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Europa

¿El populismo devora a Europa?

Luigi Di Maio, el líder del M5E, que obtuvo el 32,7 por ciento de votos y fue el partido ganador en los recientes comicios.

Luigi Di Maio, el líder del M5E, que obtuvo el 32,7 por ciento de votos y fue el partido ganador en los recientes comicios.

Foto:Ciro Fusco / EFE

Lo sucedido en las recientes elecciones italianas sirve para mirar la realidad del Viejo Continente.

Diana Rincón
Italia azotada por los terremotos. L’Aquila en 2009. Reggia Emilia en 2012. Devastadores y llenando de pánico a sus habitantes.
Domingo 4 de marzo de 2018: un nuevo terremoto, pero de carácter político esta vez. Así por lo menos, los principales diarios europeos califican las elecciones que luego del escrutinio arrojaron como ganadores al Movimiento 5 Estrellas (M5E), con su líder Luigi Di Maio, y a la Liga, de Matteo Salvini. Ambas formaciones llevan encima el rótulo de ser “antisistemas”.
¿Qué significa eso de ‘antisistema’? Porque bien puede ser un eufemismo usado por los que se instalan en el poder a perpetuidad y sienten que una fuerza superior de origen divino les ha dado ese carácter, que nadie les puede disputar.
El sistema es lo que se ha ido empotrando con el transcurrir de los años como forma de gobierno que como por arte de birlibirloque se ha dado en llamar “democracia”.
Esa democracia, o sea aquella en que el pueblo tiene el derecho a elegir y controlar a sus gobernantes, se ha desdibujado porque una clase política –en Italia y en muchos de sus vecinos países– se apoderó de ella con el objetivo de lucrarse a sí misma y el ‘demo’, esencia y final de todo acto de gobierno, fue borrado del mapa político. Quien se levante para denunciar las dimensiones de tal aberración es acusado de antisistema.
Pero si el uso del término ‘antisistema’ ya es un gran reproche por parte de esa clase política atornillada al poder, el asunto no para ahí. Se da un mayor salto de calidad y se pasa a un término más demoledor: ‘populismo’. Palabra que designa, según los usos de quienes se han adueñado del poder, el despertar de los peores males que pueden acaecerle a cualquier sociedad que se atreva a elegir a un ‘populista’.
Macron, en Francia, ganó no por sus méritos, sino porque el establishment francés, con sus miles de vicios, le puso el rótulo de antipopulista, y la aplanadora gerontoburocrática borró del mapa a Marine Le Pen. ¿Acaso es Le Pen la encarnación de Mefistófeles? ¿Más bien no ha denunciado ese anquilosamiento amiotrófico de su sistema financiero industrial laboral y emocional –Francia es de los países que más ansiolíticos consumen– en que se ha convertido la Quinta República francesa?
Leo en el semanario alemán Der Spiegel que la tercera economía más importante de la Unión Europea, la italiana, amenaza con ser gobernada por populistas antieuropeos. Por supuesto, se refiere al triunfo de M5E y a la Liga, que nadie esperaba. Es bueno escuchar al historiador italiano, profesor en Trento, Stefano Pilotto, entrevistado en Le Figaro, quien manifiesta: “Los dos ganadores (M5E y la Liga) no son necesariamente ni populistas para el M5E, ni necesariamente de extrema derecha para la Liga ni necesariamente están fuera del sistema”. Y Pilotto, como para apaciguar los exaltados ánimos de Bruselas y de los mercados financieros, aclara que la fuerza de las instituciones republicanas y democráticas en Italia no está amenazada por el triunfo de estos dos partidos.

La madre del cordero

El mensaje de las elecciones sucedidas en las tierras de Julio César es claro: Italia quiere un cambio. El M5E es el que sintetiza mejor este sentimiento, de ahí su increíble obtención del 32,7 por ciento de votos, el más votado de todos los partidos que competían por el poder, incluido el del prestidigitador e ilusionista Silvio Berlusconi, que apenas alcanzó un 14 por ciento, resultado que amenaza ponerle fin a la carrera del octogenario.
Aquí, en este punto, el de nuevas fórmulas a viejas lacras, reside la madre del cordero: los italianos ya no soportan la ineficacia de sus gobiernos, la falta de acción y de ideas de sus líderes, el aumento alarmante de la precariedad social, el desmonte paulatino del llamado “Estado de bienestar” instaurado después de 1945 y que amenaza a la vieja Europa con el síndrome del Titanic, en el fondo del mar, derrotado, desmoralizado y pasto de la corrosiva acción marina.
Lo que más escuece en los círculos políticos es la forma como ganaron los ‘5 Stella’: con el apoyo de los mayores de 40 años y de los jóvenes, que han sido los más perjudicados desde que se inició la crisis subprime, en 2007. No olvidemos que la quiebra de Lehman Brothers fue para el mundo financiero más catastrófica que lo del Titanic. Ensombreció las economías de los países desarrollados y a las economías del tercer mundo las dejó en estado de insuficiencia respiratoria. Insisto, miles de jóvenes han quedado fuera de los circuitos laborales y se niegan a ser despojados de su futuro, a ser carne de cañón de la avaricia excluyente de esas élites que pasan en una eterna dolce vita felliniana, mientras ellos ven saqueado y quemado el divino tesoro de su juventud.
Uno de los eslóganes de Luigi Di Maio, de 31 años, iba dirigido a los jóvenes: si los otros no han tenido éxito hasta ahora, dejemos correr a los nuevos. A ellos nadie les puede garantizar que lo escuchado no forme parte de las fementidas promesas de siempre. Por supuesto, esto produce desespero, angustia y que se desarrollen las economías marginalizadas y que, en Italia en particular, las mafias se abran paso a como dé lugar.
Las mafias son turbiedad, exclusión, zozobra, sembradoras de división y ambición desmedida. Tendríamos que entrar a analizar el legado del recientemente fallecido Toto Riina.
Pero eso será en otro momento. Ahora es el populismo el que concita nuestra atención. Los dos partidos ganadores, M5E y Lega, ofrecen a los fatigados y descreídos italianos promesas de más seguridad, de una reglamentación más rigurosa de la inmigración –a Italia en los últimos 6 años han llegado 700.000 inmigrantes–, mayor sensibilidad con los menos pudientes. Por tanto, Salvini –acomedido él– promete expulsar a 600.000 de los arribados a sus costas.

Ley de la selva

El populismo avanza porque la pobreza crece, porque la globalización carece de principios que salvaguarden a los millones de arrojados al mar de ese barco llamado “capitalismo” que reclama para sí la famosa boutade: solo hay espacio para los más fuertes. La más prístina ley de la selva.
En Italia, como en España, Portugal, Irlanda y cada vez más Francia o el Reino Unido, las personas mayores y los más jóvenes son masas sin esperanza, desarraigados sociales, enfermos mentales, seres que caminan sin ningún rumbo. Ante sí solo ven el abismo. La dignidad desapareció de sus vidas y ambiciones. Los rodea apenas la azufrada tristeza.
Esta descripción lleva a que florezcan los Matteo Salvini y Luigi Di Maio. A mí no me cabe duda de que son tan falsos como Andreotti, Prodi, Massimo D’Alema, Mario Monti, Renzi, que han llevado a Italia al caos. Al endeudamiento monstruoso del país. Hoy, cada italiano por mor de su deuda pública debe 37.694 euros. Esto es impagable. Es el frenesí de Sodoma y Gomorra de la más absoluta irresponsabilidad de un gobierno que forma parte del G-8.
A la Liga y a Matteo Salvini, copiando del Frente Nacional lepenista, le dio por sacarse de la chistera “los italianos primero”. Haciendo magia borró del partido inicial que fundó Umberto Bossi, bajo el nombre de Liga del Norte, la palabra ‘Norte’, para darle un marcado tono nacional y nacionalista. La Liga desprecia al sur italiano. En 2009, durante una fiesta del partido, Salvini entonaba: “Siento en mí un hedor, hasta los perros huyen del mal olor, esto es porque los napolitanos han llegado”. Hoy, a Salvini se le llena la boca diciendo a los del sur que él, de gobernar, les va a dar guarderías infantiles gratis; y a los pensionados, que va a acabar con la reforma de 2011 de Mario Monti, que establecía recortes. La Liga, antes Liga del Norte, fue pensada únicamente para el rico norte italiano. Ellos, como los nacionalistas catalanes, se sienten robados por Roma y están convencidos de que ellos mismos pueden administrar con más eficiencia los ricos territorios lombardos.
Yo no diría que Salvini es populista. Sí un oportunista que lee los tiempos actuales, donde lo inestable reina, donde el mesianismo saca provecho jugoso. Podría pensarse que tanto Salvini como Di Maio quieren sacar beneficios del rebufo Donald Trump, como intentando copiar el “America first”, que sería como querer trasplantar el océano Atlántico al mar Tirreno. Estratagema para aprovecharse del desaliento, pero que al final producirá mayor desencanto.
Son tiempos muy convulsos, que necesitan pensarse no en clave política sino con sentido histórico, incluso filosófico. No pensando en viejos imperios. Eso es pura majadería. Auténtico disparate, algo chistoso, anquilosado. Hoy hay que mirar al presente e implicar en sus distintos vectores al pueblo para que regrese a los radares de lo existencial. En el radar debe figurar el ser humano, no la ideología ni el pasado fosilizado que paraliza.
Del interrogante inicial de esta nota quizás se debe pasar a plantearlo de otra forma: ¿Europa clama y necesita del populismo para refundar sus instituciones haciéndolas más abiertas, dinámicas, eficaces y que levanten la moral de un pueblo que peligrosamente ya no tiene nada que perder y que podría conducirlo a lo desconocido? La historia no está escrita. Ella improvisa y depara sorpresas. Quien piense que ya está todo dicho es un pelmazo.
FRANCISCO HENAO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
Diana Rincón
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