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Automovilismo

Cristian Cristancho, el motociclista colombiano del brazo de metal

Christian Rodríguez, motociclista colombiano.

Christian Rodríguez, motociclista colombiano.

Foto:Archivo EL TIEMPO

Nació sin antebrazo derecho. No tiene límites, compitió en campeonatos en Europa.

De paseo por la ciclovía de Bogotá, en uno de esos domingos calurosos en los que solo quería un rato de diversión con sus amigos de infancia, Cristian Cristancho Rodríguez se detuvo en un semáforo. Ahí varias cosas de su vida cambiaron y se modificaron: se aceptó, se reconoció, pero nunca se dio por vencido.
“Salí con mi grupo de amigos a dar la vuelta que siempre hacíamos. Empezábamos en el sur de la capital, llegábamos a la calle 26, pasábamos por la carrera 7.ªy bajábamos al 20 de Julio. En una de las paradas en un semáforo, una niña pequeña me miró y les dijo a sus padres: ‘Ay, pobrecito, monta bicicleta con una sola mano’. Ellos la reprendieron por ser imprudente y cada grupo siguió su camino. Fueron esas palabras las que me confirmaron que había algo que no era normal en mí y que yo no había reconocido”, recordó Rodríguez en medio de una gran tranquilidad, pues ese suceso vivido hace 15 años le cambió la vida para bien, y hoy en día ha llevado los colores del país a varias de las míticas pistas de motociclismo en Europa.
Cristian es un joven emprendedor que nació sin su antebrazo y sin la mano derecha, una condición que no le ha impedido conquistar algunos de sus sueños ni poder interactuar ni moverse dentro de la sociedad. “Fue el destino el que decidió mandarme así a la vida, pero simplemente es una condición que debes afrontar, vivir con ella y sentir orgullo”.

Un proceso

La verdad, las razones no las sé. Fue el destino de la vida el que decidió enviarme sin antebrazo ni mano derecha. Esa es la discapacidad que he tenido que afrontar durante mi vida con una sola mano. Todo lo he hecho con mi mano izquierda”, le relató a EL TIEMPO Cristian, quien desde su infancia compartió con las personas de forma natural y nunca sintió el rechazo de la sociedad.
En sus palabras, la niñez que vivió fue tranquila. Quería estar jugando y compartiendo con sus seres queridos. Vivió siempre con su mamá, la persona fundamental en su existencia, pues a su papá no lo ve desde hace muchos años. Nunca se le pasó por la cabeza preguntar por esa diferencia que tenía su cuerpo.
“De cierta manera he tenido una vida normal. Cuando era muy niño, uno no se da cuenta de esas cosas o no le da importancia, pero cuando fui adolescente, pensé diferente y me di cuenta de nuevas cosas. Como esa vez en la ciclovía que me dieron un trato especial”, comentó.
A los 12 años de vida y cuando fue obligado a entender una realidad latente, a la que posiblemente no quería hacerle frente, el giro fue total. No solo decidió cambiar su forma de vestir, sino también el trato con las personas. Todo fue un proceso, una pelea constante con su propio yo. Era hundirse en una profunda depresión y dejar que el destino fuera solo una lotería o salir adelante y ser el escritor de su destino.
Fue un proceso que tiene todo el mundo, así nazca con el brazo o por cosas de la vida lo pierda. Entré en el rechazo, luego en la aceptación, después fue el así estamos y vamos a afrontar la vida como se venga. Cambié ciertos aspectos: yo me ponía camisetas, pero comencé a comprar buzos para que no me vieran. Cambié mi forma de vestir y actuar. Pero cuando fui creciendo me di cuenta de que no hay por qué esconderse, sino que hay que vivir la vida como cualquier otro ser humano”, aseguró.
Christian Rodríguez, motociclista colombiano.

Christian Rodríguez, motociclista colombiano.

Foto:Archivo EL TIEMPO

De esta manera reorganizó su vida y se acomodó a una sociedad que no está moldeada ni tiene alternativas para personas en condición de discapacidad. Sin embargo, la felicidad con la cual vivía irradiaba a las demás personas. Fueron sus mismos amigos quienes lo empujaban a sentirse como alguien normal y así Cristian empezó a actuar. Sabía de su problema, pero no quería darles percances a sus seres cercanos. Tomó de buena forma todo y hasta se reía de lo que vivía.

Hay unos amigos de mi infancia que siempre estuvieron conmigo y me dicen ‘Mocho’.

“Me ponían apodos los amigos de infancia y del colegio, pero nunca les dije que no me llamaran así, porque eso es como que les digas díganme más. Al rato se les pasaba. Hay unos amigos de mi infancia que siempre estuvieron conmigo y me dicen ‘Mocho’ (risas), suena feo y todo, pero así somos los colombianos y me acostumbré”, aseguró en medio de fuertes risas.

Los motores llegan a su vida

Con el paso de los años, sus amigos fueron comprando motos por gusto y por movilidad. A él le gustaron desde pequeño los vehículos de dos ruedas. Sin embargo, la cara que hacía al verlos montar no era la mejor. Para Cristian era nula la idea de manejar una moto. En su cabeza la posibilidad era mínima, pero fue su círculo más cercano el que intentó cambiarle la mentalidad.
Me gustaban mucho las ciclas, andaba por todo lado en la mía cuando era pequeño. Además, todo lo que tenga que ver con motores me generaba un ‘feeling’ bien marcado. Yo decía: ‘Cómo me voy a subir a una moto con una mano, no voy a poder manejar, yo no puedo”. Cuando decido que es lo que quiero, voy y me compro una moto Scooter para movilizarme. Me subo y quedo enamorado”, recuerda Cristian con mucha emoción, como si el motor aún le acelerara el corazón a 370 kilómetros por hora.

Cómo me voy a subir a una moto con una mano, no voy a poder manejar, yo no puedo.

Esta moto era diferente. Sus amigos le modificaron los mandos y los ubicaron de tal forma que él pudiera controlarlos con la mano izquierda. No tenía cambios, así que solo tenía que acelerar y frenar. Después de su primera vuelta, no quería tenerla parqueada. Quería disfrutar siempre sobre esta y sentir cómo la brisa golpeaba su rostro para hacerlo sentir vivo, pues una discapacidad no es motivo para resignar las intenciones de vivir al límite.
Cristian comenzó a conducir su Scooter de 150 centímetros cúbicos a 60 kilómetros, por respeto a la velocidad máxima, sin embargo, de a poco fue aumentando la velocidad. Nunca le tuvo miedo a sentir un fuerte vértigo.
Fue esa pasión por la velocidad la que lo llevó a buscar nuevos horizontes y caminos por recorrer. La mentalidad era tener una motocicleta con mayor cilindraje y de cambios. Su sueño era costoso y temerario para su condición, pero nunca le dijo no a cumplir sus sueños, así que decidió seguir adelante.

Prótesis y campeonato mundial

Cristian supo que en Europa había campeonatos de motociclismo para personas en condición de discapacidad. También vio videos en YouTube y de ahí sacó los nombres de los organizadores a quienes buscó en Facebook. Para él no existen los límites, así que escribió unos cuantos párrafos con una presentación y expresando su deseo de participar, los pasó por el traductor de Google y envió el mensaje. De inmediato, fue aceptado e invitado a participar.
Infografía Imagen
Sin embargo, para poder participar debía cambiar su moto por una más poderosa. Además, vio que sus posibles rivales usaban prótesis y decidió conseguirlo todo de un solo momento. Era su hora. No obstante, la deuda fue enorme para los recursos con los cuales contaba.
Comenzó a trabajar en ventas puerta a puerta de seguros funerarios, después vendió ropa en la calle en san Victorino y también como domiciliario en un restaurante de San Andresito. De ahí tuvo la oportunidad de entrar al Sena y estudiar Tecnología en Dirección Comercial. Entró a trabajar en una empresa de metalurgia y tuvo un puesto de programador láser para cortar piezas metálicas. Con todo eso sacó un préstamo de 25 millones de pesos y así compró su motocicleta.
Al mismo tiempo tocó las puertas de su EPS en busca de una prótesis. Sorpresivamente accedieron a dársela. Fue un brazo metálico que duró cuatro meses en llegar desde Alemania. Su sistema es muy “básico”, como lo llama él. Tiene una guaya que va pegada a la mano o gancho y tiene un arnés que se pasa por detrás de los hombros, que cada vez que mueve se va halando hasta abrir la mano.
Ya con su prótesis, comenzó las capacitaciones. “Uno no está acostumbrado a usar una parte del cuerpo que no existía. Al principio sí fue difícil. Me enseñaron a manejar las cosas de cierta manera, porque uno le va pegando a todo. Fue algo muy psicológico. Ya quería usar mi prótesis en mi moto, quería llevar el motociclismo paralímpico a otro nivel”. Después le hizo un diseño a su brazo mecánico, que estuvo en manos de Drako Ortega. Lo pintó y personalizó a su gusto. Cristian quería ser único.
Con su moto de alto cilindraje y su prótesis, la vida le abrió las puertas de Europa. Su corazón volvía a rugir al compás del motor de su nuevo ‘juguete’. Iba a ser el primer colombiano y único suramericano en estar en un mundial para personas con discapacidad.

Dos campeonatos mundiales

Mi primera experiencia fue en Italia el año pasado, en el circuito de Mugello, un autódromo de grandes características. Cuando llego es una cosa de locos, su dimensión es enorme, las velocidades a las que se llegan son impresionantes. Fue perfecto”, contó con mucha euforia, aunque nunca dijo su puesto en la carrera, porque lo importante fue la experiencia.
Este campeonato lo organizan los italianos Emiliano Malagoli y Chiara Valentini, mediante la fundación Diversamente Disabili. Fue el primer campeonato del mundo con personas en condición de discapacidad, una idea que fue apropiada por los franceses. Cristian tuvo la oportunidad de competir en Le Mans, donde tuvo la oportunidad de conocer a los campeones mundiales de MotoGP Valentino Rossi, Jorge Lorenzo y Marc Márquez.
Hoy en día tiene patrocinadores como la Liga Antioqueña de Motociclismo y Adtmowear, y su sueño es convertirse en un referente para todas aquellas personas con discapacidad. Quiere cumplir sus sueños y ayudarles a los demás a cumplir los suyos, con la premisa de que si se está vivo es para aprovecharlo, pues el límite solo existe cuando uno cree que no puede salir adelante, de resto todo es posible.
FELIPE VILLAMIZAR M.
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