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Música y Libros

Cien años del nacimiento de Ingmar Bergman, el poeta del drama

Esta fotografía, tomada en 1960, muestra al director en Suecia durante la filmación de una película.

Esta fotografía, tomada en 1960, muestra al director en Suecia durante la filmación de una película.

Foto:AFP

Paul Duncan, autor de ‘Ingmar Bergman Archives’, habla de la obra del director sueco.

Estaba obsesionado con su infancia, que lo atormentó durante toda la vida. Ingmar Bergman, el genial director sueco –uno de los mejores del siglo XX (si no el mejor)–, de cuyo nacimiento se cumplieron 100 años, creció, sobre todo, con temor: a las golpizas que le propinaba su padre, un pastor luterano que también lo encerraba a oscuras en un armario si se orinaba en la cama o no le obedecía; a la agresividad de los adultos que presenciaba en las continuas peleas entre su papá y su madre –una enfermera que esquivaba las caricias– y a lo desconocido, que a la vez estimulaba su mente a las fantasías y las preguntas.
Nacido el 14 de julio de 1918 en Upsala, segundo de tres hermanos, (Ernest) Ingmar Bergman creció en Estocolmo, rodeado de imágenes religiosas que veía en iglesias y biblias y machacado por el peso de palabras como ‘pecado’, ‘confesión’, ‘castigo’ y ‘perdón’. Temas que abordó en sus películas, al igual que el amor, la pasión, la pérdida, la soledad y el tormento. Y hasta la muerte, con la que en El séptimo sello (1957), un caballero de las cruzadas (Max von Sydow) juega al ajedrez por su vida.
Como tributo por el centenario de su natalicio, Taschen lanzó una reedición del libro Ingmar Bergman Archives (Los archivos personales de Ingmar Bergman, título en español), que se publicó y agotó en el 2008 tras la muerte del artista, a los 89 años, en la isla Fårö, del mar Báltico, donde vivía aislado del asedio periodístico, no así de sus fantasmas ni de la fama, que lo acompañó desde Juventud, divino tesoro (1951), su primer gran éxito internacional.
El libro –“el mejor estudio que se ha hecho de un director de cine”, según The Guardian– comprende cada una de sus producciones para el cine, la radio y la TV e incluye un DVD documental y una tira fílmica con una copia de 35 mm de Fanny y Alexander (1982), el último filme de Ingmar, en que volcó la infeliz niñez que vivieron él y su hermana Margareta, cuatro años menor, quien más tarde se convirtió en novelista. Presentes están también su aprecio por el trabajo de Michael Curtiz, director de Casablanca; sus berrinches –reconocía que tenía un temperamento insufrible– y una admiración adolescente por Hitler, que lamentaría cuando se develó el horror de los campos de concentración
La versión original de 'Ingmar Bergman Archives' recibió un premio Augusto, de la Asociación de Editores de Suecia, y tenía más de mil imágenes, que, en su mayoría, reunió o tomó Bengt Wanselius, fotógrafo de Bergman durante 20 años. Esta nueva edición, de 456 páginas, “se concentra en las películas por las que Bergman es más conocido”, le dice a La Nación revista Paul Duncan, historiador británico del cine y editor del libro, junto con el sueco Max Ström.
Todo partió en el 2006, cuando Duncan le envió a Bergman una caja de libros de Antonioni, Fellini, Hitchcock y Kubrick, que había editado, y el director dijo: “ ‘¿Dónde diablos está el libro sobre mí?’. Solo entonces vio la carta en que yo le pedía autorización para hacer un libro sobre su obra”, relata el editor. Mientras hacían el volumen, Duncan y Max Ström no conocieron a Bergman –que falleció el 30 de julio del 2007 sin poder leerlo–, pero se reunieron en Estocolmo con sus amigos, que estaban encantados con el proyecto, “así que nos dejó continuar, y mirar y usar todo lo que pudiéramos, sin interferir. Viniendo de un hombre al que le gustaba controlar las cosas, fue un gran y amable gesto”, subraya Duncan.
A Erland Josephson, que trabajó con Bergman en producciones emblemáticas como Gritos y susurros (1972), Secretos de la vida conyugal (1973), Sonata de otoño (1978) y Sarabanda (2003), y era su amigo más cercano, los editores le enviaban páginas del libro, y él le iba contando a Bergman. En el prólogo de Ingmar Bergman Archives, Josephson describe al realizador como “una de las personas más vibrantes que he conocido”. Y agrega: “Lo venero, y creo que recibí muchísimo a través de él: su clara visión dramática, sus montajes imaginativos y su lealtad a los textos. Estoy profundamente impresionado y conmovido por él. Era agresivo, cariñoso, perspicaz. Era un hombre para el que el poder contaba. Incluso muerto, es una persona poderosa”, enumera.
Ha influenciado a directores, como Andréi Tarkovski, Stanley Kubrick, Francis Ford Coppola y Woody Allen, quien dijo que su cine es “poesía en acción” y le rindió tributo con Love and Death, en 1975. Actualmente, creaciones de Bergman para la TV y el cine como Escenas de la vida conyugal o Sonata de otoño son llevadas a las tablas de todo el mundo. En Suecia, los tributos al director incluyen proyecciones, seminarios, festivales de teatro y exposiciones, como ‘Ingmar Bergman Trues and Lies’, en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo.

Endemoniado y demandante

Para Bergman, el teatro era como una esposa y el cine, como una amante. Hizo más de 125 obras y 50 películas, en seis décadas –con un autoexilio de 9 años en Alemania, tras ser acusado infundadamente de fraude fiscal–, como guionista o director, o ambos. En los últimos años se dedicó a los montajes del Swedish Royal Dramatic Theatre, con el que mantenía una relación de larga data, y escribió para otros, como Billie August (Las mejores intenciones, 1992) o Liv Ullmann (Infiel, 2000), su actriz favorita y expareja con la que tuvo una hija –Linn Ullmann, escritora– y una fructífera colaboración que incluyó Persona (1966), la película que quizá mejor describe su idea de que “el rostro humano es el tema más importante del cine. Ahí está todo”.
Tuvo cinco mujeres, un par de convivientes y nueve hijos, que gravitaban a su alrededor, si bien admitió que fue un pésimo padre. “No le gustaban los niños, y a los niños no les gustaba él. Cuando dejaba a las esposas dejaba a los hijos. Es la cara oscura de Bergman”, le dijo, a propósito, al diario La Vanguardia la productora y mano derecha del cineasta, Katinka Faragó, quien comenzó a trabajar con él a los 17 años.
Que las relaciones familiares, la infidelidad o cómo dos personas funcionan juntas circularan por las películas de Bergman fue inevitable. Decía que su casa paterna había sido como un escenario teatral. “Era una lucha de vida-muerte: o los padres estaban rotos o el niño se rompía... Mis padres fueron de vital importancia no solo por sí mismos, sino porque crearon un mundo para que yo me rebelara contra él”, expresó.
Bergman purgó una infancia traumática a través de sus películas, caracterizadas por un estilo narrativo fragmentado y el uso de sombras. Tenía apenas 8 años cuando, según contó, perdió la fe en Dios, porque este le daba la espalda, a pesar de los maltratos paternos a que era sometido. “Espero nunca envejecer tanto como para volverme religioso”, manifestó en una ocasión, si bien Dios también fue uno de los motivos permanentes de su obra, a la par de las motivaciones humanas, lo bueno y lo malo, y la búsqueda de sentido de la vida.
Frente a la realidad de la familia, represiva hasta en la austeridad con que vivían en un barrio acomodado de Estocolmo, el pequeño Bergman se refugiaba en la fantasía. Las marionetas y un proyector –una linterna mágica que dio título a su primera autobiografía, de 1987– que le cambió a Dan, su hermano mayor, por cien soldaditos de plomo, lo liberaban de la opresión que reinaba entre las cuatro paredes de su casa. También encontraba libertad en Upsala, en el enorme departamento de su abuela Anna, cuyo calor compensaba la relación ambivalente que tenía con su madre. Juntos iban al cine y, al regreso, discutían detalles de las películas, mientras bebían una taza de chocolate. En ese hogar nació también la debilidad de Ingmar por el tictac de los relojes –su abuela tenía nueve–, que abundan en sus filmes.
Enemigo de las matemáticas y la geografía, lo suyo eran las historias. A los 13 años, con 64 coronas que le regalaron compró una edición de las obras compiladas de August Strindberg, un autor que lo acompañó siempre. Tras cursar el bachillerato asistió a la Universidad de Estocolmo, donde estudió arte, literatura e historia. Ahí se enamoró del teatro, con montajes que escribía y dirigía. A principios de los 40 llegó al cine porque alguien reconoció su talento. Al comienzo se dedicaba a mejorar lo que escribían guionistas reputados. En 1944 hizo el guion de Tortura, la historia de un universitario que debe lidiar con la incomprensión de su familia, un sádico profesor de latín y una novia alcohólica, que dirigió Alf Sjöberg. Fue una partida promisoria: el filme ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, y Bergman comenzó una carrera como director, al año siguiente, con Crisis.
“Bergman era humano y propenso a las debilidades humanas –analiza Paul Duncan–. Se permitía estar equivocado, al tiempo que aprendía de sus errores. Un hombre que nunca comete errores nunca hace nada en la vida. Esto me parece conmovedor, y es algo que permea su trabajo, especialmente Escenas de la vida conyugal y Fanny y Alexander. Es interesante cómo cada persona que ve sus películas encuentra diferentes verdades en ellas. Uno halla, por ejemplo, mucho de Bergman en Pedro Almodóvar –sobre todo en Hable con ella (2002)–, que toca temas parecidos a La fuente de la doncella (1960), como la violación o dilemas morales”.
Hay una escena, casi al final de Fanny y Alexander –cinta galardonada con cuatro premios Óscar–, en que uno de los actores posa sus manos sobre los personajes infantiles y dice: “Debemos vivir en el pequeño mundo, tenemos que estar contentos con eso y cultivarlo, y sacar lo mejor de él”. Eso hace pensar que el cine de Bergman continuará hablando mientras haya niños que marchen hacia la adultez, donde “cualquier cosa puede pasar: todo es posible y probable”, y los adultos, en medio de la oscuridad, intenten comprender ¿quién soy?, ¿qué debo hacer?, ¿cuál es el sentido de mi vida?
FRANCIA FERNÁNDEZ
La Nación ARGENTINA) / GDA
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