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Arte y Teatro

Costa Rica le dedicó una serenata a su hija pródiga, Chavela Vargas

La cantante colombiana Andrea Echeverri fue una de las que cantó en honor a la inolvidable Chavela Vargas.

La cantante colombiana Andrea Echeverri fue una de las que cantó en honor a la inolvidable Chavela Vargas.

Foto:Archivo particular

Andrea Echeverri fue una de las cantantes invitadas al Festival de las Artes de San José.

Chavela Vargas canta con las manos abiertas hacia los espectadores. Les está ofreciendo su alma, sus angustias. Tiene un tono más bajo de lo normal, afectado quizás por el peso de los recuerdos; su mirada parece perdida, como si quisiera ubicar un pasado doloroso, por eso a cada tanto se refugia tras la delgada sombra de su micrófono, tratando de cubrir sus lágrimas. Es una noche de 1992, en la que canta con el acecho permanente del filo del llanto, enfrentándose al público de la tierra que la vio nacer, que la rechazó por su carácter férreo y directo y por su sexualidad decidida, y de la que huyó hacia México cuando tenía 19 años.
“Me estoy haciendo jorobadita de tanto sentimiento que llevo dentro”, les dice, encorvada en una venia, a los asistentes al Teatro Nacional de Costa Rica. Aquel fue uno de los pocos conciertos que ofreció en su país de origen y en esa noche recordó con despecho a sus familiares fallecidos.
Las imágenes de aquella noche se reproducen ahora en el Centro de Patrimonio de San José de Costa Rica. Están rodeadas de varios artículos históricos, como retratos, carátulas de discos, jorongos azules y rojos y un documento de 1952 en el que se certifica el matrimonio de Chavela Vargas con Francisco Javier Moreno Monjarras -la fallecida cantante obtuvo así su nacionalidad mexicana-.
‘El canto del alma’ es el nombre de esta muestra, que hace parte de los homenajes con los que Costa Rica le rinde tributo a su hija pródiga, a la amigo de Gabo, de Frida Kahlo, de José Alfredo Jiménez, a esa alma indomable y a esa cantante única que escribía su nombre de con “V de Varón”.
El homenaje, que hizo parte del Festival Internacional de las Artes de San José de Costa Rica, se complementó con la reunión de cinco cantantes de varias latitudes latinoamericanas, con estilos bien distintos. La peruana Tania Libertad, la guatemalteca Gaby Moreno, la estadounidense de origen mexicano Marisoul, la costarricense Debi Nova y la colombiana Andrea Echeverri unieron sus voces y sus pasiones en un conversatorio y en un concierto en el que trataron de emular esa alma rasgada de Chavela.
Ante más de diez mil personas, y con la actriz Marisol Gasé de Las Reinas Chulas como ocurrente maestra de ceremonias, el elocuente quinteto se repartió algunos de los clásicos que se inmortalizaron en la voz de Vargas. Echeverri, aplaudida con cariño por un público ‘tico’ que la considera una celebridad, cantó con una cara colapsada de emociones las evocadoras letras de ‘Un mundo raro’.
Echeverri recuerda que heredó de su madre todo el gusto por ese repertorio de la música mexicana que hizo llorar y beber a generaciones de latinoamericanos y que tuvo en Chavela a una de sus más reconocidas intérpretes. La cantante de Aterciopelados no llegó a conocer a Vargas, solo habló con ella un par de veces para discutir la posibilidad de grabar juntas ‘Ojalá que te vaya bonito’, pero el proyecto no se pudo concretar.

Echeverri, aplaudida con cariño por un público ‘tico’ que la considera una celebridad, cantó con una cara colapsada de emociones las evocadoras letras de ‘Un mundo raro’.

“Las cantantes somos un poco locas y neuróticas, y a veces sufrimos, nos enfermamos, estamos pendientes de la perfección y de estar afinadas. De repente uno ve a este personaje, que le importaba un carajo que estuviera cantando mal y seguía relajada y comunicando. Era muy regia”, dijo Echeverri en el conversatorio, un día antes del concierto.

Los Macorinos

La primera vez que Miguel Rocha vio a Chavela Vargas fue en la casa de la cantante en las playas de Veracruz en el sur de México. Este virtuoso guitarrista fue hasta allí por recomendación de Fernando Álvarez del Castillo, un amigo en común, quien le había comentado que Chavela estaba buscando músicos para que la acompañaran. Cuando llegó a la casa, Vargas estaba atendiendo su jardín, alimentando esa profunda conexión que tenía con la naturaleza, y un rato después le dijo a Rocha: “¿Qué quiere que cantemos?”, así, en plural, recuerda el guitarrista.
Luego de encontrar el tono adecuado para esa voz curtida por más de 80 años, estuvieron cantando toda una tarde convertida en noche y Chavela finalizó con esta frase: “Usted es el guitarrista que necesito, ¿dónde carajos se había metido que yo no lo conocía?”.

Usted es el guitarrista que necesito, ¿dónde carajos se había metido que yo no lo conocía?.

Tras ese cumplido matizado con un cariñoso reclamo, Peña se comprometió a buscar la guitarra que le faltaba a este nuevo trío y pensó en su amigo Juan Carlos Allende. Así nació el llamado dúo de Los Macorinos, que acompañó a Chavela en los últimos diez años de carrera y que tomó su nombre en recuerdo de esa canción en la que la cantante recitaba: “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí...”.
Los Macorinos con Chavela Vargas.

Los Macorinos con Chavela Vargas.

Foto:Archivo particular

Antes de comenzar la primera temporada de presentaciones en España, Peña conocía bien los retos que significaba acompañar esa voz deliciosamente imperfecta de Chavela, que solía descuadrarse, perder el compás, adelantarse o atrasarse según le dictaran sus sentimientos. De hecho, antes del primer concierto en el Teatro Isaac Albéniz de Madrid, ella les advirtió que nunca cantaba nada igual.
“Nunca ensayamos, lo que teníamos era su tonalidad, su nivel de bajos y agudos… Ella sabía que la protegíamos, cuando cantaba hacía lo que quería, de repente se le olvidan las letras y se las inventaba en ese momento, entraba a otro lugar, pero la gente nunca se daba cuenta”, recuerda Peña.

Nunca ensayamos, lo que teníamos era su tonalidad (...) Ella sabía que la protegíamos, cuando cantaba hacía lo que quería, de repente se le olvidan las letras y se las inventaba en ese momento”.

Los dos guitarristas, que también recibieron las mieles de los homenajes a su fallecida compañera en Costa Rica, coinciden en que les tocó la suerte de “agarrar mansita” a Chavela, pues ya había superado esa etapa de locura bohemia y ya no endulzaba sus presentaciones con tequila.
“Comunicarse con Chavela no era nada fácil, porque la señora era muy reservada, siempre lo fue, lo cual después lo apreciamos, la mayoría de los cantantes de pronto son extrovertidos, ella era tranquilita”, cuenta Allende, quien también participó junto a Peña en el homenaje a la cantante.
Los Macorinos y Chavela lograron una relación tan fuerte que incluso la propia cantante aseguraba que “Ellos sabían perfectamente hacia dónde voy antes de que yo vaya”. Los dos comentan que hasta ahora es la artista que mejor los ha reconocido económicamente y además siempre estuvo pendiente de ellos, de que les pagaran a tiempo, de que los trataran bien en los hoteles… “Nos quiso mucho, y nosotros también a ella”, reconoce Peña.

Comunicarse con Chavela no era nada fácil, porque la señora era muy reservada, lo cual después lo apreciamos, la mayoría de los cantantes de pronto son extrovertidos, ella era tranquilita.

“El último concierto fue en el 2012, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Ya ella tenía como 93 años y allá se puso malita de salud, tal es así que Aeroméxico no la quiso traer, porque era un riesgo alto, y se vino por Iberia. Entonces viene y a los días se nos muere”, recuerda con inevitable nostalgia Allende.

Chavela y los silencios

Cuando rondaba los 70 años la figura de Chavela Vargas se esfumó. Quedaban sus leyendas, sus seguidores recordaban cómo solía cantar en los bares, sentada en el piso, rodeada de guitarristas mujeres y enfundada en esos trajes de manta que suelen usar los indígenas mexicanos. Ella estaba retirada en el pequeño pueblo de Tepoztlán, disfrutando la tranquilidad del anonimato, y hasta allí fueron las actrices Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe para convencerla que regresara a Ciudad de México e hiciera una temporada en el bar El Hábito (ahora se llama El Vicio). En cada una de esas presentaciones, sentada siempre en primera fila, estaba Tania Libertad, quien recuerda conmoverse hasta las lágrimas con la extraña fuerza de esa mujer pequeña y poderosa.
“Ella ya sabía quién era yo, porque yo era conocida en México, y al terminar de cantar bajaba y lo primero que hacía era abrazarme, era un abrazo que no necesitaba palabras. Su cara era como una roca maravillosa, esculpida con todo lo que había vivido, y la fuerza de su voz también traía toda una historia detrás”, cuenta Libertad.
En esos años la figura de Chavela experimentó una especie de redescubrimiento tardío, que la llevó a hacer recordadas presentaciones en España, donde forjó fuertes lazos de amistad con Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina, y además profundizó su conexión espiritual con el poeta andaluz Federico García Lorca. La cantante incluso llegó a presentarse en el prestigioso Carnegie Hall en el 2003.
“Ella realmente le dio una vuelta a la tuerca de la canción mexicana, que en México se cantaba de una manera muy bravía, la gritaban, y Chavela le puso la intensidad, le puso la ternura y le puso los silencios... Yo les doy más importancia a los silencios que a la música y a las palabras”, cuenta Libertad.

Chavela experimentó una especie de redescubrimiento tardío, que la llevó a hacer recordadas presentaciones en España, donde forjó fuertes lazos de amistad con Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina.

Esas ausencias de sonidos dominaron la presencia de Libertad en el tributo a Chavela, pues la cantante peruana le plantó cara a una de esas canciones en las que Vargas solía dejar su alma, ‘Paloma negra’. Sola con su voz desnuda, desprovista del acompañamiento de Los Macorinos, Libertad emulaba la interpretación ardiente de su fallecida amiga y lograba aturdir al público con los silencios estratégicamente ubicados en medio de esas desasosegantes letras.
Y así, en ese ambiente de cantina, con ese arcoíris melódico conformado por voces de cinco países, San José le dio una serenata de lágrima fácil, un homenaje tardío a ese retoñó que floreció en otro país, a esa paloma negra que solía renegar, que rajaba de su país como lo hacía de los amores imposibles en sus canciones más sentidas.
Pero Chavela volvió en varias ocasiones a esa Costa Rica en la que nació hace casi un siglo, porque como dice Libertad, que también forjó su carrera en México, la patria siempre acompaña al que se va. “Las que nos vamos de nuestros países llegamos a tener relaciones complejas con ellos, porque la gente piensa que nos vamos porque no nos gusta y tenemos que hacerles entender que no, uno nunca deja su país”, finaliza.
Yhonatan Loaiza Grisales
EL TIEMPOSan
José de Costa Rica*
@YhoLoaiza
*Por invitación del Festival Internacional de las Artes
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