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'Quiero que la guerra solo sea una anécdota en el futuro'

Aurelio Iragorri, ministro de Agricultura, reconociendo a Yeisully Tapias su labor por la consolidación de la Red Nacional de Jóvenes Rurales.

Aurelio Iragorri, ministro de Agricultura, reconociendo a Yeisully Tapias su labor por la consolidación de la Red Nacional de Jóvenes Rurales.

Foto:Archivo particular

Yeisully Tapias busca unir a quienes viven en el campo para promover la paz y el desarrollo rural.

Redacción El Tiempo
El asesinato de su padre y de sus amigos, perpetrado por grupos al margen de la ley, cuando ella era apenas una adolescente, no dio pie para que votara por el ‘No’ en el plebiscito por la paz ni mucho menos para hacerles daño a los demás o para guardar rencor.
Hoy, 14 años después de lo sucedido, Yeisully Tapias entiende que las situaciones que vivió fueron las que la llevaron al lugar en el que ahora está. Con tan solo 28 años, ha sido la más joven en recibir el galardón de Mujer Cafam 2016, que lleva casi tres décadas reconociendo la labor de las mujeres luchadoras que, de sobra, tiene el país.
Y es que ella es una de las precursoras de la Red Nacional de Jóvenes Rurales, con la que personas de distintos rincones del país intercambian experiencias y buscan fortalecer a las asociaciones en temas relacionados con el emprendimiento y la reconciliación.

¿Cómo empezó?

Con cierto tono de melancolía, mezclado con la satisfacción de ‘vivir para contarla’, como diría Gabo, Yeisully se devuelve a los años de su adolescencia y empieza a relatar su historia.
Junto con su mamá y sus hermanos salió del corregimiento de San Diego, Caldas, en medio de un combate entre grupos armados, en el que vio cómo las vidas de sus seres queridos parecían desvanecerse en medio de las aceras en las que desde niña había jugado. No hubo tiempo para la tristeza, solo para correr mientras agradecía al de arriba por salir viva de ese infierno.
Así, al igual que decenas de personas que enfrentaron una situación similar, llegó junto con su familia, sin su padre, al municipio de La Dorada.
“En ese entonces, la Fundación Apoyar ayudó a las madres cabeza de familia que residían en esta región del departamento, entre ellas a la mía –dice Yeisully–. Allí les enseñaban a coser y a hacer pan, y les pagaban por lo producido”.
Fue precisamente en ese ambiente de mujeres trabajadoras en donde la joven empezó con su labor. Según cuenta, la mayoría de las mamás cabeza de hogar –víctimas del conflicto y que trabajaban con Apoyar– llevaban a sus hijos, de tal modo que, sin pensarlo, empezaron a trabajar juntos.
“Llegó el punto en que a todas las madres les dieron casas. Entonces yo dije: ¿Y nosotros, los hijos, qué?”, comenta la emprendedora, agregando que esa pregunta, más allá de tener cierto tono de reproche, fue la que dio inicio a todo.
Yeisully, a sus 14 años, le pidió a Apoyar que les dejara crear a los jóvenes una cooperativa para así emprender sus propios proyectos. Así surgió la Asociación Jóvenes Emprendedores (Asoje).
“Montamos unidades productivas de mojarras rojas y abonos orgánicos. Sin saberlo, nos convertimos en la primera asociación juvenil de Caldas. Esto conllevó a que personas de las zonas urbanas, que nada tenían que ver con el conflicto, nos buscaran para unirse”, señaló la caldense.
A raíz de este suceso, se comenzaron a desarrollar otro tipo de proyectos productivos, que iban desde abrir misceláneas hasta trabajar en un taller de motos.

Por un mejor futuro

Llegó un momento en el que Asoje decidió sistematizar sus experiencias y ayudar a otras asociaciones rurales del país. De este modo, empezaron a capacitar a personas en otros departamentos. “Era muy extraño, porque todas las personas se asombraban cuando llegábamos nosotros, los jóvenes, a explicarles cómo fortalecer sus asociaciones”, comenta Yeisully.
Fue tal el reconocimiento que llegó a ganar Asoje que además de colaborar en proyectos de emprendimiento rural en todo el país y de participar en la creación de la Red Nacional de Jóvenes Rurales (de manera conjunta con el Ministerio de Agricultura), también apoyaron las redes de jóvenes rurales en Nicaragua, El Salvador y Perú.
–¿Y ahora qué espera?
“Que con esta red de jóvenes rurales podamos contribuir al posconflicto. Algo bonito es que con las víctimas y victimarios hemos trabajado para fortalecer el ser. Porque si no estoy feliz conmigo, no lo estoy con alguien más. El problema no son las armas, sino los corazones detrás de ellas.
–¿Con qué sueña?
“Con que la realidad de guerra que yo viví solo sea un anécdota para las nuevas generaciones”.
EL TIEMPO
Redacción El Tiempo
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