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Lecturas Dominicales

El sueño de Christian Dior

La retrospectiva se llama 'Dior, un costurero de ensueño' y se realiza en el Museo de Artes Decorativas. Tiene más de trescientos vestidos de alta costura y cientos de accesorios en tres mil metros cuadrados.

La retrospectiva se llama 'Dior, un costurero de ensueño' y se realiza en el Museo de Artes Decorativas. Tiene más de trescientos vestidos de alta costura y cientos de accesorios en tres mil metros cuadrados.

Foto:©Adrien Dirand

París celebra los 70 años de la creación de la emblemática casa de moda con una retrospectiva.

“Se encontrará sin dinero, pero las mujeres le serán benéficas y es por ellas que triunfará”. Esa fue la misteriosa y acertada predicción que una quiromántica le hizo a Christian Dior (1905-1957) hacia 1934, justo después de que su aristócrata familia normanda cayera en la ruina tras la depresión económica de 1929.
Para ese momento, el joven Dior no tenía ninguna relación con la moda, sino con el arte. A pesar de que había hecho estudios de ciencias políticas, una de las disciplinas mejor reputadas de Francia, nunca ejerció esa carrera y prefirió establecerse como galerista en 1928, a los 23 años. Entonces le confesó a su padre su proyecto de abrir una galería de arte en compañía de su amigo Jacques Bonjean. Su papá aceptó patrocinarlo y darle los fondos necesarios, bajo la única condición de que el apellido Dior no apareciera en las vitrinas.
Sus biógrafos coinciden en que desde su infancia había soñado con la idea de ser arquitecto o compositor musical y que llegó al comercio del arte esencialmente porque estaba rodeado de artistas: “Nos reunimos pintores, literatos, músicos y decoradores, bajo el amparo de Jean Cocteau y de Max Jacob”, comentaba el mismo Dior en una entrevista. Así, la galería abrió sus puertas en 1928 y llegó a tener un éxito importante entre los amantes del arte. La estrategia de Dior fue atraer a los compradores con la obra de artistas ya reconocidos, como Picasso, Braque, Miró, Matisse, Derain, Dufy y Cocteau. Y, gracias al renombre que ya tenían todos ellos, logró presentar e introducir en los círculos parisinos a jóvenes y desconocidos artistas de su generación, como Salvador Dalí, Alberto Giacometti, Alexander Calder, Christian Bérard y Leonor Fini.
Y es precisamente con una sala que recuerda los tiempos de un Dior galerista, y con una serie de obras de arte que se exhibieron allí, que se abre la exposición Dior, costurero de ensueño. El objetivo no es solo recordar una de las aristas más desconocidas de uno de los grandes genios de la moda del siglo XX, sino hacer evidente el diálogo que desde mucho antes de la creación de su maison de couture (casa de moda) han tenido sus directores artísticos con el arte. Las siguientes salas sorprenden por un montaje exquisito que combina en las mismas vitrinas y los mismos muros obras de arte de Picasso, Braque y René Gruau con algunos de los más icónicos trajes de esta casa, inspirados precisamente por cuadros de estos artistas. Sin embargo, no fue solo Christian Dior quien los ejecutó, sino que sus sucesores hicieron lo mismo en múltiples desfiles. Es el caso de Marc Bohan, que se inspiró en las drip paintings de Jackson Pollock para una de sus pasarelas después de haber tomado las riendas creativas de la casa, cuando Yves Saint Laurent —asistente y primer sucesor de Dior— fue removido de su cargo por haber caído en depresión.
Años después, John Galliano creó una colección titulada Scherezada, que recordaba el orientalismo de Léon Bakst y de los ballets rusos, que a su vez fue un momento decisivo del arte moderno, pues marcó a toda una generación de creadores, incluyendo a Dior. Lo mismo sucede con el vestido en homenaje a Christian Bérard, en el que se bordó el tul y se pintaron unas partes de la seda con motivos que recordaban al artista. Y, por supuesto, el personaje del arlequín —siempre presente en la historia de la pintura, desde Cézanne a Picasso, pasando por Derain— se manifiesta en algunos de los vestidos exhibidos.
Por su parte, Raf Simons se inclinó hacia el arte contemporáneo y transpuso una capa pictórica sobre un satín de algunos vestidos que quedaron impregnados de la influencia del artista californiano Sterling Ruby, con su serie ‘Spray Paintings’. Lo mismo sucede con dos vestidos de colores pastel, que hacen eco a la obra del artista estadounidense Agnes Martin.
Según cuenta el catálogo de la muestra, en un momento en el que Dior dudaba de su decisión de abrir una casa de moda, un amigo le dijo: “No sabes nada de moda, pero podrás abrirte camino porque conoces la historia del arte y, además, sabes dibujar”.
EL RECORRIDO continúa con una serie de salas llamadas Colorama, en las que se ilustra a la perfección el sueño del diseñador: “Vestir a una mujer en Christian Dior de la cabeza a los pies”. De ahí que por varios metros, a cada lado de la sala, se exhiban en las vitrinas un conjunto innumerable de objetos presentados en “arco iris” que revelan los colores fundamentales de la maison.
Para el color rojo, por ejemplo, del que Dior aseguraba que es “el color de la vida” y el que “viste la sonrisa de las mujeres”, se puede apreciar una serie de vestidos, abrigos, zapatos, joyas, labiales, carteras, sombreros, envolturas de cosméticos, guantes, frascos de perfumes, esmaltes de uñas y miniaturas de modelos originales concebidos por los talleres de alta costura con una precisa exactitud. Todos en Rojo Dior.

El sueño del diseñador: “Vestir a una mujer en Christian Dior de la cabeza a los pies”

Como en la paleta de un pintor y con el mismo despliegue de piezas, aparecen en escala cromática el rosa, “el color de la felicidad y de la feminidad”; el gris, “el más práctico y más elegante de los colores neutros”; el amarillo, el azul, el morado, el blanco, el verde y el negro, que en los códigos Dior es considerado el más elegante de los colores.
Todo un pantone de identidad cromática que tiene el propósito de mostrar no solo los archivos y las líneas estéticas que ha seguido la casa, sino demostrar que, desde sus primeros tiempos, Christian Dior comprendió que lo que sería más tarde la “industria de la moda y del lujo” no podía basarse solo en la ropa: si bien ese era su centro, alrededor de ella debían converger muchos elementos para consolidar un concepto de elegancia desde la visión de una gran casa de moda. Por eso era necesario crear también accesorios, maquillaje, zapatos, joyas y perfumes que correspondieran con su propuesta estética.
A partir de este punto, la exposición comienza a ser cronológica y a llevar de la mano al espectador por el universo Dior —actualmente, y por primera vez, en manos de una mujer, Maria Grazia Chiuri—, a partir de una muestra de la primera colección, que se presentó el 12 de febrero de 1947, después de la fundación de la maison en 1946, con el apoyo del industrial y textilero Marcel Boussac. Para ese momento había dejado atrás su galería y se había dedicado a ser ilustrador de moda, debido a que en 1935 había aprendido dibujo de moda, lo que lo salvó de la miseria. Así logró colaborar como modelista para los grandes costureros parisinos de la época, como Robert Piguet y Lucien Lelong.
Esa colección alcanzó un éxito sin precedentes, que se vio reflejado en el hecho de que las mujeres empezaron a adoptar unánimemente un estilo revolucionario, llamado el new look. Este nombre se debe a que Europa apenas empezaba a levantarse de la Segunda Guerra Mundial, y París todavía limpiaba los vestigios de la ocupación nazi, cuya devastación había sido tan profunda que fue necesario reconstruirlo todo, y eso incluía también la relación de las mujeres con su propio cuerpo: su feminidad y, por supuesto, su lugar en la sociedad.
Este nuevo look consistió en crear siluetas que estilizaran la figura femenina, que para ese momento no se resaltaban de ninguna manera: durante la guerra, sus vestimentas eran, por supuesto, austeras, prácticas y casi masculinas. En contraposición, se puede ver cómo Dior propone faldas amplias, abiertas hacia los pies como una flor, de talles ínfimos, excesivamente angostos, como la cintura de una avispa, para subrayar las curvas propias del cuerpo femenino y contraponerlas a prendas de hombros redondeados y sensuales.

Esta exposición confirma que Dior logró sumergir a la mujer —y en este caso al visitante— en un universo de ensoñaciones.

Algunos historiadores de moda aseguran que la inspiración y la búsqueda de Dior para ese momento fue el rescate de la elegancia de la Belle Époque, es decir, los años previos a la Primera Guerra Mundial. Y lo consiguió: la moda de los años cincuenta, que se puede rastrear en las revistas y en el cine, estuvo marcada por ese new look.
De ahí en adelante, la muestra es un derroche de belleza, estilismo, elaboración y delicadeza. Ya sea porque algunas salas evocan la dulzura de la primavera y el florecimiento de los jardines, con millares de flores hechas en papel y que caen del techo, o porque otras son glamour puro, en las que se pueden ver en distintos niveles trajes de alta costura bañados por luces que simulan los destellos de estrellas, esta exposición confirma que Dior logró sumergir a la mujer —y en este caso al visitante— en un universo de ensoñaciones.
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