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La clínica de los muñecos, donde todos los 'pacientes' se salvan

Radiantes y llenas de vida, como en una fantástica resurreción, estas dos muñecas son el orgullo de Dilia Sofía. Gracias a ella, ahora están como nuevas.

Radiantes y llenas de vida, como en una fantástica resurreción, estas dos muñecas son el orgullo de Dilia Sofía. Gracias a ella, ahora están como nuevas.

Foto:Freddy Ávila

Dilia Casas devuelve a la vida a muñecos 'malheridos' y así, revive, bellos recuerdos de infancia.

Redacción El Tiempo
El diagnóstico de Angelino no era el más alentador. Su piel curtida por el paso de tiempo y rayones de marcador en varias partes del cuerpo exigían que fuera remitido de urgencias al área de cirugía plástica y regenerativa. Padecía también de alopecia, según rezaba su historia clínica. Una “afección severa” en su “motor”, desde hacía varios años, por lo que no podía emitir su particular llanto, empeoraba la situación.
Su propietaria, Clara Rodríguez, lo había rescatado del cuarto de san Alejo de la casa de sus padres. Fue su regalo en alguna Navidad, y con su vestido y sombrero azul, sus mechones rubios y su chupo blanco, había sido su compañero en la época de niñez y adolescencia.
Hoy, a los 33 años y con 5 meses de embarazo, decidió llevarlo a la Clínica Nacional de Muñecos con la ilusión de poder verlo totalmente recuperado. Un regalo especial y con un gran valor sentimental para su futura bebé.
La encargada de recibir al ‘paciente’ es Dilia Sofía Casas Reyes, un ama de casa que, contra la voluntad de su esposo y animada por su hermano menor, decidió hace cuarenta años fundar la Clínica Nacional de Muñecos, en el barrio Santa Isabel, en el sur de Bogotá. Un lugar que ofrece “servicios de oftalmología, limpieza general, estética, cardiología, ortopedia y hospitalización para toda clase de muñecos y juguetes”.
Trabaja en su propia casa, donde tiene acondicionada la clínica. Vive rodeada por decenas de muñecos de felpa, deteriorados por el paso del tiempo, y por ‘muñecos dinámicos’ que han dejado de caminar o patinar, de arrullar a sus ‘bebés’, de mecerse en sus sillas, de aplaudir o de expulsar sus secreciones nasales. ‘Pacienticos’, como ella misma los llama, que aguardan el turno para ser aliviados por sus fórmulas médicas cargadas de cariño.
La idea de la clínica surgió en 1976. Los tres hermanos menores de Dilia trabajaban en sus vacaciones en la Fábrica Nacional de Muñecos, donde se producían en grandes cantidades juguetes y muñecos que se vendían por todo el país.
“Un 24 de diciembre –recuerda Dilia–, mi hermano Julio César, de escasos 14 años, se encontró en la fábrica con una señora muy angustiada. Había comprado un muñeco para su hija, con tan mala suerte que le había resultado defectuoso. Era también un Angelino, el muñeco rubio de moda, que por extrañas razones no emitía sus sollozos”.
Ante el desespero de la señora por entregarle el regalo a su hija en esa Nochebuena, el joven decidió ayudarle. “Julito cogió el muñeco, empezó a cacharrearlo, abrió el dispositivo y descubrió que uno de los cables estaba mal conectado. Le puso la pila e inmediatamente funcionó”.
Fue tanta la alegría de aquella señora que en medio de su emoción solo atinó a decirle: “Gracias, doctor de muñecos”.
Una tradición familiar
Con el aval de la Fábrica Nacional de Muñecos, el proyecto de la clínica se hizo realidad. El joven emprendedor Julio César convenció a su hermana mayor Dilia, y juntos empezaron a trabajar en la reparación y restauración de toda clase de muñecos, que eran devueltos a la fábrica por garantía.
Con una máquina de soldadura, champú para limpieza de muñecos y una máquina Singer en la que se confeccionaban todo tipo de vestidos y trajes especiales, se inició la cínica, la primera de su género en el país.
“Mi hermano era el más entusiasta –recuerda la emprendendora–. Revisaba cables, motores y realizaba delicados trasplantes y cirugías. Yo, entre tanto, hacía moldes, cosía y me dedicaba a labores más estéticas, como limpiezas faciales y cambio de ‘talegos’ (los cuerpos de los muñecos).
Una profesión que se extendió a toda la familia y convirtió a los hermanos Casas Reyes en pediatras, maquilladores, peluqueros y cirujanos de muñecos enfermos y averiados.
“Nosotros somos especialistas no solo en reparar muñecos, sino en recuperar ilusiones. Nuestro trabajo es devolverles la alegría a los niños de edad y de corazón que sufren al ver un muñeco descompuesto o al borde de la muerte”, afirma Dilia.
Algunas de las historias clínicas que reposan en su archivador señalan como las causas más comunes de ingreso de pacientes: daños en el mecanismo, caída de pestañas y cabello, pérdida de ojos, fracturas en extremidades, cuerdas rotas y lesiones faciales. “Nunca falta el niño o el amiguito que juega al descuartizador y desarma el muñeco para saber qué lleva dentro”.
Enfermedades que por lo general exigen para todos los muñecos una hospitalización de mínimo dos o tres días. Si el daño es más severo, el paciente puede estar internado hasta 15 o 20 días. “La ventaja es que aquí no cobramos por el tiempo que los pacientes deben estar hospitalizados”, comenta de manera jocosa.
Cuidados y atenciones que pueden oscilar entre 20.000 y 500.000 pesos o más. Todo depende del estado en que llegue el ‘paciente’. “Una vez una señora me trajo un Tumbelino, un muñeco de origen español, muy popular en los 70. Era bellísimo, con su piel rosada, parecía un bebe de verdad. El problema es que había perdido su cabellera, y la señora quería una igual. Tuvimos que encargarla de España, donde se producen fibras de altísima calidad. Eso hizo que el implante capilar resultara muy costoso, pero la señora se fue feliz con su Tumbelino rejuvenecido”.
***
A Dilia lo que más le gusta de su trabajo, aparte de la satisfacción y sonrisa de sus clientes, es la decoración. Se emociona al ver la transformación de los muñecos cuando los somete a cambios extremos. Los maquilla, los pinta si es el caso, les cambia los ojos o el cabello. “Quedan tan bonitos que a veces me dan ganas de quedarme con ellos”.
Es el caso de Ricardito, otra de las estrellas de la Fábrica Nacional de Muñecos y que llegó hace un par de semanas a la clínica. “Estaba en tan mal estado que daba pesar verlo”.
Hoy se ve renovado, con una blusa blanca de encajes, cachucha y pantalón escocés, que ella misma le confeccionó. Un ‘pacientico’ que ya se encuentra en sala de recuperación y listo para ser dado de alta.
En ocasiones, si la solución o el remedio no están al alcance de sus manos, Dilia se ve obligada a remitir a sus pacientes con otros especialistas, como su hijo menor, que, de vez en cuando, le ayuda a reparar los mecanismos de los ‘internos’. “Es que para ser médico de muñecos se debe saber algo de electrónica, de pintura, maquillaje, diseño de vestuario y, sobre todo, entender mucho a los clientes, para quienes los muñecos son parte importante de sus vidas”.
Claro está que no faltan los casos de muñecos que un día llegaron a la clínica y se quedaron. Una muñeca de estilo japonés que luce cubierta por una bolsa de plástico transparente es uno de esos casos. “Lleva 15 años aquí. Me cansé de llamar a la dueña, y nunca volvió”, nos cuenta, mientras alisa los pliegues del atuendo de su ‘paciente’, le acomoda sus zapatos y la guarda de nuevo en la bolsa. “No la he querido vender ni regalar. Tal vez algún día vengan por ella”, dice de manera optimista.

‘¡Al infinito y más allá!’

Con la paciencia que la caracteriza, la doctora de muñecos adelanta la intervención de Angelino. Después de una incisión al lado izquierdo del tórax, logró extraerle el motor. Con absoluta dedicación limpia las escobillas del mecanismo y revisa detenidamente cada uno de los conductos para ver si hay alguno obstruido. Su propósito es oírlo llorar de nuevo.
Es un muñeco que nació en 1972, en la Fábrica Nacional de Muñecos, y fue precursor de esa línea de juguetes con movimiento, que interactuaban con los niños. Después llegaron Bambina, la muñeca caminadora; la Paseadora, que llevaba a pasear a su bebé en coche; el Lagrimitas o el Tati palmaditas, muchos de los cuales han pasado por las manos de Dilia.
Una de las más recientes satisfacciones que le ha dejado su trabajo fue el rostro de infinita alegría de un niño de 5 años que llegó hace unas semanas a la clínica, acompañado por su padre. Traían un Buzz Lightyear con algunas lesiones, producto de una caída. “El niño no paraba de llorar al ver a su muñeco descompuesto y sin poder emitir ningún sonido”.
Ante el desconsuelo del menor, Dilia se puso la bata y llevó al muñeco en una camilla con destino a la sala de urgencias. “Simón –el pequeño cliente– estaba inconsolable. Me tocó prestarle otro muñeco a cambio, bajo la promesa de que antes de una semana tendría a su muñeco”.
Y como promesa es promesa, Dilia recuerda que duró una semana completa cacharreándole al ‘paciente’, hasta que finalmente logró recuperarlo y entregarlo de nuevo a su dueño. La alegría de aquel niño, nos describe, fue inmensa cuando tomó al muñeco en sus manos, oprimió uno de sus botones y escuchó aquella clásica frase “Es hora de despegar hacia la aventura... ¡Al infinito y más allá!”.
El guardián del espacio se había salvado.
FREDY ÁVILA MOLINA
Bogotá, 1976. Comunicador social de la Universidad de La Sabana. Colaborador de EL TIEMPO.
En Twitter: @fredyavilam
Redacción El Tiempo
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