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Delitos

‘Me dejaron viva, con voz, y ahora solo sé luchar por las mujeres’

La mayor parte de sus 42 años de edad, Sáenz los ha dedicado a luchar por la defensa de los derechos humanos.

La mayor parte de sus 42 años de edad, Sáenz los ha dedicado a luchar por la defensa de los derechos humanos.

Foto:Juan Diego Buitrago / EL TIEMPO

no es hora de callar

#NoesHoradeCallar campaña de EL TIEMPO.

Yovana Sáenz creó la ONG Dhefensoras para apoyar a sobrevivientes de violencia sexual, como ella. 

Hace más de siete años, a Yovana Sáenz le dijeron que su vida valía menos que una bala. Lo hicieron dos hombres que iban en una moto y la retuvieron en Bogotá cuando salía de una reunión de Afrodes, la organización social de Afrodescendientes Desplazados para la que trabajaba.
Tras terminar el encuentro en el que evaluaron las amenazas sistemáticas que venían recibiendo varias defensoras de derechos humanos, Yovana decidió caminar sola hasta el paradero del bus. Fue entonces cuando los dos sujetos la alcanzaron y le dijeron que era la mujer que estaban buscando. Le insistieron que las mujeres debían estar en la cocina y no defendiendo los derechos humanos. Destruyeron la tarjeta SIM de su celular, no se llevaron nada de su bolso ni los 300.000 pesos que tenía, y le quitaron un radioteléfono que usaba para comunicarse con la fundación.
Con el arma apuntando a su cabeza, los hombres abusaron sexualmente de ella y le advirtieron que si seguía denunciado cosas, le podía suceder lo mismo a su hija. Aunque su carácter y su cuerpo siempre han sido los de una mujer fuerte, las amenazas la dejaron paralizada. Ni siquiera trató de defenderse. La golpearon, la humillaron. Luego la dejaron sola en la vía, en un sector de Altos de Cazucá, en Caracolí, en el sur de Bogotá.
Pasó un tiempo para que Yovana pudiera recuperar sus ganas de vivir. Cuando lo hizo, decidió averiguar cuánto costaba una bala. “Estuve buscando y me di cuenta de que un proyectil de esos puede costar entre unos $ 3.000 y 4.000. Aunque para ellos valgo menos que eso, todos los días me levanto para demostrarme que no es cierto, para dejar un granito de arena. Trabajo con la gente, con las mujeres, por mis tres hijos y para que mi nieta de 3 años, cuando tenga 42 como yo, pueda decir que gracias a su abuela vive en un país mejor”.
A Yovana no ha dejado de dolerle; por eso, cuando cuenta su historia vuelve a llorar. Ella sabe que lo que le hicieron marcó su vida para siempre. No le dejó un hijo –como les ha sucedido a miles de mujeres víctimas de abusos–, ni una enfermedad de transmisión sexual, pero desde entonces no duerme igual, les tiene miedo a las armas, se moviliza en un carro blindado, con dos escoltas, y no ha tenido una pareja.

“Todas las víctimas de violencia sexual estamos llamadas a ser defensoras de las otras y protegerlas

Pero después de un largo proceso de sanación, y de lo que ella misma llama
resiliencia, que no es más que la capacidad que tienen algunos seres humanos para superar sucesos dolorosos y continuar la vida, no solo ha logrado salir adelante sino que se convirtió en una de las mejores trabajadoras sociales del país.
Yovana dice que, ese día, la hicieron más fuerte. También le dieron una lucha que se ha convertido en su proyecto de vida, uno que no la ha sacado de la pobreza, pero que le da satisfacciones que no se compran con el dinero. Antes de su violación, Yovana trabajaba por las víctimas de desplazamiento forzado, pero después de lo que le pasó se convirtió en una acérrima defensora de los derechos de las mujeres que han sobrevivido a delitos de violencia sexual. Así nació Dhefensoras (Fundación Nacional Defensora de Derechos Humanos de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual), la organización que creó en un encuentro de la campaña No Es Hora De Callar (que lidera la periodista Jineth Bedoya), en el 2014, y con la que hoy se encarga de realizar acompañamiento psicosocial a las mujeres que han sufrido este delito.
Con su trabajo e historia a cuestas, ella sabe que las víctimas la siguen, y le creen. Aunque duda de que sea una líder, porque considera que los líderes son aquellos que mueven masas y llenan parques y estadios, las mujeres que la conocen y trabajan a
su lado no vacilan en señalar que es una líder nata.
“Todas las víctimas de violencia sexual estamos llamadas a ser defensoras de las
otras y protegerlas. Después de que hacemos ese proceso de resiliencia, debemos tener la capacidad de ayudarnos”, asegura.
En esta labor social, Yovana se ha dado cuenta de que para las mujeres siempre ha sido más sencillo contar que las desplazaron, que mataron a sus esposos e hijos, o que les quitaron la tierra, que contar una violación.

Volver a empezar

No fue fácil volver a tener coraje. En la tarde del sábado 19 de diciembre del 2009, el día en que todo sucedió, Yovana llamó a uno de los hombres de Afrodes para decirle que la habían atacado. La encontraron con la ropa sucia y deshilachada. La llevaron a la casa del presidente de la organización, y luego la acompañaron hasta su vivienda en Ciudad Bolívar. Cuando estuvo en la intimidad de su cuarto, sola, les dio golpes a las paredes, se echó agua en la cara y se tiró en su cama a llorar. No quería hablar con nadie.
Durante esos días recibió dos llamadas de Angélica Bello, la mujer que fue su amiga, hermana, compañera de lucha y de vida hasta febrero del 2013, cuando murió. Al hablar de Angélica, a Yovana se le corta la voz. Fue ella quien le dio fuerza y la levantó cuando solo pensaba en el suicidio.
Un día después de la violación le dijo que la quería ver el lunes en la Casa de la Mujer para que participara del encuentro en el que iban a evaluar qué medidas de autoprotección debían tomar las mujeres ante los hostigamientos. Tras la negativa de Yovana, Angélica le insistió: “Yo sé que sí vas a ir”.
Contra su voluntad, Yovana fue, como Angélica se lo dijo. En la Casa de la Mujer le hicieron una terapia psicológica; luego, una delegada la sentó ante un escritorio para tomar su declaración, le dio una pasta del día después y le compraron unos retrovirales que cuestan 700.000 pesos, algo que Yovana dice no habría podido pagar nunca de no ser por la ayuda de la ONG. Era la primera vez que hablaba de lo sucedido.
Al terminar la sesión, Angélica la invitó a tomar un café. “Me dijo que sabía lo que me había pasado, lo que habían dicho y cómo eran los dos hombres”, cuenta Yovana, quien recuerda que empujó a Angélica contra la pared después de insultarla, creyendo que si tenía tantos detalles era porque estaba detrás de su crimen. Pero Angélica la abrazó, le dijo que si sabía todo era porque el 18 de noviembre de ese año le habían hecho exactamente lo mismo cuando salía del Ministerio del Interior.
Desde ese momento, su lazo se hizo más fuerte porque compartían la misma tragedia. El consejo que Angélica le dio ese día ha sido uno de los más importantes en su vida. “En medio de un tinto me dijo que esos hombres cometieron el peor error de su vida y fue dejarnos vivas. Me dijo que yo no sería la primera ni tampoco la última. Me señaló que nosotras teníamos voz y que lo que debíamos hacer era volver el tema una agenda política”.
Con los dos casos, las mujeres se dieron cuenta de que los grupos armados estaban cumpliendo las amenazas. Los hostigamientos contra al menos 14 defensoras de derechos humanos en Bogotá comenzaron en el 2009, dos años después de que Yovana llegó a la capital desplazada de Tumaco.
En el 2007, cuando ella se vinculó en Bogotá a Afrodes, comenzó a documentar con un grupo de mujeres casos de desplazamiento para llevarlos a la Corte Constitucional, con el ánimo de decirle al Estado que “le había quedado grande proteger a las víctimas de este delito”.
Así nació el auto 092 del 2008, en el cual la Corte le ordenó al Gobierno iniciar 13 programas de atención, e incluyó 18 facetas de género en las que se documentan violencias que solo estaban sufriendo las mujeres desplazadas del país.
“Era un mamotreto de 650 páginas que las víctimas no nos íbamos a leer porque no estábamos acostumbradas. Pero hicimos alianzas con Sisma Mujer y Casa de la Mujer, cuyas abogadas nos contaron en una hoja de blog qué era ese dichoso auto, al que entre bromas describíamos como un carro que nos había dado la Corte, pero que no sabíamos manejar”, dice Yovana entre risas.
Después del auto, las amenazas firmadas por las Águilas Negras y el Bloque Capital se hicieron sistemáticas, hasta el punto de que las enumeraban como comunicados. Después de que Angélica Bello fue violada, luego Yovana, luego Cléiner Almanza, y Luz Nelly Ramírez, las mujeres lograron que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ordenara darles medidas cautelares.
Inicialmente, Yovana se negó a recibir el esquema de seguridad porque desde el día de la violación siente que cualquier hombre podría estar detrás de su caso. Incluso dice que los últimos años han estado ligados a los aromas, intentando buscar el perfume que la lleve a sus victimarios, a los que nunca alcanzó la justicia. Esto porque la Fiscalía archivó su proceso por falta de pruebas. “Yo no tengo más pruebas que mi palabra y la forma en que cambió mi vida después de ese día”, dice.
Ya sea por la impunidad en su caso o por las circunstancias de la vida, Yovana duda de todo.
Por ejemplo, no cree que la muerte de Angélica, en febrero del 2013, se haya tratado de un suicidio. “Raro que una mujer que superó el asesinato de su esposo, un atentado que la dejó coja, la violencia sexual, los abusos a sus dos hijas, las amenazas y persecuciones, se suicide 15 días después de que el mismo Presidente le dio un proyecto de 100 millones de pesos a su organización para trabajar por las víctimas”.
Tras la muerte de Angélica, el proyecto quedó sin un andamiaje que pudiera desarrollarlo. Por eso, varias mujeres crearon la Corporación Sigue mis Pasos, que recibió una denuncia colectiva de violencia sexual con 60 casos, 30 de estos de Tumaco.

Los defensores nacen

Ya sea porque su vida ha estado marcada por el conflicto o por su carácter indomable, Yovana siente que siempre ha estado destinada a ser trabajadora social, aunque no tiene un título que lo certifique y sus estudios lleguen hasta 11 de bachillerato.
Nació en Bogotá, pero después de que su madre la abandonó, cuando tenía tres meses, la persona que la adoptó la llevó a Girardot. Años después, en Tolima, cuando ya estaba casada, desplazaron por primera vez a su familia. Como su esposo era de Tumaco, decidieron viajar hasta Nariño para comenzar de nuevo.
Fue en Tumaco donde Yovana aprendió su cultura y todo lo que sabe; en el Pacífico, esta mujer de tez blanca se hizo negra, y comenzó a seguir a los orishas. Cuando llegó a ese municipio, en 1999, tres de los líderes de la región le enseñaron que lo que ella había vivido era un desplazamiento forzado, la invitaron a las asambleas de su ONG, a talleres, diplomados y con el tiempo le ofrecieron ser su secretaria y, después, su representante legal.
Cuando regresó a Bogotá, tras su segundo desplazamiento por denunciar irregularidades en el manejo de alimentos en Tumaco, en Afrodes iban a negarle la entrada por ser blanca, pero Yovana los convenció con esa elocuencia y seguridad que la caracterizan: “Mi cuerpo es de negra, yo hablo como negra, pienso como negra. Uno es lo que es. Yo soy líder de derechos humanos, y la vida me hizo negra”. Esa fuerza no la deja caer, por eso hoy es la voz de decenas de mujeres.
MILENA SARRALDE DUQUE
Redacción Justicia
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