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El pueblo 'fantasma' colombiano donde solo viven 56 almas

Así es la vida en Jordán Sube, el pueblo fantasma de Colombia

Así es la vida en Jordán Sube, el pueblo fantasma de Colombia

Foto:

No hay cementerio ni restaurantes. El colegio funciona en un ancianato. Crónicas de nuestro archivo.

Julián Vivas
Treinta grados Celsius de temperatura acompañan el descenso por la estrecha y polvorienta vía, de 20 kilómetros y pronunciadas curvas, que conducen a Jordán Sube, un pequeño municipio 'fantasma' que yace enclavado en las profundidades del cañón del Chicamocha, en el departamento de Santander.
El poblado, rodeado por la rudeza de la cordillera, de roca viva, arcilla rojiza y una amplia vegetación de espinos y cactus, es el municipio de Colombia con menos habitantes dentro de su casco urbano, que apenas mide 1,65 kilómetros cuadrados de extensión.
Todos sus habitantes se podrían ir sentados en un TransMilenio y sobrarían puestos.
A diferencia de Busbanzá, Boyacá, el municipio con menos habitantes del país según el Dane, con 885 personas, Jordán Sube tiene 1.047 habitantes, pero lo particular de este municipio santandereano es que el 94,92 por ciento de ellos viven en la zona rural y la cabecera municipal está prácticamente despoblada.
En medio del silencio que reina a diario a lo largo de las únicas seis calles, de pavimento y piedra, solo se escucha el rumor de las aguas del río Chicamocha que bajan por un costado de la población, donde se vive de la siembra del tabaco, café, frijol, tomate, melón, papaya y las chirimoyas.
Al aislado pueblo santandereano solo se puede llegar en vehículo particular por la angosta carretera de 20 kilómetros que conecta con la vía Bucaramanga-Bogotá, pues ninguna ruta de transporte público tiene como destino el desvencijado municipio.
Así es la vida en Jordán Sube, el pueblo fantasma de Colombia

Así es la vida en Jordán Sube, el pueblo fantasma de Colombia

Foto:

También se puede descender a pie o a lomo de mula por un camino real que viene desde Los Santos. El mismo paso de herradura que en épocas de la colonia tomaban los arrieros.
Bajo el cielo del deshabitado paraje, abrazado a diario por un sol de plomo, desde tiempos inmemoriales no ha nacido nadie porque no hay un hospital, ni siquiera droguerías. 
Mujeres en trabajo de parto, incluidas aquellas que residen en fincas del sector rural, deben ser llevadas en ambulancia a parir en los centros médicos de los pueblos vecinos de Aratoca o Villanueva.
En la cabecera municipal no existen los almacenes ni los restaurantes. No hay plaza de mercado, y en la única tienda del pueblo los anaqueles lucen a medio llenar. Sus propietarios traen el surtido de los municipios aledaños y, algunas veces, por uno que otro vendedor que se anima a visitarlos.
En Jordán Sube tampoco hay hoteles, solo la sencilla ‘Posada del Caminante’, un albergue con ocho habitaciones. Allí no hay ni muertos, porque, simplemente, no hay cementerio.
Una de las viejas casonas es ocupada por nueve policías que acompañan la tranquila vida de los habitantes. Y es que hay quienes narran con jocosidad que de Jordán Sube hasta la guerrilla se fue por “puro aburrimiento”.
Mientras en Bogotá, en promedio hay un uniformado por cada 500 habitantes, en Jordán hay uno por cada tres.
“Los fines de semana se ven grupitos de personas que vienen desde Los Santos, un municipio vecino, se están un buen rato y en la tarde se regresan por el camino real”, comenta uno de los policías.
En la memoria de la población no se cuenta un solo bachiller, pues la única escuela existente, la Nuestra Señora de Fátima, ofrece formación solo hasta noveno grado. En el último año, ante un inminente colapso de sus instalaciones y tras la declaratoria de la emergencia educativa, los estudiantes tuvieron que ser trasladados al asilo de ancianos, que no tiene abuelos.
Los jóvenes con aspiraciones de terminar su secundaria y recibir un título deben emigrar a otras localidades.
Entre los estudiantes, se encuentran los hijos de Judith Mantilla, natural de Los Santos (Santander), quien llegó al pueblo hace 25 años, atraída por una oportunidad de trabajo. En esa tierra se casó con un jordanense y conformó una familia.

Es que yo quiero que mis hijos sean bachilleres, profesionales y aquí no es posible

“Se dice que es un pueblo fantasma, porque un día tuvo vida y hoy está en calma, pero aquí no asustan. Uno sale a cualquier hora de la noche y es igual que a plena luz del mediodía, demasiado tranquilo”, dijo la mujer.
Aunque se acostumbró al silencio que se vive en el pueblo, y que solo se ve interrumpido por el tránsito de una que otra moto o carro que llega, ya está considerando dentro de muy poco también partir ante las inexistentes oportunidades que ahí tienen sus hijos.
“Es que yo quiero que mis hijos sean bachilleres, profesionales y aquí no es posible”, reniega Mantilla.
En el mismo ancianato donde reciben clases los estudiantes, también funciona una pequeña oficina de la Registraduría. El trabajo del delegado cada vez es menor, pues se estima que al año, en promedio, 15 niños nacidos en los pueblos vecinos, llegan a ser registrados como ciudadanos naturales de ese municipio.
Jordán Sube por un siglo no tuvo un cura que orara por ellos. Después de muchos ruegos, hasta hace seis años arribó a esas tierras el sacerdote Eduardo Vargas Sierra, para levantar una iglesia que se caía a pedazos y que llegó a ser usada como depósito de bultos con hojas de tabaco.
Antes de él, a Jordán solo iban los curas de los pueblos cercanos para ocasiones especiales, uno que otro bautizo o matrimonio que ahí se celebrara.
“El padre de Aratoca venía, atendía y se iba. La iglesia perdió importancia. Ocurrió que el techo se cayó y por años esto quedó al sol y al agua (…) Antiguamente, antes del abandono, el cura de Jordán vivía aquí, esto era una buena parroquia”, relató el Sacerdote, quien añade que es común oficiar misas con un solo feligrés.

Una historia de abandono

Fue Rafael Urdaneta, en su calidad de presidente de la Gran Colombia, quien sancionó el 30 de noviembre de 1830 la ley que erigió en municipio a Sube, que más de un siglo después fue ratificado por la Asamblea de Santander, la cual le antepuso el nombre de Jordán.

Muchas versiones se han tejido alrededor de por qué el pueblo cayó en la desidia. Hay quienes aluden a que se trata de una maldición

Y ha sido precisamente por esa condición, la de ser uno de los pocos municipios en el país que ha tenido el privilegio de haber sido creado por una ley de la República, por la que sus contados moradores, como Fernando Ortiz, se niegan a que el pueblo, aún en medio del infortunio, pierda su categoría de municipio y con ello toda posibilidad de resurgir.
Muchas versiones se han tejido alrededor de por qué el pueblo cayó en la desidia. Hay quienes aluden a que se trata de una maldición. Sin embargo, don Aquileo Gómez, un poblador de 60 años, escuchó decir a sus abuelos que desde la época de la violencia bipartidista, en los años 40, el pueblo se empezó a quedar solo. Los liberales de la zona huyeron de esas tierras para nunca más volver.
Pero también cuenta que el municipio se fue quedando rezagado, anclado en el tiempo, en las profundidades del Cañón, al construirse la troncal Bucaramanga-Bogotá, dado que Jordán Sube era un paso obligado de la arriería entre esas dos ciudades. Se dice que muchas veces pasó por ahí Simón Bolívar.
Por aquel entonces, los arrieros tomaban el camino real que lleva al puente Lengerke, llamado así por el colonizador alemán Geo Von Lengerke, que se extiende de orilla a orilla sobre el río Chicamocha, y descansaban ahí con sus mulas y caballos.
Este es considerado uno de los viaductos colgantes más emblemáticos del país, por ser el primer peaje en Colombia, en el que se pagaban cinco centavos por bestia que pasara cargada con tabaco o con maletas hacia Bogotá. Cobro que perduró hasta 1940.
“La gente se fue yendo cuando la violencia de partidos, por allá en el 49. El partido mayoritario de acá, el Conservador, sacaba a los otros. Así se fue quedando esto solo”, rememora don Aquileo, quien dejó las labores del campo, donde sembraba tabaco, y ahora se dedica al cuidado de las pocas jardineras del parque del pueblo.
“Yo me siento bien aquí, se acostumbra uno a vivir solo, en silencio. Lo que pasa es que aquí en el pueblo no hay trabajo, entonces, quien no está acostumbrado a cultivar la tierra, pues no va a venir a estarse aquí”.

Yo me siento bien aquí, se acostumbra uno a vivir solo, en silencio

A las pugnas por mandar en la población, también le atribuyen algunos habitantes el olvido en que este vive. Residentes que prefieren no revelar sus nombres, pues aún conservan los temores de la violencia del pasado, cuentan que la localidad santandereana por años se convirtió en el botín de una familia local, los Ferreira, que alternando los gobiernos municipales tomaron las riendas a su amaño, manejando los recursos públicos sin que nadie los vigilara.
En la actualidad, el municipio recibe anualmente 3.600 millones de pesos de presupuesto.
“Por más de cuatro décadas los Ferreira mandaron a su antojo en el pueblo, importándoles poco el abandono en el que llevamos años”, asegura un poblador, quien agrega que como parte de su legado, el clan les dejó una Alcaldía en ruinas.
Las instalaciones fueron víctimas de un inesperado incendio en agosto de 2004, justo en el momento en que la Contraloría Departamental entraría a ponerle la lupa a las cuentas del gobierno del alcalde de la época, Gonzalo Bautista. Por falta de un carro de bomberos y la suficiente agua en los grifos de las casas, las llamas consumieron parte del lugar.
Los años de abandono se enraizaron en las veredas El Pozo, Pomarroso, Hato Viejo, Potreros, Guácimo y Morros, distribuidas en los 33 kilómetros cuadrados que comprende toda la jurisdicción de Jordán Sube, y en donde, a diferencia del casco urbano, los pobladores se cuentan por decenas.
Sin embargo, las comunidades rurales se encuentran desconectadas de la cabecera municipal, pues están ubicadas en las partes altas del centro urbano y les queda más cerca ir a los municipios vecinos, que bajar al pueblo.
Sergio Ronderos, personero del municipio, aseguró que la población en el campo vive en condiciones de pobreza extrema, con fuertes necesidades en materia de salud, vivienda y saneamiento básico.
De acuerdo con el actual Plan de Desarrollo del Municipio, el déficit cualitativo de vivienda es del 70,3 por ciento. Se trata de casas sin servicios públicos, sin espacio habitacional y en zonas de riesgo mitigable.
“En la parte rural hay muchas familias que carecen de recursos económicos. Las necesidades son muchas, pese a que es un municipio muy pequeño, faltan muchas cosas”, se queja el Personero, quien recalca que, aunque pareciera que la plata que le llega al pueblo es mucha, el presupuesto se gasta en un gran porcentaje en el pago a la EPS por el servicio de salud que los pobladores reciben en los otros municipios a donde tienen que ser trasladados.
La alcaldesa de esta población, Johana Muñoz, sostiene que su administración está buscando que quienes en el pasado se alejaron de esas tierras retornen, y de esta manera se pueda sacudir el estigma de 'pueblo fantasma' que lleva a cuestas.
Las casonas en ruinas del casco urbano están siendo demolidas y las fachadas de las casas, marcadas por el paso de los años y que aún sobreviven, empezaron a ser pintadas, entre estas la Alcaldía que ya fue restaurada. También se gestiona la construcción de un acueducto municipal y el mejoramiento de las vías que conectan con las veredas.
Jordan Sube, el  pueblo fantasma de Colombia

Jordan Sube, el pueblo fantasma de Colombia

Foto:

“Hemos estado haciendo contacto con las personas que por años dejaron abandonadas sus propiedades, porque lo que estamos haciendo con este municipio, realmente, es reconstruirlo porque estaba en ruinas”, dijo la Alcaldesa, quien añade que en su gobierno no lo acompaña ningún profesional natural de esa población, simplemente porque no los hay.
Las bondades de su clima -sumadas al río, quebradas cercanas y paisaje de majestuosos abismos- se vislumbran como una riqueza para proyectar el turismo en la zona. El misterio que se cierne sobre el deshabitado pueblo es un atractivo para caminantes, principalmente extranjeros que diariamente transitan por él, pero solo de paso.
CAROLINA RINCÓN RAMÍREZ 
Enviada especial de EL TIEMPO
JORDÁN SUBE (SANTANDER)
Esta historia fue publicada en el 2017. Hace parte de la serie Pueblos Insólitos. 
Julián Vivas
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