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El curioso origen de 'vaina', palabra más útil en el habla colombiana

Procedente del latín, es el vocablo al que más se recurre para designar algo cuyo nombre se ignora.

JUAN GOSSAÍN
Qué vaina.
La vaina es que no sé por dónde empezar esta vaina. Creo que me envainé. Eso es una mala vaina, pero estoy seguro de que podré salir del problema, y eso sí es mucha vaina buena.
Muletilla verbal, recurso para los hablantes en apuros, sonsonete cotidiano, palabra que lo define todo y no define nada, ‘vaina’ se ha convertido, con el paso del tiempo, en el vocablo favorito de los colombianos, el más socorrido, el más usado, el que los saca de aprietos, al que hay que recurrir cada vez que tropiezan con algo cuyo nombre ignoran o han olvidado: la vaina esa, la vaina aquella, la vaina esta.
Sirve hasta para guardar secretos entre camaradas, cuando hay extraños en su presencia.
–¿Me trajiste la vaina que te dije? –le pregunta uno al otro, poniendo cara de cómplice.
–Sí –le contesta–. Esta misma tarde vamos a nuestra vaina. Y que no se te olvide la vaina que te dije.
También es útil para regañar a un niño travieso o para echarle pullas e ironías a un adulto díscolo. Todo eso, junto y revuelto, se conoce como ‘echar vaina’ o simplemente como ‘vainazo’.
‘Vaina’ puede significar cualquier cosa, pero también su contraria, buena o mala, sabrosa o insípida, agradable o aburrida, el sol o la luna, la noche y el día, el verano o el invierno; una mujer fea es una vaina pero una bonita también lo es. Los lugares, los hechos, las personas, los animales o los sentimientos: todo eso es una vaina para el colombiano.
Ninguna otra palabra es más repetida ni más útil en el lenguaje nacional. La vaina es que tampoco hay otra que lo empobrezca tanto porque, como facilita las cosas, lo que hace es eliminar la necesidad de que la gente haga más rico su vocabulario.
Regaño y chiripazo
La vaina se ha vuelto tan popular, y se ha extendido de una manera tan apabullante, que es una de las pocas palabras que se usan por igual en todas las regiones del país, desde la alta montaña hasta la playa, pasando por campos y ciudades, aldeas o capitales.
El primero de nuestros diccionarios en que apareció registrada esa palabra fue Costeñismos colombianos, del legendario presbítero Pedro María Revollo, publicado en 1918, que está a punto ya de cumplir un siglo. El padre aprovechó para echar un vainazo: “En la Costa se considera inculta y muy vulgar esta palabra, que no debe oírse entre gente decente”. Pensar que hoy hasta las damas encopetadas se la pasan echando vaina.
Tiene, sin embargo, algunas connotaciones que son propias de ciertos territorios. ‘Vainazo’, por ejemplo, es sinónimo de aquello que se consigue sin habérselo propuesto. Es decir, el chiripazo. En el Valle del Cauca, hasta el siglo XIX, existía el verbo ‘vainear’ como definición de chiripa, lo que se obtenía accidentalmente. Y en los antiguos pueblos de Bolívar llamaban ‘vainudo’ al que lo lograba.
La vaina de la vagina
Es un auténtico comodín del lenguaje. Pero su verdadero significado, y su historia, son más nobles de lo que parece.
Es de rancia estirpe. Sus ancestros son de buena familia, ya que procede del latín, y se remonta a los orígenes de la lengua castellana.
En los primeros tiempos se escribía ‘vayna’. Incluso algunos lingüistas sabios, como el gran Covarrubias, lo hacen con ‘b’ larga: ‘bayna’.
La palabra procede directamente del latín ‘vagina’, que en los tiempos del Imperio romano era la funda en que los combatientes guardaban la espada o el sable. (Noten ustedes la picaresca similitud con el uso de la otra vagina.)
Pasó el tiempo. Por extensión, la palabra fue aplicada al forro de cuchillos, machetes, navajas y herramientas. Y llegó hasta la agricultura y la huerta casera.
Los botánicos españoles comenzaron a llamar ‘vaina’ al envoltorio de ciertas semillas y legumbres, como el fríjol, los garbanzos o la arveja. ‘Vagina’ solo se emplea en la actualidad para mencionar aquella parte íntima de la mujer.
Miren esta auténtica curiosidad. En los comienzos de nuestra lengua había un proverbio que decía: “Le dieron con vaina y todo”. Significaba que a una persona la habían insultado de una manera tan afrentosa, y con tantos improperios, que era como si la hubieran herido no solo con la espada, sino hasta con el estuche.
La vaina llega a América
En tiempos de la colonia española, entre los siglos dieciséis y diecinueve, la palabrita se mudó a América, y fue aquí, en estas tierras vigorosas, donde adquirió sus significados pintorescos, variados, graciosos y novedosos.
Las demostraciones abundan. Cuentan los cronistas más respetables de Bogotá que, hacia 1740, en la ciudad llamaban ‘Juan Vainas’ a un cualquiera que se las daba de importante, un don Nadie lleno de ínfulas, un fulano pretencioso. “¿Qué se ha creído ese Juan Vainas?”, preguntaba la gente.
El primer licor autóctono que se produjo en este continente fue un coctel de ron de piratas con un batido de huevo de gallina. En Chile lo llamaban ‘vaina’ hace trescientos años. En Cuba, país tan distinto y distante, hoy lo llaman ‘vainazo’.
Los indios peruanos, cuando aprendieron la lengua castellana, llamaban ‘vaina’ a una mujer especialmente bajita y poco agraciada. El invento más reciente del habla popular venezolana es el aumentativo ‘vainón’, que se refiere a un problema especialmente serio y delicado. “Por andar de chismoso se metió en un vainón”.
Colombia es una vaina
A partir del 20 de julio de 1810, cuando Colombia inició el proceso para liberarse de España, las nuevas clases sociales fueron desterrando la palabra ‘vaina’ hacia los estratos de bajo nivel cultural o educativo.
Hicieron de ella una especie de mala palabra. “Terminacho vulgar de baja estofa”, lo llamaban los eruditos de la nueva república.
Pero, tal como sucedió con la cucaracha en la historia humana, el vocablo resistió los chancletazos que le daban, los desprecios, las críticas.
Y logró sobrevivir cada día con más ímpetu
Los primeros investigadores de ese fenómeno creyeron que el uso de ‘vaina’ se limitaba, simplemente, a las correndillas de gente que hablaba muy rápido, atropellándose, sin pensar mucho y sin darse tiempo para recordar la palabra exacta. “Deme ligero esa vaina”. Esa teoría, como es obvio, fue descartada con la misma rapidez.
Epílogo con diccionario propio
Hoy en día, Colombia es el país de América, y del mundo, donde esa vaina tiene más usos.
Es una de las pocas palabras nuestras que ha logrado pasar de una generación a la otra, de viejos a jóvenes, renovándose, y, por eso, en lugar de irse extinguiendo, está cada día más vigente.
Me atrevería a decir que es la más colombiana de todas las palabras. Y la más imprecisa.
Es indefinida e indefinible. No hay manera de agarrarla. Para incluir sus interminables variantes habría que escribir un diccionario completo. A continuación les mando algunas muestras:
Para saludar con cariño: “¿Qué hay de vaina?”.
Para buscar pelea: “¿Qué es tu vaina?”.
Si algo apesta: “Cómo huele esa vaina”.
Si algo huele delicioso: “Cómo huele esa vaina”.
Un buen libro: “Qué vaina tan buena”.
Una película aburrida: “Qué vaina tan mala”.
Contrariedad o disgusto: “A mí no me vengas con vainas”.
Gravedad: “Qué vaina tan delicada”.
Definición de un ser humano agradable: “Luis es una vaina”.
Definición de un ser humano desagradable: “Luis es una vaina”.
Invento gastronómico: “En la fiesta nos dieron una vaina que tenía arroz y carne”.
La más tajante, rotunda y categórica expresión colombiana: “Ni de vaina”.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
JUAN GOSSAÍN
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