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Música y Libros

‘Bolívar también se decepcionó de la gloria’: Mauricio Vargas

Mauricio Vargas investigó durante más de tres años los hechos históricos, antes de sentarse a escribir el libro otros dos años.

Mauricio Vargas investigó durante más de tres años los hechos históricos, antes de sentarse a escribir el libro otros dos años.

Foto:Héctor Fabio Zamora / EL TIEMPO

Con ‘La noche que mataron a Bolívar’, el escritor concluye su trilogía de la Independencia.

¿Es verdad que doña Manuela fusiló a mi general Santander? –insistió el sargento, repostero de plata de la casa presidencial, en cuya azarosa compañía el Libertador de la antigua Capitanía de Venezuela, la Nueva Granada, Quito, Guayaquil, el Perú, y creador de la República de Bolivia, había terminado tras escapar de los asaltantes.
–Ojalá –musitó en tono inaudible y el sargento se quedó sin saber.
El sargento José María Meneses González trata de llamar la atención de un Bolívar meditabundo que, sudando por la fiebre, aguanta el gélido viento que les pega en la quebrada de San Agustín, debajo del puente del Carmen, en donde permanecen escondidos.
Esta escena da inicio a la novela La noche que mataron a Bolívar, que el periodista y escritor Mauricio Vargas Linares acaba de poner en las librerías del país.
Con este libro, Vargas cierra su trilogía sobre el periodo de nuestra Independencia, que empezó con los libros ‘El mariscal que vivió de prisa’ (2009) y ‘Ahí le dejo la gloria’ (2013). Estas obras tuvieron, entre sus protagonistas, al mariscal Antonio José de Sucre y a los generales José de San Martín y Simón Bolívar.
En este nuevo libro, Vargas le da una nueva vuelta de tuerca a la Conspiración septembrina, el 25 de septiembre de 1828, para analizar las “muchas muertes” del Libertador.
Con una estructura narrativa novedosa, el autor les revela a sus lectores también un lado muy humano de Bolívar, de Santander y de otros de los protagonistas históricos.
La noche septembrina le sirve como excusa para analizar las “muchas muertes del Libertador”. ¿A qué conclusiones llegó sobre esta idea luego de ponerle punto final al libro?
La idea de que el Libertador salvó su vida la noche del 25 de septiembre de 1828 está anclada en nuestra mente desde tiempos del colegio. Pero es incorrecta. Su cuerpo, ya enfermo, quedó destrozado y en cuenta regresiva hacia la tumba. Y su alma nunca se recuperó. De esa noche hasta su lecho de muerte en San Pedro Alejandrino, todo fue agonía. Esa noche lo mataron.
La historia se inicia con el sonado caso del fusilamiento, en la Quinta de Bolívar, de Manuelita Sáenz a un muñeco de Santander. ¿Cómo dialogan en el libro los hechos históricos y la ficción literaria?
El fusilamiento del monigote en la Quinta está documentado, como la inmensa mayoría de los hechos que narro. La escritura de la novela me tomó un par de años, pero la investigación histórica, más de tres. Leí todos los procesos judiciales a los implicados en la conjura, las actas del consejo de ministros, las cartas de los protagonistas y decenas de testimonios de Manuelita, Santander, Florentino González, y muchos más, así como el trabajo de varios historiadores. Al igual que en mis dos novelas anteriores, la narración se sostiene, en un altísimo porcentaje, sobre los hechos históricos. Sólo así la ficción literaria, que aparece en una historia de amor imaginada, un diálogo recreado y algunos personajes secundarios de mi invención, resulta creíble.

La escritura de la novela me tomó un par de años, pero la investigación histórica, más de tres. Leí todos los procesos judiciales a los implicados en la conjura

¿Cómo fue encontrando la voz, que utiliza ese interesante experimento de la tercera y la primera persona en un mismo párrafo?
Al igual que en mis dos novelas anteriores sobre los años de la Independencia, esa voz en primera persona que se atraviesa en los párrafos es –guardadas las proporciones– como la voz del coro en el teatro griego: la voz de la gente, pero es también el chisme, el comentario malvado, el gracejo. Comenta los hechos con desenfado, ayuda a que la narración no se acartone e introduce la vida cotidiana.
Este elemento se relaciona de manera precisa con las transiciones, en la estructura narrativa, de hechos cotidianos hacia momentos históricos fundamentales como el 20 de julio. ¿Cómo salió?
El 20 de julio no fue una revuelta espontánea, sino que la tejieron en detalle los conspiradores del Observatorio Astronómico. En esa medida, Llorente, el del florero, fue ante todo una víctima. Pero para el grueso de los santafereños era un malvado, y la revolución resultó de un levantamiento sorpresivo el viernes de mercado. Necesitaba incluir ese punto de vista, el de la gente común, que nada supo del complot pero se involucró.
El relato se enriquece de los detalles de la cotidianidad. Uno de ellos es esa faceta de guitarrista y cantante de Santander. ¿Cómo dio con ella?
La música, la cocina, el vestuario, el trago son temas que investigo porque esa cotidianidad es el cemento que pega los ladrillos del relato histórico. Humanizar al héroe en una cultura acostumbrada a endiosarlo y luego satanizarlo es una obligación narrativa. Y Santander, a quien nos han vendido como perfeccionista, adicto al trabajo y muy puntilloso, se movía como un hábil galán y su principal arma de seducción eran su guitarra y su canto.
Usted recupera en el libro a un personaje entrañable: el sargento José María Meneses González. ¿Quién fue?
Es el repostero de plata, o mejor, el encargado de cuidar las vajillas de plata y de porcelana del Palacio, nada que ver con pastelería. Nacido en Carolina del Príncipe, estuvo con el general Córdoba en Pichincha y en Ayacucho, y se distinguió en intendencia. Por eso lo recomiendan para esas tareas. Él encuentra a Bolívar, a medianoche, después de que el Libertador ha saltado por el balcón de su habitación en San Carlos, y lo lleva bajo el puente del Carmen, donde pasan varias horas escondido. Manuelita lo rescata en un relato que escribe muchos años después. Vivió hasta la ancianidad y los niños de las escuelas de Antioquia iban a visitarlo y a que les narrara cómo salvó a Bolívar.
El relato refleja cómo los chismes y habladurías fisuraron la relación de Bolívar y Santander. ¿Cree que fue así o ya venía un deterioro estructural irreversible?
El refranero, que tanto uso en mis novelas, enseña que “dos gallos en un corral se llevan mal”. Ha pasado muchas veces en nuestra historia y en la historia del mundo: dos líderes se estorban porque cada uno quiere prevalecer. Los allegados a uno y otro poco ayudaron a que esa relación superara los escollos, pero la raíz de sus diferencias estaba en ellos mismos. Si Sucre era el hijo predilecto de Bolívar, Santander sintió siempre que era el hermano menor, el incomprendido.
¿Qué tanto cambió este libro desde cuando se le presentó la idea inicial?
De la idea inicial, mucho. Pensé que el relato iba a estar centrado solamente en la trama del atentado contra el Libertador y en el papel de cada uno de los complotados. Pero a medida que investigaba y estructuraba la historia, Santander adquirió una importancia enorme, y su pelea con Bolívar aún más. Santander, con sus complejidades, con sus grandezas y pequeñeces, es el personaje principal. No lo imaginé así al principio.

A medida que investigaba y estructuraba la historia, Santander adquirió una importancia enorme, y su pelea con Bolívar aún más. Santander es el personaje principal

“Quizás San Martín había tenido razón”, dice el Libertador. ¿Siente que Bolívar entendió tarde la postura de San Martín?
Cuando se encuentran en Guayaquil, Bolívar va rumbo a la cima y San Martín viene de bajada. Bolívar es un liberal republicano, mientras San Martín, en su decepción, está convencido de que solo gobiernos fuertes y centralizados pueden hacerse cargo de estas naciones en formación. Cinco años más tarde, San Martín se ha exiliado en Europa y Bolívar asume que el Libertador del Sur tenía razón: adopta la tesis del gobierno fuerte e instaura la dictadura. Más allá de la discusión política, lo valioso para la narración es que Bolívar también se decepciona de la gloria.
¿Hubiera sido otro el destino si Bolívar sigue los consejos iniciales de San Martín?
Tengo mi lado fatalista. Y en esta tragedia –porque lo ocurrido en el año 1828 es un inmensa tragedia, en el sentido griego– pasó lo que tenía que pasar y cada uno actuó en virtud de lo que le dictaban su formación y sus conflictos. La idea de un Bolívar bueno y un Santander perverso, o la de un Bolívar sátrapa y un Santander libertario, son meras caricaturas.
Primero el mariscal Sucre. Luego San Martín y Bolívar, y ahora Bolívar y Santander. ¿Los pensó desde un principio para esta trilogía?
No fue planeado. De la investigación sobre Sucre surgió la necesidad de indagar sobre la entrevista de Guayaquil, y del San Martín que le deja la gloria a Bolívar surgió la necesidad de cerrar esta trilogía con la noche septembrina, cuando a Bolívar lo abandona la gloria.
Luego de este proyecto literario de largo aliento, ¿qué lectura tiene de las diferentes posturas a favor y en contra sobre la novela histórica y los textos históricos de corte académico?
Se trata de dos funciones diferentes y complementarias. Yo no podría escribir novelas históricas sin el auxilio sólido y documentado de los historiadores, pero la ficción –que no es lo mismo que la mentira– es otra manera de contar esas verdades, y hasta las puede enriquecer.
Al leer el libro, se ratifica esa sentencia de que “estamos destinados a repetir la historia”. ¿Siente también que este es un espejo de la realidad actual?
La discusión de 1828 es exactamente la misma de hoy en día: el derecho de algunos a levantarse en armas contra el gobierno que consideran injusto; el derecho del gobierno, la llamada razón de Estado, de reprimir por la fuerza, y la salida del perdón y la amnistía en busca de una reconciliación que nunca llega. Desde ese año, unos y otros han acudido a la rebelión violenta, a la represión desbordada y a las amnistías y perdones apresurados. Y ni la insurgencia, ni la represión, ni la amnistía ni la combinación de las tres han resuelto el problema. A eso agreguemos la polarización que había en 1828 entre bolivianos (que así los llamaban entonces) y santanderistas, entre los seguidores del uno y los de su heredero.
CARLOS RESTREPO
EL TIEMPO
En Twitter: @Restrebooks
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