que las cartas están en nuestras manos en las negociaciones porque los europeos quieren seguir vendiéndonos –Prosecco, por ejemplo–. Pero de todos modos, dicen los ministros de May, no importa si no tenemos ningún trato en absoluto. Simplemente nos alejaremos. Insisten en que ningún trato no sería necesariamente un mal resultado, pues el mundo estaría ansioso por hacer más negocios con nosotros.
Por todo esto, y para retomar la palabra que May no quiere usar, la situación podría sentirse como un divorcio inamovible. Y lo veremos cuando cada giro en las conversaciones con la contraparte europea sea acompañado de indignación xenófoba en el ala derecha del Partido Conservador de la Primera Ministra y en la prensa sensacionalista.
Ya es bastante malo que estemos poniendo en marcha la destrucción de nuestra economía, que hará más pobres a los pobres y más vulnerables a los emprendedores, para que además estemos derrumbando muchas de las reglas y convenciones de nuestra democracia parlamentaria, que deberían alentar la búsqueda del consenso y el compromiso, y a evitar los ‘mayoritarismos’.
Solo un 52 por ciento de los votantes británicos tomaron la decisión de salir de la UE en junio pasado. Lo que exactamente votaron sigue siendo un misterio. Pero ellos han hablado. Y eso lo resuelve, insisten May y los ‘brexiteers’. Ignoran, dicen, lo que los “enemigos del pueblo”, los jueces de nuestras cortes independientes, tienen que decir.
Callan cualquier punto de vista que se pregunte por lo que realmente nos está sucediendo. Atacan la reputación de cualquier persona –gerente de negocios, político o líder de la sociedad civil– que favorezca la adhesión a la UE o una discusión abierta de esta. Le dicen a la BBC que debe aceptar el ‘brexit’ con entusiasmo o enfrentar la ira popular. Y, sobre todo, cierran el debate parlamentario en nombre del “restablecimiento de la soberanía parlamentaria”.
Este divorcio no va bien. Y el proceso acaba de comenzar. Dios sabe qué tipo de país vamos a ser al final de este, pero, como en cualquier separación, podemos estar seguros de que serán los más pequeños los que más sufrirán.
CHRIS PATTEN
Último gobernador británico de Hong Kong y excomisario de la UE para Asuntos Exteriores
©Project Syndicate
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