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EEUU

La peligrosa postura anti-Irán de Estados Unidos

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Donald Trump, presidente de Estados Unidos.

Foto:Saul Loeb / AFP

Con Obama se preparó el espacio para la diplomacia. Con Trump, crece la carrera armamentista.

En las últimas semanas, el presidente Donald Trump y sus asesores se han unido a Arabia Saudita en su acusación de que Irán es el epicentro del terrorismo en Oriente Próximo. Y el Congreso estadounidense prepara otra ronda más de sanciones contra Irán. Pero la caricatura de Irán como ‘la punta de lanza’ del terrorismo global, según las palabras del rey saudí Salmán, no solo es equivocada sino también extremadamente peligrosa, porque podría conducir a una nueva guerra en Oriente Próximo.
Por cierto, ese parece ser el objetivo de algunos exaltados en Estados Unidos, a pesar del dato obvio de que Irán está en el mismo bando que Occidente en la lucha contra Estado Islámico (EI). Y también, de que a diferencia de la mayoría de sus adversarios regionales, Irán es una democracia. Irónicamente, la escalada retórica estadounidense y saudí se produjo apenas dos días después de la elección del 19 de mayo en Irán, en la cual los moderados liderados por el presidente Hasán Rouhaní derrotaron a sus oponentes de línea dura en las urnas.
Quizá para Trump, el abrazo prosaudí y anti-Irán es apenas otra propuesta comercial. Estaba exultante con la decisión de Arabia Saudita de comprar 110.000 millones de dólares en nuevas armas estadounidenses y describió el acuerdo como “empleos, empleos, empleos”, como si el único empleo remunerado para los estadounidenses requiriera de guerras.
El ánimo anti-Irán de Estados Unidos se remonta a la Revolución islámica de 1979. Para la población estadounidense, el padecimiento de 444 días del personal de la embajada en Teherán que había sido tomado como rehén por estudiantes iraníes radicales constituyó un shock psicológico que todavía sigue vivo.
Pocos estadounidenses son conscientes de que la Revolución iraní se produjo 25 años después de que la CIA y el MI6 (inteligencia británica) conspiraran en 1953 para derrocar al Gobierno democráticamente electo del país e instalar un Estado policial bajo el mando del sah de Irán, para preservar el control del petróleo de allí, amenazado por una nacionalización. Tampoco, de que la crisis de los rehenes fue precipitada por la decisión poco meditada de admitir al depuesto sah en EE. UU. para un tratamiento médico, algo que muchos iraníes consideraron como una amenaza para la revolución.
Durante la administración Reagan, Estados Unidos respaldó a Irak en su guerra de agresión contra Irán, que incluyó el uso de armas químicas por parte de Irak. Cuando el combate finalmente culminó, en 1988, Washington implementó sanciones financieras y comerciales a Irán que siguen vigentes hasta el día de hoy. Desde 1953, Estados Unidos se ha opuesto a la autonomía y al desarrollo económico de Irán a través de una acción encubierta, un respaldo a un régimen autoritario, el apoyo militar a sus enemigos y sanciones que llevan décadas.
Otra razón para el ánimo anti-Irán de Estados Unidos es el respaldo de Irán a Hezbolá y Hamás, dos antagonistas militantes de Israel. Aquí también es importante entender el contexto histórico.
En 1982, Israel invadió el Líbano en un intento por aplastar a los palestinos que operaban allí. Luego de esa guerra, Irán respaldó la formación de Hezbolá, liderado por chiitas, para resistir la ocupación por parte de Israel del sur del Líbano. Cuando Israel se retiró del Líbano en el 2000, casi dos décadas después de su invasión original, Hezbolá ya se había convertido en una fuerza militar, política y social formidable en el Líbano.
Irán también respalda a Hamás, un grupo sunita de línea dura que rechaza el derecho de Israel a existir. Luego de décadas de ocupación israelí de tierras palestinas capturadas en la guerra de 1967, y con las negociaciones de paz estancadas, Hamás derrotó a Fatah (el partido político de la Organización para la Liberación Palestina) en las elecciones del 2006 para el parlamento palestino. En lugar de iniciar un diálogo con Hamás, Estados Unidos e Israel decidieron intentar quebrarlo, incluso a través de una guerra brutal en Gaza (2014), que produjo una gigantesca cantidad de víctimas palestinas, un sufrimiento incalculable y miles de millones de dólares en daños a hogares e infraestructura, pero que, como era predecible, no consiguió ningún tipo de progreso político.
Israel también ve el programa nuclear de Irán como una amenaza a su existencia. Los israelíes de línea dura intentaron convencer repetidamente a Estados Unidos de atacar las instalaciones nucleares de Irán, o por lo menos permitirle a Israel hacerlo. Afortunadamente, el presidente Barack Obama se resistió y, en cambio, negoció un tratado entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (más Alemania) que bloquea el avance de Irán a las armas nucleares durante una década o más, creando espacio para mayores medidas de generación de confianza de ambas partes. Sin embargo, Trump y los saudíes parecen decididos a destruir la posibilidad de normalizar las relaciones que creó este importante y prometedor acuerdo.
Las potencias externas son extremadamente tontas al dejarse manipular para tomar partido en conflictos nacionales o sectarios. El conflicto palestino-israelí, la competencia entre Arabia Saudita e Irán y la relación sunita-chiita requieren de un mutuo acuerdo. No obstante, cada bando en estos conflictos alberga la trágica ilusión de lograr una victoria definitiva sin la necesidad de un acuerdo, si solo Estados Unidos (o alguna otra potencia importante) libra la guerra en su nombre.
Durante el siglo pasado, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Rusia han jugado mal el juego de poder de Oriente Próximo. Todos han dilapidado vidas, dinero y prestigio. (La Unión Soviética resultó seriamente, si no fatalmente, debilitada por su guerra en Afganistán). Así que hoy más que nunca, necesitamos una era de diplomacia que enfatice el acuerdo, no otra ronda de demonización y una carrera armamentista que fácilmente podrían desencadenar un desastre.
JEFFREY D. SACHS
Profesor en Columbia University
© Project Syndicate
Nueva York
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