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EEUU

En Washington, un legado de Obama que no ha eclipsado Trump

Vista de el  Museum desde Constitution Avenue,

Vista de el Museum desde Constitution Avenue,

Foto:Alan Karchmer / NMAAHC

El Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericanas es la mayor exhibición sobre el tema. 

¿Sabía usted que en el siglo XIX los esclavos afroamericanos construyeron un ferrocarril subterráneo en los Estados Unidos para escapar hacia la libertad?
¿Sabía que miles de ellos lograron huir en él de los estados esclavistas del sur hacia la libertad en los estados del norte?
Este, que fue uno de los secretos mejor guardados en la nación norteamericana hasta la abolición de la esclavitud en 1865, es hoy uno de los principales motivos de atracción para los miles de personas que visitan diariamente el monumental conjunto de museos de la Institución Smithsoniana en Washington.
Los detalles de aquella aventura casi inverosímil forman parte de la mayor exhibición hecha hasta ahora sobre la historia y la cultura de los afroamericanos, inaugurada en los últimos días de su administración por el presidente Barack Obama y contenida en una nueva y monumental estructura que transformó el corazón de la capital de los Estados Unidos.
La derrota del Partido Demócrata en las últimas elecciones presidenciales y el huracán de Donald Trump le quitaron protagonismo en las noticias a la aparición de esa estructura, pero no han eclipsado su importancia, que trascenderá más allá de lo que pueda hacerlo el nuevo Gobierno estadounidense.

Símbolo poderoso

Se trata del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericanas, levantado a poca distancia del obelisco que honra la memoria de George Wash-ington. Es la más reciente adición al conjunto de museos administrados por la Institución Smithsoniana y construidos a ambos lados del Mall, el parque que se extiende desde el obelisco hasta el Capitolio y que constituye una de las áreas más visitadas del planeta. Pero no es simplemente un museo más.
A diferencia de los otros museos de aquel conjunto, hechos en mármol, piedra o cemento blanco, el afroamericano es de un color oscuro.
Fue diseñado por el arquitecto David Adyaje, de origen tanzano y nacionalidad británica, quien es el responsable de la poderosa fuerza simbólica del edificio, comenzando por su color.
Así lo dijo él mismo: “Yo tenía claro desde el principio que no iba a ser mármol blanco. Tenía que hablar un lenguaje diferente”.
El exterior es de color marrón y tiene la forma de tres pirámides invertidas y superpuestas, que para algunos asemejan la corona de un rey africano, y para otros, la forma de los capiteles en los palacios de los sacerdotes de la religión yoruba, que se extendió al mundo desde el África y en América se asentó especialmente en los Estados Unidos, Brasil y Cuba.
La cubierta y las fachadas están hechas en lámina de aluminio con una filigrana inspirada en la orfebrería de los afroamericanos de Luisiana y Carolina del Sur.

Saga bicentenaria

En los seis pisos del museo están expuestos 3.500 objetos de una colección de más de 40.000 que obtuvo la Institución Smithsoniana durante un proceso de recolección de varios años.
Allí está contenida la historia de decenas de generaciones de afroamericanos, desde los que sufrieron la esclavitud y los que libraron las luchas por el reconocimiento de sus derechos en el siglo pasado hasta los que han sobresalido en las artes, la música, el espectáculo y los deportes.
Entre las muestras más llamativas están las que reviven la experiencia de los miles de esclavos que escaparon por el ferrocarril subterráneo, una empresa titánica que hoy se puede conocer en pequeños tramos, como uno de tres kilómetros que se conserva con su estación respectiva situada bajo una humilde vivienda en el pueblo de Sandy Spring, en el estado de Maryland.
Documentos, narraciones y objetos dan testimonio de la saga bicentenaria de los afroamericanos, incluyendo su papel en la guerra de Independencia, la formación de la República, la guerra de Secesión, la reconstrucción de la Unión Americana, las dos guerras mundiales y el desarrollo que elevó al país a la categoría de primera potencia mundial.
En la muestra hay tesoros como el primer libro de poemas de un autor afroamericano, una colección de versos escritos por la esclava Phillis Wheatley que su propietario, el comerciante bostoniano John Wheatley, quien le adjudicó su apellido, hizo publicar en Londres en 1773. También está el chal de seda que la reina Victoria de Inglaterra le regaló a Harriet Tubman, una esclava que escapó al norte utilizando el ferrocarril subterráneo y ayudó a fugarse por la misma vía a decenas de otros esclavos en la última década de 1800.

Huellas del Ku Klux Klan

Igualmente documentadas están las batallas del movimiento abolicionista que precedió a la guerra civil, las campañas en favor de la emancipación y la larga lucha que libraron después los afroamericanos para vencer la segregación y obtener el reconocimiento de sus derechos civiles. Allí hay objetos de tanto valor simbólico como los capuchones blancos del Ku Klux Klan y testimonios gráficos de los linchamientos que sufrieron miles de afroamericanos.
Una pieza emblemática es el ataúd en el que fue velado en 1955 Emmett Till, un joven de 14 años asesinado en Misisipi por piropear a una mujer blanca. También hay un vestido de Rosa Parks, la mujer que ese mismo año rehusó levantarse de un asiento reservado a los blancos en un bus de Montgomery (Alabama) y con su actitud dio un impulso decisivo al movimiento de los derechos civiles, del cual hay numerosos testimonios, comenzando por los de su principal impulsor, Martin Luther King.
También se exhiben piezas icónicas de personajes afroamericanos en el deporte, como los guantes con los que Mohamed Alí ganó el oro olímpico en Roma en 1960, cuando todavía era Cassius Clay, y las zapatillas con las que Carl Lewis batió el récord de los cien metros planos en el campeonato mundial de Tokio en 1991.
Y en las áreas dedicadas a la música y el espectáculo sobresalen una trompeta hecha en París para Louis Armstrong, una de las guitarras y el automóvil Cadillac Eldorado modelo 1973 de Chuck Berry con el que este irrumpió una vez en el escenario del Teatro Fox de San Luis y prendas de Jimi Hendrix, Michael Jackson, Harry Belafonte, figuras del rap y el hip-hop y poetas como David Nelson, Gylan Kain y Felipe Luciano.

Un siglo de lucha

El museo tuvo un costo de 540 millones de dólares, de los cuales 270 millones provinieron de donaciones privadas y el resto fue financiado con fondos federales.
La principal donación privada, por 12 millones de dólares, fue hecha por Oprah Winfrey, la célebre presentadora de televisión. Con la inauguración del edificio culminó una lucha de más de un siglo, iniciada en 1916 por veteranos de la guerra civil estadounidense, en la que miles que habían sido esclavos formaron parte del ejército liderado por Abraham Lincoln.
Pasó más de medio siglo antes de que el Congreso aprobara en 1981 una ley que ordenaba su creación, pero con la provisión de que fuera levantado en Wilberforce, un pueblo de Ohio donde había estado una de las estaciones del ferrocarril subterráneo.
Este museo fue abierto en 1988 y se añadió a otros de carácter regional en varios estados, pero ello no impidió que los afroamericanos continuaran luchando por un museo nacional en Washington. Ese mismo año, el representante de Georgia John Lewis presentó un proyecto que fue rechazado por el Congreso, y desde entonces lo volvió a presentar sin éxito en las siguientes legislaturas. El nudo se destrabó cuando el presidente George W. Bush encargó en 2001 un estudio de factibilidad y dos años después el Congreso autorizó la construcción y los fondos para realizarlo.
Con el impulso final de Obama, el museo se levantó en un lugar privilegiado del Mall, entre el monumento a Washington y el Museo de Historia Natural, otro museo Smithsoniano de merecida fama mundial.
El valor simbólico de la obra fue destacado desde su inauguración, realizada por Obama en un terreno que siglos antes fue cultivado por esclavos. En esos días, la primera dama, Michelle Obama, subrayó el papel de aquellos al decir: “Hemos vivido ocho años con mi familia en una casa construida por esclavos”. La frase resonó en momentos en que la contribución de los afroamericanos a la historia estadounidense era reconocida de manera espectacular en el museo recién inaugurado.
La reveladora exhibición del museo revive épocas que ya fueron superadas, pero cuyas secuelas aún no desaparecen, como lo muestran los recientes brotes de racismo y xenofobia en los Estados Unidos y otros países. La descarnada realidad que presenta es una invitación a rebelarse contra ellos, como si hiciera falta una nueva emancipación.
Leopoldo Villar Borda
Especial para EL TIEMPO
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