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Música y Libros

Viaje imaginario tras los restos de Jesús de Nazaret

En las dos partes de la historia, los personajes visitan varios lugares, como el Santo Sepulcro, en Jerusalén, para intentar hallar los restos de la Santa Cruz y de Jesús.

En las dos partes de la historia, los personajes visitan varios lugares, como el Santo Sepulcro, en Jerusalén, para intentar hallar los restos de la Santa Cruz y de Jesús.

Foto:123RF / AFP

Matilde Asensi habló con EL TIEMPO sobre su nuevo libro de aventuras: 'El regreso del Catón'.

“Nos ha costado tantos años quitarnos el lastre de la superstición que ahora miramos todo lo que no sea racional con mucha prevención, pero un poco de magia en los ojos no nos vendría mal”. Así se expresa Matilde Asensi, reconocida en el mundo como ‘la reina de la novela de aventuras’, un mote nada gratuito.
Su cartel de presentación es tan demoledor como esto: “Es la escritora más leída y vendida de España” y sus novelas ya se leen en 15 idiomas. Ha sido comparada con Arturo Pérez-Reverte (‘La reina del sur’), otro español hacedor de ‘best seller’.
La alicantina desempolvó el año pasado su primer gran ‘best seller’, ‘El último Catón’ (2001) –que consiguió en el 2007, luego de ser traducido al inglés, el premio International Latino Book Awards en la categoría de mejor novela de misterio–, y se encerró para entregarles a sus más de 20 millones de lectores la esperadísima segunda parte, ‘El regreso del Catón’.
La escritora habló con EL TIEMPO en Madrid, donde realizó una gira promocional.
Le he escuchado decir que ‘El regreso del Catón’ es culpa de los lectores. ¿Puede imponerse la voluntad del público o quería resucitar a los personajes de su libro más exitoso?
La culpa es de los lectores, totalmente. No es que yo escriba a la carta, no tengo un menú. Cuando terminé la promoción del último libro de la trilogía ‘Martín ojo de plata’, en el 2012, mi editorial me dijo: “Ha llegado el momento de coger las redes sociales” y decidí llevar yo misma las cuentas de Twitter y Facebook.
Ahí fue cuando entré en contacto directo con mis lectores; los tenía en mi despacho, en mi casa, no en una conferencia o en una firma. Ese fue un cambio radical. Lo que me sorprendió fue la cantidad de gente que quería más Catón y más Catón. Eran como yonquis: querían más droga. Yo ya había cerrado esa historia y me sorprendí ante la demanda. Pensaba: esta gente está enferma, no puede ser. Lo cierto es que me metieron la idea en la cabeza, como un virus, una enfermedad que no tenía. De repente pensé: ‘¿y si recupero a aquellos personajes?’. Y volví. Por eso digo: yo soy la responsable del libro, pero los lectores son los culpables. Clarísimo.
En ‘El último Catón’, la paleóloga Ottavia Salina y el arqueólogo Farag buscaban restos de la Santa Cruz. En ‘El regreso…’ buscan los restos de Jesús, una empresa más osada...
Se trata de la búsqueda de un tesoro. En este caso, la búsqueda de Jesús de Nazaret era una excusa para contar lo que ahora ya se sabe sobre el Jesús histórico. A partir del famoso descubrimiento de los manuscritos del Qumrán, los estudios sobre la figura del Jesús histórico crecieron como espuma. Hay muchísima documentación, de la gente más preparada y docta del mundo, que increíblemente no ha trascendido.
Cuando empecé a leer me quedé perpleja porque no había visto nada de eso en prensa ni en ningún sitio. Para mí el tema es fascinante, así que me enamoré desde el primer momento y empecé a investigar, que es la parte que más me gusta de mi trabajo.
¿No teme ofender con el libro a quienes consideran pagana la idea de la búsqueda de sus restos?
Creo que la historia no ofende la creencia ni la fe de nadie. No pretendo ofender ni hacerme publicidad a costa de eso. En España, si te fijas, no ha habido escándalo. Para mí, lo primero es respetar la opinión de los demás. No le falto el respeto a nadie. Es un libro de aventuras y de ficción.
Pero con muchos datos ciertos que ha corroborado…
Lo que puedo decir, basándome en documentación académica y estudios teológicos, es que Jesús, al parecer, sí existió como persona física. Era un rabino itinerante de los que había en el siglo I en Judea, que hacía una nueva interpretación de la Torá judía; una interpretación radical, preciosa, fantástica, pero interpretación al fin y al cabo.
Hay que tener en cuenta que la Iglesia no existía en el siglo I, de modo que Jesús no podía ser cristiano. Lo que pasa es que un tal Saulo de Tarso (llamado también San Pablo), judío de la diáspora, afirmaba que Jesús se le había aparecido en el camino de Damasco diciéndole que él era apóstol.
La familia de Jesús y los apóstoles auténticos, que aún vivían en Jerusalén, lo desmintieron porque el mensaje de Saulo de Tarso era completamente distinto al de Jesús. ¡Es Saulo quien crea el cristianismo y crea la doctrina que hoy tiene la Iglesia católica! Jesús no dijo nada de lo que dice él. Los cuatro evangelios no dicen nada de lo que dice la doctrina de la Iglesia. El problema es que la gente confunde la fe con la doctrina. La fe es el evangelio. Lo que dice Jesús es radical, lo que dice la doctrina es otra cosa.
¿Usted es creyente?
No soy creyente. No tengo el don de la fe a pesar de haber estudiado en un colegio religioso y de venir de una familia muy católica. A veces lamento no tener fe, porque es como la red del trapecista. Pero he tenido que recrear la fe de Ottavia, darle una fe que sea real para los lectores con fe. Esa parte del trabajo es bonita, porque me hace dar cuenta de hasta qué punto debo respetar la fe de los lectores, sin tomar partido.
¿Reconoce al personaje de Ottavia Salina, la heroína de la saga del Catón, como una proyección autobiográfica o está inspirado en alguien?
A la gente le encantaría que yo fuese Ottavia, pero no lo soy. Tenemos el mismo ADN, porque es ‘hija’ mía. Ella nació de la necesidad de poner a un protagonista que estuviera en el Vaticano y pudiera contar lo que pasaba dentro. También nació de un deseo de reivindicación de género, porque no me apetecía poner allí a un cura. No sé. Prefería una monja, así que hablé con amigas religiosas para que me contaran cómo funcionaban sus órdenes y de allí salió la sufridora Ottavia. En este segundo libro ella tiene un punto más alocado. Allí sí se parece mucho a mí. Eso de decir la tontería más grande del mundo, es cosecha mía.
Hay lectores que sostienen que en ‘El regreso…’ los enigmas se resuelven muy pronto. ¿Acepta esa crítica?
No. Ahí lo que hay es el síndrome de un lector que no quiere que se le acabe el libro, que quiere que le dure como una droga. Yo escribo lo que me gustaría leer, no lo que los lectores quieren que ponga.
Otros lectores dicen que el libro mantiene el tono de la precuela del 2001. ¿Cómo hizo para volver a la historia con naturalidad, ya que usted no es la misma persona ni la misma escritora de hace 15 años?
Cuando el virus entró en mi cabeza, releí ‘El último Catón’. Nunca releo mis libros, porque los conozco de memoria, salvo que tenga que hacer una nueva edición, pero lo hice.
¿Y cómo fue reencontrarse con usted después de tanto tiempo?
Muy emocionante. Primero, el libro me enganchó como a un lector más (ríe). Recuerdo estar sentada leyéndolo y decir: “Ostras, es bueno, está muy bien, ya entiendo por qué les gusta” (ríe).
De todos modos, uno cambia como escritor. Ya sea por las manías retóricas, el uso de las técnicas o el trato del lenguaje. Ellos no lo perciben, pero sé todo lo que he aprendido desde que empecé a publicar. Hay mucho trabajo de escritor que no se ve. Este es un oficio en el que uno nunca deja de aprender.
Sus lectores se cuentan por legiones. Se habla de 20 millones...
En realidad son más (ríe), pero con la editorial hicimos un pacto para hablar de “20 millones”. Nadie iba a creerme que tenía más. Son tantos que podrían formar un país.
¿Y piensa en ese ‘país’ de lectores cuando escribe? Debe ser muy difícil aislarlos del proceso creativo.
Te prometo que no. Simplemente desaparecen. Siento por ellos un afecto abstracto, para mí son muy importantes. ¡Es gente que hace cola dos horas bajo el sol para estar un minuto conmigo! También son importantes los lectores con los que me comunico a través de las redes. Me importan sus opiniones, me duelen sus críticas, pero no influyen en nada.
¿Le resulta fácil terminar un libro?
Tengo un rito. Primero pongo la palabra ‘fin’ con un tipo de letra enorme, como para creerme que ya terminé. Luego enciendo un cigarro –lo siento, soy fumadora– y le hablo por cinco minutos a la pantalla del ordenador, despidiéndome del libro, como una loca (ríe). Es un momento muy íntimo e intenso, porque una vez que lo mando a la editorial, se termina todo.
Sé que es lectora compulsiva de Borges, Proust y Marguerite Yourcenar, pero ¿alguna vez le pasó con un autor vivo lo que les pasa a los lectores con usted?
Ojalá me hubiera pasado, pero no. Alguien me preguntó una vez: “¿Tú no hubieses pasado dos horas bajo el sol por Proust o Borges?”, y yo le dije: “Hombre, claro, pero no es lo mismo, porque ellos son grandes escritores, yo no”.
‘El regreso del Catón’ transcurre en varios escenarios: desde Canadá hasta Tierra Santa, pasando por Mongolia y Estambul. ¿Estuvo allí? Hay quienes le reprochan no conocer los lugares de los que habla.
Si hubiese una máquina del tiempo, yo viajaría a todos los sitios que describo, pero en el pasado. Por ejemplo, yo he escrito en ‘Iacobus’ (2000) sobre el Camino de Santiago –que sigue presente en España–, pero en el siglo XIV. El Camino de Santiago medieval no tiene nada que ver con el de hoy. Del mismo modo, ¿para qué me serviría ir al Shanghái actual, poscomunista, si no tiene nada que ver con el Shanghái de 1923 que me interesa describir?
Viajar a una ciudad para escribir me quita la visión mágica, porque quiero recrearla decenas de años atrás. Desde esa perspectiva, los viajes se vuelven una interferencia, me perjudican más de lo que me benefician. Prefiero la imaginación basada en la documentación, tomando libros de viajeros de principios del siglo XX. Es fabuloso poder ver a través de los ojos de esos autores.
Es decir que detrás de las 600 páginas escritas hay trabajo no solo literario, sino periodístico…
Que no te quepa duda. Tengo claro que esto es una prolongación de mi vida periodística. Cuando yo veo un tema del que me enamoro, es como ver un titular, y pienso: ‘esta es la noticia, este es el tema’.
¿Es cierto que usted titulaba muy mal?
¡Titulaba fatal! (ríe). Cuando trabajaba en ‘La Verdad de Alicante’, el director me decía: “Qué es lo que quieres contar”, y a partir de esa pregunta aparecían los titulares.
¿Se siente una periodista que escribe o una escritora con un pasado periodístico?
Ahora ya tengo muchos años de escritora, pero por mucho tiempo me he sentido un híbrido de periodista y escritora. Me siento muy orgullosa de haber sido periodista, presumo de ello, porque pertenezco a una generación de escritores que vinimos del periodismo y revolucionamos la literatura. Estoy tan orgullosa de eso que me resisto a perder mi etiqueta de periodista.
¿O será que no se siente del todo aceptada en las élites literarias?
Mira, aquí en España, cuando yo empecé a publicar, solo Arturo Pérez-Reverte publicaba novelas históricas de aventura. ¡A nosotros, los críticos nos machacaron vivos! ¡Éramos lo peor, la basura del mundo literario, lo más sucio y horrible! Nos destruyeron, pero, sabes qué pasó, ¡la gente siguió leyéndonos!
¿Por qué cree que la gente debería leer un libro suyo?
Me encantaría que me leyeran, pero nunca le pido a la gente que me lea. Soy una defensora a ultranza de la libertad en la lectura.
Si pudiera decirles algo a los lectores de EL TIEMPO, les diría: por favor, no se dejen guiar nunca por el consejo de nadie, siéntanse siempre libres de leer lo que quieran, opine la gente lo que opine sobre ese tipo de literatura. Y disfruten leyendo, aunque lloren.
RENATO CISNEROS*
Para EL TIEMPO
* Escritor y periodista peruano, autor de la novela ‘La distancia que nos separa’ (Seix Barral, 2015).
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