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Lecturas Dominicales

El lado oscuro de las fake news

Donald Trump es uno de los que más usa la expresión. La verdad se ha convertido en una feroz disputa, y eso también puede ser una oportunidad.

Donald Trump es uno de los que más usa la expresión. La verdad se ha convertido en una feroz disputa, y eso también puede ser una oportunidad.

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Actualidad Panamericana escribe sobre la elección de 'fake news' como la palabra del año.

María Paulina Ortiz
Que por cuenta de su auge el término fake news haya sido escogido como palabra del año por el Diccionario Oxford era algo perfectamente previsible.
Pongámonos serios esta vez y digamos que distintos procesos que llevaban años, incluso décadas en curso, confluyeron para que reventara el fenómeno. En líneas generales: la posmodernidad y el fin de un único relato portador de sentido para nuestra especie; los avances de la neurociencia que disparan dardos al corazón de la idea de que existe una realidad objetiva allá afuera de nuestro cerebro, y la dinamitada del monopolio que unos pocos tenían de la información por cuenta del auge de internet y la masificación del acceso a los teléfonos llamados inteligentes. Dicho de otra forma: el que cada vez más tías tengan WhatsApp está marcando un antes y un después en la historia de la humanidad, y es en serio.
Todo lo anterior se veía venir. Pero es verdad que pocos se imaginaron que la transformación fuera de tal nivel que permitiera la llegada a la presidencia de la principal potencia mundial de un monigote como Donald Trump.
Para bien o para mal estamos en un momento de la civilización en el que la verdad es objeto de una feroz disputa. Es muy probable que el resultado de la misma no sea el de un vencedor que ejerza su monopolio en las décadas por venir, sino la aceptación de que existen tantas verdades como seres humanos dispuestos a imponerlas.
Y aquí es donde está el reto. Lo que está ocurriendo no es necesariamente una catástrofe. Claro que produce vértigo, ansiedad y mucho miedo. Es apenas comprensible. Pero es también una oportunidad única.

Para bien o para mal estamos en un momento de la civilización en el que la verdad es objeto de una feroz disputa

Una opción es plegarse a los líderes de dudoso cuño: de Donald Trump a Álvaro Uribe pasando por Gustavo Petro, y resignarse a que redactar los nuevos cánones de la verdad será una tarea más para quienes lleguen a lo más alto de la pirámide del poder. Ya lo está haciendo el magnate inquilino de la Casa Blanca: lo que me sirve es verdad, lo que me pone en aprietos es fake news.
Pero hay otro camino: se puede aceptar que los grandes metarelatos murieron, que es cierto lo que científicos como Rodolfo Llinás han demostrado respecto a que nuestra experiencia del mundo es finalmente una construcción propia mediada por el cerebro y no por hechos externos, objetivos y universales. Es posible asumir que esto es así y plantear a su vez que tal reconocimiento no tiene por qué significar una claudicación. No tiene por qué llevarnos irremediablemente a rendirnos ante los pastores de la posverdad y sus cultos sin biblia pero con trending topics.
Corresponde, como adultos responsables y autónomos que vivimos en sociedad, un nuevo acuerdo que dé pie no a una verdad objetiva pero sí ética. Quienes tienen poder deben renunciar de entrada a la pretensión de imponer su verdad. En terrenos como el hambre, el calentamiento global, la violencia sexual, el tráfico de personas, el matoneo y el machismo, la última palabra tiene que ser fruto de un consenso, jamás de una imposición. Y son necesarios otros acuerdos y en muchos de ellos las partes tendrán que pactar el plegarse al método científico. En otros, al sentido común a la hora de nombrar las cosas por su nombre: que si en un lugar –la zona bananera del Magdalena– militares mataron trabajadores indefensos, ahí lo que ocurrió fue una masacre y es algo execrable.

Corresponde, como adultos responsables y autónomos que vivimos en sociedad, un nuevo acuerdo que dé pie no a una verdad objetiva pero sí ética

Se trata de desenmascarar a las fake news: ojalá su definición en el diccionario apuntara menos a lo anecdótico y más a su condición de punta de lanza de estrategias que buscan dinamitar la vieja verdad objetiva y construir arbitrariamente unas nuevas. Esas en las que 1+1 es igual a lo que el querido líder de turno disponga. Esas en las que la mentira se llama ‘posverdad’ y los disparates ‘hechos alternativos’ para así relativizar y normalizar el horror, la exclusión y el totalitarismo.
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María Paulina Ortiz
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