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Lágrimas y sueños que le dieron a Yuri Alvear otra medalla

Yuri Alvear, medallista olímpica colombiana.

Yuri Alvear, medallista olímpica colombiana.

Foto:EFE

Doble medallista olímpica en judo ha demostrado que con disciplina se alcanzan las metas.

En una pequeña pieza de Jamundí, en el sur del Valle del Cauca, una niña soñó alguna vez con tener su propio cuarto, una sala y un comedor amplio donde sus padres y su hermano pudieran estar cómodos. Fue un camino truncado, a veces sin claridad, pero Yuri Alvear lo consiguió.
La deportista vallecaucana asegura que su camino –que hoy la tiene como doble medallista olímpica y campeona mundial– no ha sido fácil, pero gracias al judo consiguió lo que desde niña siempre quiso.
Nació el 29 de marzo de 1986. Desde pequeña ha sido tímida. Le gustaba estar al lado de sus padres y por eso nunca se la vio en la calle o con muchos amigos.
“Me llena de muchos sentimientos recordar esa época, es que en ese entonces uno veía muy lejanas las cosas que hoy ve tan pequeñas y fáciles de conseguir. En mi niñez fue así, muy humilde pero feliz, con mi familia, que siempre me ha apoyado”, relata la judoca.
En Jamundí la conocen muy bien porque desde niña, y también de adolescente, recorría puerta a puerta y calle a calle el municipio entero, vendiendo de todo para costearse su práctica deportiva y los viajes para competir en otras ciudades del país y del exterior.
Las empanadas, las rifas y los bingos bailables hicieron parte del esquema de financiación que esta mujer, su familia y su compañera de judo, Luz Adiela Álvarez, se idearon para conseguir dinero y salir del país en busca de medallas.
A Yuri la vida le ha enseñado que el sacrificio y la disciplina son las bases para obtener lo que se desea. Nació en una familia en la que nunca han faltado la comida ni la vivienda, gracias al esfuerzo de Arnoby Alvear y Miriam Orejuela, sus padres. Él se ganaba la vida en la construcción o cargando bultos de arroz en la plaza de mercado. Ella lavaba y planchaba ropa en casas de familia, mientras Yuri y su hermano Harby iban a la escuela.
Desde muy pequeña, Yuri buscó el vehículo para sus sueños; lo intentó con un grupo de baile y de canto. Asegura, entre risas, que llegó a componer algunas canciones, pero no hubo éxito; practicó voleibol y baloncesto, pero tampoco era ese el camino que el Judoca Mayor, como llama su entrenador Noriyuki Hayakawa a Dios, le tenía destinado.
En principio, su familia no vio con buenos ojos el judo porque opinaban que la lucha era cosa de hombres. Cuando se dieron cuenta de que a Yuri le gustaba y de que ganaba, le dieron el aval. Eso sí, sin abandonar los estudios.
La mayoría de veces logró reunir la plata para ir a competir. Otras no, como en una ocasión en el 2003, cuando a doña Miriam se le partió el corazón porque su hija no completó el dinero para ir a un torneo juvenil en Argentina.
Ella entrenaba en la tarde, salía del colegio a la 1 p. m., almorzaba y se iba a practicar. Su dedicación la llevó a representar al país en los Olímpicos de Pekín, pero, a pesar del diploma olímpico que obtuvo, algo le faltaba: conocer la tierra que le dio vida al judo.
Japón, paso obligado
Las noches que Yuri Alvear pasó en Japón, durante los primeros días de su entrenamiento, fueron dolorosas. Otro mundo, lejos de su familia, Fueron momentos duros, que la obligaron a romper en llanto durante las noches. “Siempre me ponía a pensar en cómo iba a hacer para levantarme al otro día; es que, en serio, era muy duro el entrenamiento”, recuerda.
Yuri empezó su entrenamiento en Japón, en el 2010, dos años después de su participación en los Juegos Olímpicos del 2008, con el trabajo realizado junto con Ruperto Guaúña, Luis Antonio Toro y el cubano Ramón López; en ese entonces el diploma olímpico fue una puerta que se abrió para que los ojos empezaran a virar hacia ella.
Luego de ser campeona, en el 2009, del Mundial de Judo de Róterdam, en Holanda, el expresidente de la Federación Colombiana de Judo Hernando Arias Giraldo solicitó al Comité Olímpico Colombiano que esta promesa se entrenara en Japón con el maestro Noriyuki Hayakawa; sin duda, una apuesta que había que hacer, ya que la deportista mostraba cualidades.
Desde entonces tuvo que luchar para amoldarse, la familia del maestro Hayakawa la acogió y las pocas veces que pudo viajar a Japón, por los costos que este viaje implicaba, buscó entrenarse lo suficiente. El trabajo duro dio sus frutos, obtuvo una medalla de bronce en los Olímpicos de Londres y fue bicampeona mundial en el 2013 y el 2014.
Luego llegó el patrocinio, la empresa de ropa para niños Miki House creyó en la deportista, y ahora tiene la oportunidad de viajar cuatro veces al año y entrenar, por eso se enfocó en obtener el oro en Río 2016, aunque esta vez fue la plata, lo cual la afectó, pero que después comprendió.
Yuri encontró disciplina, una oportunidad, muchas fuerzas para que esa pequeña niña que soñaba con una sala, su propio cuarto y un mejor lugar para su familia alcanzara el cielo con las manos. El judo se lo dio, le ha dado todo lo que ha necesitado.
MIGUEL ÁNGEL ESPINOSA
Corresponsal de EL TIEMPO
Cali
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