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Música y Libros

‘La novela actual surge en el seno de la clase media’: M. De Pisón

Martínez de Pisón es autor también del ensayo ‘Enterrar a los muertos’, inspirado en la Guerra Civil Española.

Martínez de Pisón es autor también del ensayo ‘Enterrar a los muertos’, inspirado en la Guerra Civil Española.

Foto:Mauricio Moreno / Archivo EL TIEMPO

El escritor español presenta su novela ‘Derecho natural’, habla de la familia y los perdedores.

“Si tuviera que escribir sobre fútbol escribiría una novela sobre los jugadores del peor equipo del peor barrio, en lugar de escribir sobre James o Ronaldo, que para mí no tienen ningún interés literario”.
El autor español Ignacio Martínez de Pisón tiene claro que el camino de las tramas de sus novelas se enmarca en esa particular atracción magnética que genera en él la figura del perdedor. Y ‘Derecho natural’, su obra más reciente, no es la excepción.
El autor –oriundo de Zaragoza (1960)– se remonta a la época de la transición de la dictadura a la democracia, como telón de fondo, para contar la historia de una familia promedio (los Ortega) cuyo padre se gana la vida como imitador de Demis Roussos, el famoso ícono griego del canto.
Y, en medio de una sociedad que intenta reconstruirse en términos legales, con la figura de un padre soñador, “que tiene una irrefrenable tendencia a la huida”, es la madre la encargada de tomar las riendas de la familia. Este contexto un tanto deprimente le permite a Martínez de Pisón jugar de paso con un humor singular.
A Ángel Ortega, el hijo mayor homónimo del padre que estudia derecho y quien cuenta la historia, le hubiera gustado pertenecer a una familia convencional. Pero su realidad fue otra.
“Y solo hay un momento en el que él tiene esa sensación y es cuando su padre viaja por el Mediterráneo, actuando en un crucero, y desde cada puerto en donde atraca el barco le manda una postal. Y ese es el momento en que él tiene la sensación de que forma parte de algo”, comenta su creador.
Autor de más de quince libros, Martínez de Pisón es una de las voces más respetadas de la narrativa española, con obras traducidas a una docena de idiomas con varios premios. Entre los reconocimientos que ha recibido se destacan Premio de la Crítica y el Ciutat de Barcelona (2011) y el Nacional de Narrativa (2014).
Usted continúa explorando las complejas relaciones familiares. ¿Qué hace a una familia un universo tan singular para la literatura?
Son vínculos para toda la vida que nos preceden y, además –a través de ellos–, se nos trasmite una idea de que formamos parte de algo muy antiguo. Y con nuestras familias seguimos comportándonos como las primeras familias de homínidos, o sea con vínculos de lealtad. En el pequeño ámbito de la familia, los vínculos son más fuertes, probablemente porque son vínculos que no se pueden romper, mientras que las amistades puedes graduarlas. La familia también es el refugio al que acudimos en los momentos de debilidad.
Con Ángel, el padre, usted retoma otra vez el típico perdedor…
Este es un personaje que efectivamente está condenado al fracaso. Actor malo, de películas malas, que ni siquiera triunfa en la mala industria de cine español de la época, y que se tiene que convertir, para ganarse la vida, en un imitador de un cantante ya olvidado de los años 80, como era Demis Roussos. Precisamente, los perdedores nos garantizan una cosa y es que el lector va a sentir una mezcla de lástima y simpatía por ese personaje.
¿Por qué el padre resulta ser una figura tan preponderante a lo largo de su obra?
Siempre he creído que el hecho de que las figuras paternas tengan tanta importancia en mis libros tiene que ver con un detalle biográfico, y es que yo perdí a mi padre cuando tenía 9 años. Entonces, seguramente, muchas de mis novelas en las que la figura paterna se convierte en el eje central de la historia son la manera en que yo, como antiguo niño huérfano, me invento posibles vidas en las que tuve padre, cuando era adolescente. Y esta es una de ellas. Mi familia no se parece en absoluto a la de esta novela. Mi familia es bastante convencional.

Muchas de mis novelas en las que la figura paterna se convierte en el eje central de la historia son la manera en que yo, como antiguo niño huérfano, me invento posibles vidas en las que tuve padre

¿Qué papel juega Luisa, la madre, en medio de este desorden familiar?
La madre para mí es un personaje fundamental. Como varias de mis novelas que suceden en esa época, la mujer es central por un motivo: si de verdad ocurrió algo importante en aquellos años, aparte de que pasamos de una dictadura a una democracia, fue el nuevo papel que tenía la mujer en la sociedad. Hasta la muerte de Franco, la mujer había sido una especie de menor de edad, tutelada por su marido.
Con dos figuras paternales tan disímiles, ¿en dónde quedan los hijos?
Todos los personajes en esa novela cambian, aprenden y pierden algo. Porque así como Luisa efectivamente aprende a gestionar su vida, a llevar un negocio (en este caso, una agencia de representación de actores), al mismo tiempo pierde algo de humanidad en el trato con sus hijos y empieza a convertirse en un personaje algo tóxico para sus propios hijos; porque en lugar de solucionar problemas, parece que los genera. De tal manera que a veces son varias las fotos de inquietud que sobrevuelan la convivencia de esa familia. Al final, lo que ocurre es que hay una generación, que son los hijos, en que cada uno de ellos va a reaccionar de forma diferente ante todas esas circunstancias, y algunos irán asumiendo más o menos bien la realidad y otros, en cambio, tendrán unas reticencias bastantes intensas.
¿Cómo definiría el ambiente de esta familia?
Es una familia que en los años 70 sale adelante en una España que está todavía a medio hacer, y es también una España de perdedores, pero de ilusión; porque en ese momento realmente el país pasa de una dictadura a una democracia y se ve la luz de algo que está cambiando. Es el color de esa nueva sociedad en la que todo va a ser mejor. Incluso el perdedor este confía en alguna vez dar un golpe de fortuna y triunfar. Y momentáneamente triunfa porque llega a trabajar en una película con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale, que es lo máximo a lo que él puede aspirar, aunque salga solo en dos o tres escenas.
¿Cómo fue esa etapa de la transición, que no es tan familiar para las nuevas generaciones colombianas?
Para las generaciones de jóvenes no solo colombianas sino también españolas, pues ese es un pasado remoto que parece que no hubiera existido. Pero para los que nacimos en los años 60, al franquismo todavía le quedaban años. Lo que quiere decir que todavía el recuerdo de la Guerra Civil –del 36 al 39– era algo reciente. Y cuando Franco muere en el año 75, no se trata de cambiar la sociedad. Se trata de abolir lo que había y crear algo nuevo. Pues lo que había no valía para el futuro, para la nueva España que surgía. Entonces, el esfuerzo legislativo fue realmente titánico, porque había que borrar todo lo existente y crear una nueva legislación. Y, por ejemplo, la ley del divorcio solo se aprueba en el 81. Incluso, en ese período de democracia había muchos derechos que no se habían consolidado. Y una parte de esta historia tiene que ver precisamente con eso. Con una mujer que desea divorciarse, cuando no existe la ley del divorcio, y que al no poderlo hacer tiene que recurrir a triquiñuelas legales para poder compensar esa pensión de manutención que le correspondería en circunstancias normales.
¿Y esto es lo que nos conecta, de alguna manera, con el título?
Ahí está el margen ese de la interpretación personal que uno hace de la idea de justicia. Si la justicia emanada de las leyes no te protege, entonces uno puede creer en un concepto de justicia diferente, que no necesariamente se adecúa a la justicia positiva de las leyes.
Colombia comienza a recorrer un camino de transición judicial, con la implementación de la justicia especial para la paz. ¿Cómo se dio ese paso durante la transición española?
Si buscamos un paralelismo entre situaciones de España y Colombia, realmente hay una fase en la que se tiene que imponer el olvido. O sea que las dos partes tienen que imponer durante algún tiempo el olvido, para una especie de fase intermedia en la que todavía no hace falta perdonar, ajustar cuentas con el pasado o poner en orden lo que ha ocurrido. Tiene que haber una tregua previa para que llegue esa calma a través del olvido, en la que los lazos sociales se refuercen. Y pasados unos años es cuando ya hay que rexaminar lo ocurrido y determinar responsabilidades. A los que lo hicieron bien, premiarlos, y a los que lo hicieron mal, sancionarlos, aunque sea simbólicamente. La transición fue así. Tuvieron que pasar varios años antes de que se juzgara al franquismo. En aquel momento se prefirió olvidar y pasar esa página que volveríamos a leer más adelante.
A usted lo han llamado “el narrador invisible de la clase media”…
A mí me gusta la clase media porque en países como España, la clase media somos todos, salvo algún millonario. A pesar de todo hay una cultura y un comportamiento de una sociedad de clase media. En Colombia quizás esa clase media es bastante más reducida, pero en todo caso la clase media de la que tantas sátiras podemos hacer, que se prestan siempre a un costumbrismo político, también hay que reconocer que han sido los protagonistas de la historia. Porque nada de la democracia, de la defensa de los derechos humanos, del desarrollo artístico y cultural que se ha vivido en Europa, o en los países avanzados, a lo largo de los siglos XIX y XX, habría sido posible si no hubiera sido porque la clase media iba creciendo y se iba compactando. La novela que conocemos ahora, como género, surge también en el seno de la clase media.
En este punto, la situación económica también define muchas cosas de esta familia…
La evolución económica de esta familia, en estos años, también es interesante. Cómo Luisa se las arregla para salir adelante cuando el marido está afuera. Luego está el marido que es un perdedor, pero tiene momentos en que cobra bastante dinero y hace que la familia viva como ricos, aunque ellos saben que no lo son. Es decir, a lo largo de toda la novela hablo de cómo se gana y se pierde el dinero. Y creo que ese es un elemento de la novela realista que muchos escritores desdeñan porque les debe parecer vulgar. A mí no me parece vulgar, a mí me parece una clave necesaria para entender la vida y, por tanto, la vida de los personajes.
CARLOS RESTREPO
EL TIEMPO
En Twitter: @restrebooks
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